El sábado vi la película “Tengamos la fiesta en
paz”. Su director, Juan Manuel Cotelo, es un cineasta original que no valora el
éxito por el número de espectadores (que también), sino por las cartas de
quienes confiesan: “He salido de la sala con deseos de mejorar mi ambiente,
empezando por mí mismo”.
Consciente de la influencia del séptimo arte, Cotelo
se centra en las vivencias más ordinarias, que suelen ser las más complejas y
trascendentes. En esta ocasión se ha atrevido con la familia y ha escogido el
formato de comedia-musical. “Tengamos la fiesta en paz” describe el infierno navideño
de una familia en el caserón de la abuela. El secreto que guardaban los padres para
el día de Reyes sería un mensaje escueto: “Hijos, estas han sido nuestras
últimas navidades en familia; mañana nos divorciamos”. Intuyendo la tragedia
que se avecinaba, los tres niños les prepararon una encerrona para animarles a
cambiar de actitud. Ellos ponen el humor; la abuela, cómplice necesario, el
aceite del sentido común.
El primer paso fue sustraer todas las pantallas
que impedían al matrimonio mirarse a los ojos, ver las necesidades ajenas y
arrimar el hombro. ¡Todos viajamos en el mismo barco! Segunda lección, dialogar
con humildad y caridad. ¡Nada de palabras vacías, gritos e insultos, como hacen
los partícipes de un reality show y sus señorías del Parla-miento!
Tercera lección, aprender a pensar y actuar con sentido común y sentido del
humor. ¡Cuántos matrimonios se han ahogado en un vaso de agua!
Las cosas se complicaron
tanto que los padres comprendieron lo absurdo que era montar una fiesta en el
infierno del egoísmo; duran poco, acaban mal. La alegría y la paz que reporta
la vida familiar solo es duradera cuando se combinan amor con humor.
La Tribuna de Albacete (6/12/2021)