miércoles, 26 de junio de 2013

Bienaventurados ... aunque parezca lo contrario

La sabiduría de las bienaventuranzas choca frontalmente con la mentalidad occidental

Creo que era septiembre de 1995. En el salón de actos de San Pedro Mártir (campus de la UCLM en Toledo) se procedía a investir como Doctor Honoris causa a D. Marcelo González Martín, Cardenal Primado de Toledo. Llegó la hora de pronunciar la lección magistral. Todos nos quedamos sorprendidos de que subiera a la tarima de oradores sin papeles. Tal vez fue por eso que sus palabras quedaron grabadas a fuego en mi mente. Empezó contando que antes de llegar al salón de actos le habían enseñado una biblioteca con no sé cuántos miles de volúmenes. –“Yo traigo en mi bolsillo una página que encierra más sabiduría que todos esos volúmenes juntos”, apostilló. Luego le llevaron a la sala de incunables donde se encontraban manuscritos del siglo XV de un valor inapreciable. “La página que yo tengo en  mi bolsillo es mucho más antigua y valiosa”, insistió. Al final descubrió el misterio que guardaba en su bolsillo. Se trataba del Sermón de la Montaña donde el evangelista Mateo resume la doctrina de Jesús, que es camino de felicidad personal y armonía social. D. Marcelo, con la profundidad y elocuencia que le caracterizaba, empezó a desvelar la sabiduría encerrada en las bienaventuranzas.
Me acordé de esta historia la semana pasada cuando en esta misma columna reflexionaba sobre las semejanzas y contrastes entre la educación en valores y la educación en virtudes. En las bienaventuranzas se habla de valores como la paz, libertad y justicia, esta última con ecos de igualdad y verdad.  Jesús, adviértase el matiz, no llama bienaventurados a quienes son capaces de escribir bellos tratados sobre cada uno de estos valores sino a quienes se acercan a ellos practicando determinadas virtudes. Son bienaventurados los que trabajan por la paz con mansedumbre y benevolencia. Son bienaventuradas quienes saben conjugar su hambre y sed de justicia con la misericordia y benevolencia que caracteriza al hombre justo. Son bienaventurados los que buscan la verdad con corazón limpio y conducta honrada. Todo lo contrario de esos fariseos que, en las dobleces de sus corazones, escondían dos varas de medir. Jesús llama bienaventurados (por libres) a los pobres y los humildes. Los primeros han roto las cadenas que les ataban a los bienes materiales. Los segundos (“pobres de espíritu”) se identifican con aquellas personas que se han liberado del orgullo y la autosuficiencia.
Son especialmente bienaventurados quienes perseveran en la búsqueda de esos valores aun cuando el sentimiento no acompañe y el llanto nuble la pupila; o cuando, por fuera, arrecien las calumnias y persecuciones. Todos somos capaces de hacer una obra aislada de justicia o caridad si otros nos ven y aplauden. El mérito está en el esfuerzo perseverante. Bien lo dijo J. M. Pemán: “Se ha elogiado mucho a los héroes del 2 de Mayo. A mí me gustaría encontrar los héroes del 2 de mayo, del 3 de mayo, del 4 de mayo…”
La sabiduría que encierran las bienaventuranzas choca frontalmente con la mentalidad occidental desde el hedonismo grecorromano, al utilitarismo del siglo XIX y el nihilismo contemporáneo.  La furibunda crítica que Nietzsche lanzó al cristianismo se cebó, precisamente, en el texto de San Mateo que acabamos de comentar. No podía tolerar que su "superhombre", libre para hacer lo que le viniera en gana, fuera desplazado por hombres ordinarios, fracasados y carentes de personalidad. 
Parece que el mensaje de las bienaventuranzas no suena tan mal en Oriente. Sin ser católico, Gandhi las ensalzó e insistió que el secreto de la paz estaba en la humildad y en el dominio propio. Benedicto XVI dio un paso más adentro al presentar las bienaventuranzas como una radiografía del corazón de Jesús, modelo digno de imitar por todos. Concluye: “Frente al tentador brillo de la imagen del hombre que da Nietzsche, este camino parece en principio miserable, incluso poco razonable. Pero es el verdadero camino de alta montaña de la vida; sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en el Sermón de la Montaña, se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de la vocación del hombre”.
La Tribuna de Albacete (26/06/2103)

miércoles, 19 de junio de 2013

Educar en valores, educar en virtudes

Educar en virtudes es el mejor entrenamiento para la conquista de valores

Cuando uno visita una catedral (las góticas son mis preferidas) oye expresiones de admiración como estas: “¡Qué amplitud! ¡Qué luminosidad!”. Algunos se fijan en los majestuosos arcos y bóvedas. Muy pocos son los que se detienen a contar las columnas, a medir el diámetro de sus basas y a calcular la profundidad de sus cimientos. Sin embargo, esas columnas son el soporte de los arcos y las bóvedas que crean el espacio y la luminosidad de la catedral. Sirva esta imagen como introducción al artículo de este miércoles que versará sobre la educación en valores y virtudes. El espacio y luminosidad de la catedral podrían identificarse con los valores; las columnas, con las virtudes.
                Hablar de educación en valores se ha convertido en un tópico. Hemos de congratularnos de que en el ideario de un número creciente de colegios, universidades y clubs deportivos o recreativos se ensalce la educación en valores. Es también motivo de alegría que los valores básicos sean compartidos por casi todos. ¿Quién no desea la paz, la justicia, la igualdad, la libertad o la democracia? Pero, ¿cómo asegurar que esos valores pasen a ser operativos en la vida de las personas y en la convivencia social? Una asignatura como Educación para la Ciudadanía puede conseguir que los alumnos se aprendan de memoria una lista de valores y derechos fundamentales; amarlos y vivirlos es otro cantar que difícilmente puede enseñarse en las aulas. La primera causa de este fracaso proviene del ambiente contrario que nos rodea. Nada más acabar la clase sobre movimientos pacifistas, el niño, adolescente o joven conecta su móvil para matar marcianos; por la tarde ve una película donde muere hasta el apuntador; y en el telediario de la cena contempla como los diputados vierten por sus bocas el odio almacenado en sus corazones.
La segunda causa del fracaso debemos buscarla dentro de nosotros, padres. Educar en virtudes es el mejor entrenamiento para la conquista de valores. Pero el entrenador ha de ir delante y no todos los padres están dispuestos. Los padres educan para la paz cuando animan a sus hijos a pedir perdón y ellos mismos se abajan para pedirles perdón de vez en cuando. O cuando se ponen a contar con ellos hasta que les pasa el enfado. Sin dominio propio no puede haber paz; tampoco podemos hablar de libertad.
La familia es el laboratorio natural para la educación en virtudes pues en ella (y solo en ella) florecen los tres ingredientes básicos que se requieren para la tarea: amor, cercanía y continuidad. El amor de los padres se manifiesta en el deseo de dejar a sus hijos la mejor herencia (las virtudes) y les da energía para perseverar en la difícil tarea de la educación. Nadie resiste tanto como los padres, porque nadie ama tanto. La cercanía permite que las virtudes se transmitan por contagio. No te entretengas en enseñar gramática a tus hijos; háblales un buen castellano. Lo mismo pasa con las virtudes. La convivencia familiar es, por otra parte, tan intensa, íntima y continua que las oportunidades de educación se multiplican. Aunque en un momento les hayas dado un mal ejemplo, podrás enmendarlo una hora después. Y no te preocupes si tu hijo se tapa los oídos; mañana estará más receptivo.
Tradicionalmente, la religión ha sido la segunda palanca de la educación en virtudes y valores. Imagina que un día entras en una iglesia y oyes estas palabras de Jesús: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. Si le hicieras caso, aunque llegaras tarde a misa, te habrías entrenado para la paz y la estarías sembrado en tu familia y vecindario.
Las reflexiones anteriores me llevan a dos inquietudes que transmito al lector para quitarme un peso de encima. ¿Qué podemos esperar de una sociedad que ensalza la educación en valores y descuida la educación en virtudes? ¿Y de un sistema que desprecia y fustiga a las instituciones que históricamente han demostrado ser decisivas para la educación en virtudes? Hacemos nuestra la denuncia de C. Lewis a la hipocresía de eso que llamamos modernidad: “Extirpamos el órgano y nos lamentamos de que queden sin realizar las funciones que le son propias”. 
La Tribuna de Albacete (19/06/2013)

miércoles, 12 de junio de 2013

Presiones sobre las pensiones

La pirámide demográfica europea cada día se parecen más a una bombona de butano

El tema de las pensiones es tan recurrente como la vida misma. Cada generación debe replantearse si la sociedad dispone hoy de recursos para financiar a sus mayores y si, a un par de décadas vista, podrá asegurar su propia vejez. En España las batallas sobre las pensiones se han librado en un escenario llamado “Pacto de Toledo”. Allí, en 1993, se gestaron las líneas maestras del sistema de pensiones y acordó que se trataba de una “materia de estado”, por encima de las ideologías y conveniencias electorales. Cualquier reforma futura habría de gozar de consenso entre partidos políticos y agentes sociales. Veinte años después casi nadie discute las ventajas del sistema de reparto allí aprobado, pero casi todos son conscientes de lo vulnerable que resulta a cambios demográficos y/o económicos.  

La pirámide demográfica europea se empieza a asemejar a una bombona de butano. Cada vez nacen menos niños y casi todos los que nacen viven hasta bien entrados los ochenta años. La tasa de dependencia española se aproxima a la media europea (cuatro cotizantes por jubilado), pero crece mucho más deprisa. La razón es obvia: en el último cuarto de siglo pasamos a ser el país europeo con mayor tasa de natalidad al país con la tasa más baja. El alargamiento de la vida es el segundo factor en juego; también muy importante, aunque aquí la evolución es similar en todos los países.  

Añadamos ahora el factor económico. La tasa de desempleo española pasó del 8% en 2007 al 25% en 2013. Seis millones en personas en edad de trabajar no solo no contribuyen a financiar a sus mayores sino que necesitan ser subvencionados. El resultado de estos dos procesos (demográfico y económico) explica el déficit actual de la seguridad social y su quiebra inminente. Sí o sí. La reforma del sistema de pensiones resulta imprescindible y urgente.

Una primera solución consiste extender la edad normal de jubilación. En España la hemos elevado de los 65 a los 67 años y con perspectivas alcistas. Me aterran los resultados previsibles sobre el mercado laboral. En desempleo de los años ochenta se mitigó parcialmente reduciendo la edad de jubilación. Ahora caminamos en dirección contraria. Estamos agravando unos de los problemas más serios que adolece la sociedad española: el paro juvenil.  No desearía quitar el puesto de trabajo a mis hijos o nietos.

Una segunda solución (la preferida por la izquierda política) consiste en aumentar la cuantía de las cotizaciones sociales.  Actualmente representan el 10,5% del salario medio. Podía subirse  hasta el 13 ó 14% vigente en algunos países europeos. ¿Con qué efectos? A nadie se le escapan que un gravamen excesivo del trabajo desalienta la contratación e incentiva la economía sumergida. Los trabajadores de esta economía fantasma ni cotizan ni tienen seguros de ningún tipo. Lo peor de lo peor.

La tercera solución consiste en flexibilizar la cuantía de las pensiones para adaptarlas a la coyuntura económica. Esta es la solución estrella propuesta hace unos días por el grupo de expertos nombrado por el Gobierno. En lugar de indiciar las pensiones con el IPC, el ajuste anual se hará depender de las condiciones demográficas y económicas del momento. 

La medida me parece razonable. Todos, empezando por los pensionistas, habrán de esforzarse para asegurar la sostenibilidad del sistema de reparto. Ahora bien, para que la seguridad social siga haciendo honor a su nombre, el menú propuesto por el comité de expertos habría de ser aderezado con tres ingredientes adicionales. (1) Dar facilidades a quienes desean completar su jubilación con seguros privados. (2) Introducir límites superiores e inferiores para que el ahorro generado en las épocas de auge cubran el déficit propio de las recesiones. (3) Ampliar el colectivo asegurado a todos los trabajadores europeos. Ello permitiría que, en cada momento, los países con superávit colaboraran en la financiación de los países deficitarios. No hemos de olvidar que las pensiones son un sistema de seguros y cuanto mayor sea el colectivo asegurado menor será el riesgo. Un argumento más para la defensa de la Unión Europea. 

La Tribuna de Albacete (12/06/2013)

jueves, 6 de junio de 2013

La banca y su máquina de crear dinero

No hay que echar oxígeno (crédito) al globo de la especulación

Cuentan que en los años de prosperidad un constructor entró en el despacho del director del banco que le esperaba con los brazos abiertos. –Hoy vengo a pedirte mucho dinero, dijo el constructor. –Lo que quieras y para lo que quieras, respondió el banquero; nuestro negocio consiste en dar crédito a gente tan cumplidora como tú. Al oír la cifra astronómica que le pedía no pudo menos de preguntar: –¿Y qué vas a hacer con tanto dinero? –Comprar tu banco, respondió el constructor.
Cuando empiezo a contar una historia a mis hijos, ellos me interrumpen para asegurarse: “¿Ha ocurrido de verdad?” Mi respuesta suele ser: “Si no ha ocurrido, puede pasar en cualquier momento”. Lo mismo diría de la historia del banquero y el constructor. Lo más grave es que nadie se está tomando en serio la prevención de este riesgo.
En la economía actual los bancos pueden crear cualquier cantidad de dinero a través de la concesión de créditos. Los efectos, como demuestra la crisis de 2008, suelen ser perniciosos: millones de personas aplastados por la deuda; burbujas en los mercados inmobiliario y bursátil que hacen daño al inflarse y al explotar. Los que saben un poco de economía dirán que, en el sistema de reservas fraccionarias la capacidad de crear dinero bancario está limitada por el coeficiente de caja impuesto por el Banco Central. Los que saben más de economía (sobre todo de economía práctica) matizarán que en la actualidad, con un coeficiente del 2%, este límite apenas restringe. Hay países, como Canadá, que han eliminado el coeficiente de caja sin apreciarse cambios relevantes. El verdadero límite a la banca proviene de la necesidad de cuadrar cada día su balance financiero; no se admiten descubiertos. Cuando el banco A presta un millón de euros a un constructor lo que hace es abonar esa cantidad en su cuenta corriente. El crédito se convierte automáticamente en depósito y en medio de pago (dinero). Lo normal es que el constructor haga una serie de pagos y el millón de euros acabe en el banco B. Por la noche, el banco A deberá acudir al mercado interbancario o al Banco Central. Si el descubierto se repite un día detrás de otro, los problemas de liquidez del banco A acabarán siendo problemas de solvencia. Así empiezan las crisis bancarias.
Los economistas austriacos proponen la vuelta al patrón oro y la instauración de un coeficiente de caja del 100%. Bajo este sistema, concluyen, la banca no podría crear dinero y se acabarían todos los problemas asociados a la sobreemisión. No se dan cuenta estos economistas que una economía en crecimiento necesita la expansión de medios de pago y que esto ocurre de forma automática gracias al crédito bancario. Con las medidas propuestas se agravarían los problemas de liquidez e insuficiencia de demanda efectiva, problemas endémicos en las economías capitalistas.
El mal no estriba en que la banca pueda crear dinero, sino que pueda hacerlo para financiar actividades especulativas. Si el crédito se destinara a aumentar la producción de bienes no habría que temer la inflación pues la oferta de bienes crecería a la par que la demanda.  Pero si este dinero se destina a comprar terrenos, acciones y otros activos no reproducibles  el impacto se registrará directamente en los precios. Son las burbujas inmobiliarias y bursátiles a las que nos hemos referido antes.
La crisis de 2008 ha puesto en evidencia la necesidad de reformar las reglas e instituciones del sistema financiero. La reforma más importante, absolutamente necesaria para evitar un nuevo episodio de crisis financiera, está por hacer. Su objetivo ha de ser obligar a la banca a discriminar entre el crédito para inversiones productivas y el crédito para inversiones especulativas. El primero debería gozar de la fluidez que han tenido hasta el presente. No hay que poner palos en las ruedas del carro empresarial. No se debiera admitir, empero, que los bancos ejercieran su poder de crear dinero para financiar actividades especulativas. Al constructor que deseaba un crédito para comprar las acciones del propio banco se le despacharía con la siguiente nota: “Para financiar este tipo de inversiones, que no crean riqueza y suelen tener un componente especulativo, le aconsejamos que recurra a sus propios ahorros o que emita bonos para captar el de sus compañeros”.
La Tribuna de Albacete (5/06/2013)