Mientras escuchaba y leía los partes de guerra, he ido apuntando la disparidad de versiones sobre la invasión de Ucrania. ¡Tremendo!
¾ Una guerra cruel, injusta e ilegal. / Un ataque
preventivo para evitar males mayores.
¾ Una guerra contra el fascismo. / Ojo, que quien tacha
a otro de fascista prueba que no sabe de qué acusarle.
¾ En pleno
siglo XXI, ¿cómo se les ocurre recurrir a los tanques! / ¿Cómo ha sido posible odiarnos
durante tantas décadas sin que la sangre llegara al río?
¾ En la era de internet, los tanques me parecen unos
juguetes ridículos. / Deja que se desarrollen los acontecimientos. ¿Qué harás cuando
pinchen la nube de internet?
¾ Nadie se esperaba una agresión tan brutal y precipitada. /
Hacía años que se oían tambores de guerra. Las tensiones políticas (nacionales
e internacionales) necesitan una válvula de escape.
¾ No es mi guerra. / Espera, espera. Lo difícil es
hacer una guerra local.
¾ ¿Cómo puedo yo contribuir a parar la guerra? /
¿Cómo puedo beneficiarme de ella, en lo económico o en lo político?
¾ Una incursión peligrosa para todos y que nada va
a solucionar. / Iniciamos la reestructuración del mundo en tres
bloques: el Islam, Occidente y el Este (Rusia y China).
El lector encontrará más
contradicciones en estos discursos paralelos. No se moleste en contestarlas, ni se cargue de
razones para un debate entre sordos. Estamos ante el anverso y el reverso de
una misma moneda que, para colmo, es falsa. La única
lección cierta es que todos y cada uno de nosotros (en la ONU y en el patio de
vecinos) estamos obligados a respetar la legalidad vigente o a cambiarla por
las vías dispuestas por la propia ley. A quien no reconozca el derecho internacional o lo viole con
la fuerza de las armas, se le aísla y punto.