“Quien no sabe historia
está condenado a repetir sus errores”. Aunque solo fuera por esto, valdría la
pena celebrar centenarios. La Revolución Rusa de 1917, es lo que toca hoy. Sus
ideales siguen prendiendo con facilidad en las mentes juveniles huérfanas de
cultura y experiencia vital.
En el fragor de la Primera Guerra Mundial, el
ejército del Zar Nicolás II se encontraba en estado de sedición. Los soviets de
trabajadores, liderados por Lenin, forzaron la retirada del frente europeo y
ganaron la Guerra Civil que siguió a la abdicación del Zar. Mucha sangre corrió
en 1917 … y siguió corriendo en los años siguientes. Aparcando la promesa de
redoblar la democracia y el bienestar del mundo occidental, Lenin proclamó la
“dictadura del proletariado”. Una dictadura que se fue recrudeciendo año tras
año hasta que el sistema se hundió definitivamente en 1991. ¿Cómo iban a
admitir elecciones democráticas que podrían despertar el deseo de volver a los
horrores del pasado? ¿Y cómo iban a dejar viajar al extranjero a quienes no
valoraban el paraíso comunista?
El sistema económico que alumbró la Revolución Rusa se
manifestó, sobre todo, en la economía pero tiene raíces antropológicas. ¡Nada
sólido puede construirse sobre una concepción equivocada del ser humano. Marx consideraba
que el hombre era bueno por naturaleza y que volvería a serlo tras erradicar la
propiedad privada. En el frontispicio de la sociedad comunista podría
escribirse: “A cada uno según su necesidad; de cada uno según su capacidad”.
Parece una frase bíblica y lo es. Lo que nadie puede pretender es fundamentar
en una idea bonita la organización de una sociedad de hombres egoístas que,
para colmo, han perdido todo aliciente al esfuerzo y la responsabilidad.
La Tribuna de Albacete (18/12/2017)