La sabiduría de las bienaventuranzas choca
frontalmente con la mentalidad occidental
Creo que era septiembre de 1995. En el salón
de actos de San Pedro Mártir (campus de la UCLM en Toledo) se procedía a
investir como Doctor Honoris causa a D. Marcelo González Martín, Cardenal Primado
de Toledo. Llegó la hora de pronunciar la lección magistral. Todos nos quedamos
sorprendidos de que subiera a la tarima de oradores sin papeles. Tal vez fue por
eso que sus palabras quedaron grabadas a fuego en mi mente. Empezó contando que
antes de llegar al salón de actos le habían enseñado una biblioteca con no sé
cuántos miles de volúmenes. –“Yo traigo en mi bolsillo una página que encierra más sabiduría que todos esos volúmenes juntos”, apostilló. Luego le llevaron a
la sala de incunables donde se encontraban manuscritos del siglo XV de un valor
inapreciable. “La página que yo tengo en
mi bolsillo es mucho más antigua y valiosa”, insistió. Al final
descubrió el misterio que guardaba en su bolsillo. Se trataba del Sermón de la
Montaña donde el evangelista Mateo resume la doctrina de Jesús, que es camino
de felicidad personal y armonía social. D. Marcelo, con la profundidad y elocuencia
que le caracterizaba, empezó a desvelar la sabiduría encerrada en las
bienaventuranzas.
Me acordé de esta historia la semana pasada
cuando en esta misma columna reflexionaba sobre las semejanzas y contrastes
entre la educación en valores y la educación en virtudes. En las
bienaventuranzas se habla de valores como la paz, libertad y justicia, esta última con ecos de
igualdad y verdad. Jesús, adviértase el
matiz, no llama bienaventurados a quienes son capaces de escribir bellos
tratados sobre cada uno de estos valores sino a quienes se acercan a ellos
practicando determinadas virtudes. Son bienaventurados los que trabajan por la
paz con mansedumbre y benevolencia. Son bienaventuradas quienes saben conjugar
su hambre y sed de justicia con la misericordia y benevolencia que caracteriza al
hombre justo. Son bienaventurados los que buscan la verdad con corazón limpio y
conducta honrada. Todo lo contrario de esos fariseos que, en las dobleces de sus
corazones, escondían dos varas de medir. Jesús llama bienaventurados (por
libres) a los pobres y los humildes. Los primeros han roto las cadenas que les
ataban a los bienes materiales. Los segundos (“pobres de espíritu”) se
identifican con aquellas personas que se han liberado del orgullo y la
autosuficiencia.
Son especialmente bienaventurados quienes perseveran en la búsqueda de esos
valores aun cuando el sentimiento no acompañe y el llanto nuble la pupila; o
cuando, por fuera, arrecien las calumnias y persecuciones. Todos somos capaces
de hacer una obra aislada de justicia o caridad si otros nos ven y aplauden. El
mérito está en el esfuerzo perseverante. Bien lo dijo J. M. Pemán: “Se ha
elogiado mucho a los héroes del 2 de Mayo. A mí me gustaría encontrar los héroes
del 2 de mayo, del 3 de mayo, del 4 de mayo…”
La
sabiduría que encierran las bienaventuranzas choca frontalmente con la
mentalidad occidental desde el hedonismo grecorromano, al utilitarismo del siglo XIX y el nihilismo contemporáneo. La furibunda crítica que Nietzsche lanzó al cristianismo se cebó,
precisamente, en el texto de San Mateo que acabamos de comentar. No podía tolerar que su "superhombre", libre para hacer lo que le viniera en gana, fuera desplazado por hombres ordinarios, fracasados y
carentes de personalidad.
Parece que el mensaje de las bienaventuranzas no
suena tan mal en Oriente. Sin ser católico, Gandhi las ensalzó e insistió que el secreto de
la paz estaba en la humildad y en el dominio propio. Benedicto XVI dio un paso más adentro al presentar las
bienaventuranzas como una radiografía del corazón de Jesús, modelo digno de imitar por todos. Concluye: “Frente
al tentador brillo de la imagen del hombre que da Nietzsche, este camino parece
en principio miserable, incluso poco razonable. Pero es el verdadero camino de
alta montaña de la vida; sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en
el Sermón de la Montaña, se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de
la vocación del hombre”.
La Tribuna de Albacete (26/06/2103)