Cada vez más, la veleta política
está movida por los vientos de la indignación popular
La primera
dama de Brasil, Dilma Rouseff, todavía no acaba de creerse lo que vio la semana
pasada. Los 513 miembros del Congreso desfilaron uno tras otro ante la urna
para sentenciar su destitución. Ella que había sido reelegida para presidir el
estado de Brasil apenas hacía un año y medio. Ella que como líder del Partido
de los Trabajadores (PT), había continuado con las políticas progresistas de su
antecesor, Lula da Silva. Ella que había puesto a Brasil en el centro del
mapamundi organizando el mundial de fútbol y las olimpiadas. “Esto no es un impeachement, se lamentó impotente, es un golpe de estado so pretexto de un amaño en las cuentas públicas”.
Lo que no
cuenta la Presidenta de Brasil es que por un procedimiento similar cesaron a
Fernando Collor y a Fernando Cardoso, abriendo las puertas PT hace 13 años. Lo que no cuenta la Presidenta es que aunque la
corrupción ha existido siempre, su tamaño guarda proporción con el de los
presupuestos públicos que el PT ha disparado. También con la discrecionalidad tolerada
en el control de las empresas públicas.
Petrobás, la
gran petrolera brasileña, ha sido la principal fuente de sobornos. Al hundirse
el precio del crudo muchos negocios sucios han salido a la superficie. En una
situación de recesión económica (el PIB cayó un 5% el año pasado) el tamaño de
estos escándalos resalta más. La clase media ve como sus pequeñas
empresas son acribilladas a impuestos para tapar un déficit del 10% del PIB y sus hijos pierden sus puestos de trabajo. Ante tales calamidades esa mayoría silenciosa se indigna contra el Gobierno de turno por mucho que se llame “Partido de
los Trabajadores”.
En un
régimen presidencialista, como el brasileño, el Gobierno puede tomar muchas
decisiones al margen del Parlamento. Pero éste puede echar al Presidente si alía
en su contra a 2/3 de los parlamentarios. No hace falta que se lleven bien
entre ellos. Basta con que anticipen algún rédito electoral de la indignación
popular. Cada vez más, la veleta de la política está movida por los vientos de
la indignación popular. Vientos que los partidos políticos y los medios de comunicación
de masas se encargan de magnificar pero que difícilmente pueden controlar.
La Tribuna de Albacete 25/04/2016