Las descalificaciones sin fundamento,
desprestigian tanto al destinatario como al remitente.
Hay verdades
enteras, verdades a medias, mentiras y … estadísticas. Las últimas son más peligrosas si cabe, al
aparecer bajo la aureola de la cientificidad. En el mundo científico, los
tramposos son pronto descubiertos por sus colegas. En el Parlamento, por el
contrario, faltan esos colegas con la cualificación, la información y el tiempo
necesarios para descubrir las falsedades. Los oradores se limitan a exponer los
datos que les interesan y acusar de mentiroso al rival. No saben que las descalificaciones
sin fundamento desprestigian tanto al destinatario como al remitente. Y, lo que
es peor, imposibilitan cualquier acuerdo, incluso cuando los dos oradores estén
diciendo lo mismo.
El ejemplo
más reciente lo tenemos en el debate sobre el Estado de la Nación celebrado la
semana pasada y que se centró en temas económicos. Estos debates suelen
concluirse con una práctica tan irracional como estéril. Me refiero a esas
encuestas a pie de calle donde se pregunta a los transeúntes por el ganador. Yo
vería más útil pedir a un observador extranjero, libre del apasionamiento que
nos ciega a los de dentro, que valorara las divergencias y las convergencias
para ver si hay margen para un acuerdo constructivo.
Las
repetidas promesas de crear empleo o las acusaciones de destruirlo, que a
nosotros nos sacan quicio, a él le harían sonreír. Para bien o para mal, la
creación de empleo permanente no está al alcance de los políticos. Quienes lo
intenten no debieran olvidar los límites financieros, amén de las restricciones
impuestas por la economía global a la que pertenecen. ¿O es que se creen
soberanos absolutos?
Rubalcaba reprochó
a Rajoy por tener una política económica intervenida. Olvidó decir que la
intervención empezó en aquel aciago 10 de mayo de 2010, cuando Zapatero subió a
la tribuna del Congreso para anunciar las medidas contrarias a las que hasta
entonces había defendido. Dicen (y me lo creo) que el mismo Barak Obama le
telefoneó suplicándole un golpe de timón que evitara la quiebra financiera del
Reino de España que arrastraría al euro. La UE y el FMI le han exigido a Rajoy
redoblar el esfuerzo de consolidación fiscal. ¿Y qué haría Rubalcaba si su hada
madrina le colocara mañana en la Moncloa? –Más de lo mismo.
Tampoco le
faltó razón al líder socialista al afirmar que la UE había seguido una
estrategia equivocada al centrar todos los esfuerzos en la reducción del
déficit público. Los impuestos necesarios para equilibrar el presupuesto
saldrán del crecimiento económico que, al menos en el corto plazo, reclama
políticas fiscales y monetarias expansivas. Hemos de ser conscientes, sin
embargo, que estas políticas ya no pueden aprobarse a escala regional o
nacional. Sólo la UE puede promoverlas sin disparar la prima de riesgo. El mayor
logro de Rajoy ha sido presionar a las autoridades europeas para que bajaran el
techo de déficit y relajaran su política monetaria. Todos los partidos (los
españoles, por supuesto, pero también los alemanes) debieran seguir presionando
en el mismo sentido a los tecnócratas europeos.
Lo que sí
puede y debe hacer el gobierno español es crear condiciones favorables para la
recuperación económica a través de políticas de oferta. Este era el objetivo de
la reforma laboral lanzada por el PP. Podrá discutirse la mejor forma de flexibilizar
el mercado laboral, pero no su necesidad. ¿Qué es más importante?, preguntaría
nuestro observador extranjero a los inmovilistas: ¿Llenar cada día el coche de
gasolina o revisar el motor de vez en cuando para evitar pérdidas y asegurar
que utiliza toda su potencia?
Otro tanto
ocurre al Estado del Bienestar, otro de los temas estrellas del debate. ¿Qué es
más importante?, volvería a preguntar: ¿Mantener el nivel actual de las
prestaciones educativas, sanitarias y sociales o reformar las instituciones que
las sustentan a fin de reparar sus fallos y garantizar su sostenibilidad
financiera? El inmovilismo vuelve a perder a los socialistas. No han comprendido
que aquel Estado del Bienestar del “gratis total” es sencillamente
insostenible.
“Mucho ruido y pocas nueces”, sería
la conclusión de nuestro observador extranjero. El problema es que las nueces
disminuyen en época de crisis, mientras que el ruido aumentará a medida que la
cesta se vaya quedando sin nueces.
La Tribuna de Albacete (27/02/2013)