lunes, 25 de septiembre de 2017

Carta de Kant a Puigdemont

¿Qué pasaría si sus reglas de conducta se generalizaran?

                Molt Honorable President. Ante todo felicitarle por haber conseguido su objetivo: escribir su nombre en la historia de Cataluña. ¿De la historia o de la historieta? La respuesta la sabremos cuando las aguas vuelvan a su curso. Permítame introducir un segundo matiz lingüístico. Los ingleses distinguen entre “famous” o “infamous”. Famosos por decisiones que contribuyen a construir una sociedad mejor, o famosos por destruirla. ¿A qué grupo desea pertenecer?
Para trazar la línea roja entre los constructivo y lo destructivo es necesario una reflexión serena donde la razón prime sobre los sentimientos. ¡Ay, los sentimientos, esa llama tan maravillosa y tan difícil de controlar antes de que provoque un incendio! Para aclararme yo introduje la idea de los “imperativos categóricos”, algo que es razonablemente bueno y nos vincula con independencia de lo que sintamos o lo que prediquen las ideologías dominantes de cada época.  El primero de ellos lo podríamos traducir así: “Obras de forma correcta cuando tus criterios de conducta pueden convertirse en ley universal sin que su generalización destruya a la sociedad”.
Imagine, por un momento, las consecuencias de que cualquier partido del mundo que logra el 51% de los votos de un territorio pudiera decidir unilateralmente la independencia del mismo. Imagine que en las próximas elecciones catalanas ganan los unionistas por un voto y deciden liquidar la República catalana que tanto le costó a usted poner en marcha. O que el área metropolitana de Barcelona decide independizarse de la República catalana y de la Monarquía española esgrimiendo los mismos argumentos que usted ha empleado para justificar su “procés”. Me dirá: “Eso no puede ser, pues la Constitución catalana exigirá mayorías cualificadas para decisiones tan trascendentes”. Pero, ¿y si la nueva mayoría parlamentaria, siguiendo siempre su ejemplo, desobedece las normas que no le interesan?
Amigo Carles, le haré una confidencia. El Estado democrático de Derecho es lo mejor que se ha construido en la sociedada occidental desde mi fallecimiento, a finales del siglo XVIII. Un estado donde existe el derecho a decidir y la obligación de decidir conforme a derecho. Las medidas que usted ha adoptado le golpean en la medular. Si no desea pasar como “infamous” a la historia o historieta de Cataluña, le aconsejo rectificar y comprometerse con el Estado democrático de Derecho.  

 La Tribuna de Albacete (25/09/2017)

domingo, 17 de septiembre de 2017

El referéndum que ahogó el seny

Los "referendistas" no han calculado ni las fuerzas del estado de derecho ni las propias

Llamo referendistas a los partidarios de la independencia de Cataluña utilizando como ariete un referéndum ilegal. Me acordé de ellos al leer el siguiente texto evangélico, cargado de sensatez: “Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no pudo acabar? ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz” (Lucas 14:28-32)
                Los referendistas, que suelen operar en “modo avestruz”, no se han atrevido a calcular los recursos del Estado español. No estoy pensando en los efectivos militares, que también. Me refiero a los formidables recursos de que dispone cualquier estado democrático de derecho.
                Los referendistas carecen de apoyos internacionales, aunque aquí no se les puede acusar de negligencia. Pagaron fuertes cantidades a lobbies que les abrieran las puertas de estados para conseguir algún reconocimiento oficial. Sólo picó Maduro en Venezuela. El resto dieron un portazo al enterarse que se trataba de un referéndum no pactado con el Gobierno español y que nadie podría autorizar hasta reformar la Constitución. La UE les ha recordado, por activa y por pasiva, que una Cataluña independiente quedaría automáticamente excluida y para su readmisión necesitaría el beneplácito de todos y cada uno de los estados miembros.
                Los referendistas ni siquiera han calculado sus propias fuerzas. “Junt pel Sí” apenas obtuvo en 2015 el 45% de los escaños que representa el 39% del voto efectivo y el 29% del censo electoral. Para conquistar la mayoría parlamentaria se vio obligado a pactar con la CUP, grupo antisistema que difícilmente aguanta acuerdos superiores al año. Para callar una minoría cercana al 50% no dudó en reformar ilegalmente los procedimientos parlamentarios. 

                Esperemos que el 2-0 vuelva la sensatez a la tierra del “seny”. Y que si los ganadores en las nuevas elecciones autonómicas insisten en construir una torre independiente, empiecen por sentar los cimientos.
La Tribuna de Albacete (18/09/2017) 

domingo, 10 de septiembre de 2017

¿Es posible la paz?

Justicia y paz, dos caras de la misma moneda

             “No os dejéis robar la esperanza”. Estas fueron las primeras palabras del Papa Francisco al aterrizar en Colombia en su propósito de blindar el proceso de paz iniciado apenas hace un año. Las dificultades de acabar con el terrorismo son bien conocidas en España. Salvando las distancias, tenemos muchos puntos en común que nos invitan a hacer nuestras las palabras del Pontífice.
En su medio siglo de existencia, ETA y FARC compartieron la misma ideología (el marxismo-leninismo) y los mismos métodos terroristas (extorsión, secuestros y asesinatos). Hay diferencias de escala.  La banda etarra asesinó a 829 personas. La organización paramilitar de las FARC, financiada con el narcotráfico, asesinó a 220.000. En los Acuerdos de la Habana de 2016, las FARC se comprometieron, si eran indultados, a pasar de la lucha armada a la confrontación política. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, aceptó facilitar su presencia parlamentaria y reducir sustancialmente las penas a todos los que tenían deudas pendientes con la justicia. “Es el precio de la paz”, afirmó antes de someter el acuerdo a un plebiscito que perdió por un reducido margen. El acuerdo pudo salvarse gracias a la mayoría parlamentaria del partido presidencial, pero la fractura social quedó en evidencia. La mayor asociación de víctimas del terrorismo (en Colombia y en el mundo) sigue reclamando que los terroristas se pudran en la cárcel en cumplimiento de la legislación vigente.
                “Paz versus justicia”, he ahí el dilema. La visita del Papa Francisco a Colombia ha evidenciado hasta qué punto valora la paz y la justicia que son, de hecho, cara y cruz de la misma moneda. Los ingredientes básicos los encuentra en el Evangelio: humildad y amor. Humildad para reconocer el daño que se ha causado, pedir perdón por él y aceptar el castigo que les corresponda. Amor para perdonar de corazón y estar dispuestos a colaborar en el nuevo contexto histórico. Este perdón personal es compatible con las penas que impone la ley en su función de dar a cada cual lo que le corresponde. Pero también esa ley puede ser legítimamente modificada, para aprovechar las circunstancias excepcionales que podrían liberar al pueblo colombiano de su peor pesadilla.
No son valores evangélicos, por el contrario, esa degeneración de la justicia llamada venganza y esa hipocresía que se manifiesta pidiendo perdón con la boca pequeña pero sin asumir ninguna responsabilidad. El mensaje papal en Villavicencio concluyó con estas palabras. “Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”.

La Tribuna de Albacete (11/09/2017)

domingo, 3 de septiembre de 2017

Lo pequeño es hermoso

Recuperemos la sabiduría tradicional de la humanidad

                “El hombre es pequeño y hermoso. Todo lo que se haga a escala humana, y facilite la integración de las personas en la vida económica, social y política será particularmente hermoso”. Esta frase resume la idea central del libro “Small is beautiful”, publicado por E.F. Schumacher en 1973. Durante el verano he tenido la oportunidad de desempolvarlo para comprobar que las obras clásicas, como los buenos vinos, ganan grados con el paso del tiempo.
                La revolución científica y tecnológica iniciada a finales del siglo XIX nos ha llevado a idolatrar el progreso material y el tamaño de las organizaciones. Las mejores empresas serían las grandes multinacionales; el resto estaría condenado a crecer o extinguirse. El autor advierte que hay una escala apropiada para cada una de las variables que definen la vida humana. Las pequeñas y medianas empresas siguen teniendo un espacio privilegiado. Aunque, las economías de escala justifiquen en algún caso las macroempresas, siempre será preferible remodelarlas para que los trabajadores se sientan miembros activos de una entidad comprensible y de una comunidad local que no rebase el medio millón de personas.
                La publicación de este pequeño libro arrancó aplausos de los marxistas y ecologistas que critican (con razón) la explotación del ser humano y de la naturaleza. Dudo, sin embargo, que captaran su mensaje central que es de índole espiritual. Lejos de pedir más más recursos para un Estado apagafuegos, el libro nos conmina a empezar la revolución cultivando las virtudes personales que la hacen posible. “Nosotros, cada uno de nosotros –concluye el texto–, podemos trabajar para poner en orden nuestra propia casa. La orientación que necesitamos para este trabajo no puede encontrarse en la ciencia ni en la tecnología, cuyo valor depende en última instancia de los fines a los que sirven; pero puede todavía hallarse en la sabiduría tradicional de la humanidad”. Schumacher localiza lo mejor de esta sabiduría en la filosofía y religión que heredamos de la Grecia clásica y del cristianismo. Nos recuerdan que la felicidad personal y la armonía social es la "añadidura" de los que buscan el bien, la verdad y la belleza, siguiendo el empinado camino jalonado por las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Una pregunta impertinente para mis lectores que también la formula el autor: ¿Cuál fue la última vez que usted oyó hablar de esas virtudes? ¿Las ha visto escritas en los estatutos de alguna organización o en un programa político?

 La Tribuna de Albacete 4/09/2017