Se pueden ejercer muchas profesiones sin vocación.
La de maestro de escuela, imposible.
¿Cuál es la
profesión más influyente? Yo lo tengo claro: maestro de escuela. Voy a
argumentar mi respuesta con varios testimonios que, por aproximaciones
sucesivas, confluirán en don Fidel, el maestro de mis hijos jubilado anteayer.
Africa. Julius
Nyerere fue Presidente de Tanzania entre 1964 y 1985; una de las personalidades
más relevantes y respetadas en el proceso de descolonización del continente
africano. Sorprendentemente, todos le llamaban mwalimu (maestro de escuela). Esta fue su primera profesión de la
que estaba muy orgulloso. No olvidó su vocación en los veinte años de
presidencia desde donde consiguió alfabetizar al 80% de la población del país. Ni
la dejó de ejercer en los años posteriores cuando le llamaban para mediar en
todos los conflictos del continente africano. Educar para la paz y actuar de
juez de paz forman parte de las tareas de un maestro de escuela.
Europa. En 1957 el
Rey de Suecia concedió el Premio Nobel de Literatura a Albert Camus. El
laureado dedicó su discurso a su maestro de escuela, el señor Germain. “Sin usted, sin la mano
afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, no hubiera sucedido nada de esto”.
Fue él quien consiguió que aquella familia de emigrantes argelinos permitiera a
Albert cursar el bachiller, acompañó al niño a la capital para el examen de
ingreso y no descansó hasta que el Gobierno francés le concedió una beca.
Encontrar perlas ocultas, frotar el carbón para ver si esconde un diamante, es
otra de las funciones del maestro de escuela.
España. Hace unos años me acerqué
con mi familia a Coruña del Conde, un pequeño pueblo de Burgos donde mis abuelos
paternos ejercieron de maestros. En la plaza había un grupo de jubilados cuyas
caras adormiladas daban a entender que ya se lo habían contado todo. Al
enterarse que yo era nieto de D. Benito y Dña Juanita se les iluminaron los
ojos y empezaron a recordar lo mucho que habían recibido de ellos: “Nos
enseñaron a leer, a escuchar y a comportarnos”. Las lecciones vitales de un
maestro de escuela no las olvidan ni siquiera los alumnos más sencillos que se quedan
en el pueblo.
Albacete. El viernes pasado mi hijo pequeño
trajo una una nota del Director del
Colegio Príncipe Felipe. “(1) El próximo lunes, 28 de enero, no es lectivo. (2)
Aprovecho para comunicarles que ese mismo día me jubilan forzoso al cumplir la
edad reglamentaria. Quiero agradecerles a todos la extraordinaria colaboración
que siempre he recibido de su parte y que es imposible condensar en estas
líneas. GRACIAS. Fdo. Fidel Núñez”
Podría haber explicado don
Fidel que después de 46 años de maestro ya tenía derecho a descansar de tanta
chiquillería que no la aguantan ni los padres. Podría haberse quejado de lo
relegada que ha estado siempre la profesión. Podría haber sacado a relucir su
entrega personal a niños, padres y vecinos, más allá de las obligaciones del
cargo. Prefirió callar.
Yo tengo alguna información
privilegiada. Se la entresaqué un día que hubimos de pasar diez horas frente a
la urna del colegio para recoger veinte votos. Me contó que su primer destino
fue a un pueblo recóndito de la sierra de Albacete donde sólo podía accederse a
pie o en caballo. Allí instruyó a niños, padres y abuelos. Los veinte años
siguientes los pasó en Hoya Gonzalo enseñando cultura y paz a los niños y
ejerciendo de juez de paz con los padares al salir de la escuela. Todos,
excepto los abogados, estaban encantados. Ya en Albacete capital se especializó
en la enseñanza de matemáticas a chicos crecidos. Todavía guardamos las
adivinanzas que ponía a nuestro hijo mayor. Una buena manera de hacer
divertidas las matemáticas y avivar el ingenio de los niños. De todas estas
cosas podría haber presumido don Fidel en su carta de despedida. Se limitó a
dar gracias con esas mayúsculas que brotan del corazón.
Fidel, somos nosotros,
alumnos y padres, quienes debiéramos estar agradecidos por tanta entrega oculta
durante tantos años. Por favor, extiende el agradecimiento a tus compañeros ya
jubilados. A los que siguen en el fragor de la batalla anímales a no perder la
vocación. Se pueden ejercer muchas profesiones sin vocación. La de maestro de
escuela, imposible.
La Tribuna de Albacete (30/01/2013)