Hoy hace 90
años que se consumó el hundimiento de Wall Street. El 28 de octubre de 1929,
lunes negro, el índice de la Bolsa neoyorkina cayó un 13%. La caída se sumaba al
-11% del jueves negro (24 de octubre) y demostraba que no se trataba de una
nube pasajera. En 1932 la caída acumulada de la Bolsa llegó al 89%. Por comparar. El IBEX español pasó de 5.500
puntos en 2003 a 16.000 en septiembre de 2008. Tras el crack bursátil, el IBEX
perdió la mitad de su valor antes de acabar el año y tocó fondo a mediados del
2012: 6000 puntos, una pérdida del 62%.
Los dos
cracks bursátiles fueron el resultado de una aceleración crediticia. La última
tiene la peculiaridad de que fue mucho más rápida gracias al nuevo modelo
bancario de “originar para distribuir”. Los bancos concedían hipotecas de baja
calidad (“sub prime”) con la confianza que podrían venderlas a la banca de
inversión. Esta se encargaba de “titulizarlos”, es decir, juntarlos en paquetes
negociables en Bolsa, y adornar los paquetes para disimular los riesgos
subyacentes.
Las dos explosiones
de crédito alimentaron sendos periodos de auge económico: los “Felices años 20”
y la “Gran moderación”. Los líderes económicos justificaron el boom bursátil
por los sólidos fundamentos de le economía. El tiempo desmintió semejante
optimismo. La caída de esos castillos de naipes generó sendas recesiones. En
Estados Unidos la tasa de paro subió del 1 al 24% en tres años (1929-32). En
España, del 8% al 26% entre 2008 y 2012.
La lección que podemos extraer
de ambas crisis es la misma. Una aceleración sostenida del crédito por encima
del crecimiento del PIB desvía el dinero hacia actividades especulativas. El
resultado son burbujas que merman la inversión productiva mientras se hinchan,
y colapsan la economía al explotar. ¿Cuántas crisis bursátiles necesitaremos
para aprender la lección?
La Tribuna de Albacete (28/10/2019)