El drama de
la inmigración sigue rasgando nuestras retinas. El viernes llegaron a las
costas próximas al Peñón de Gibraltar 627 personas en 35 pateras. Los
inmigrantes salieron corriendo antes de que llegara la policía. Los bañistas aprovecharon
para hacerse selfies solidarias.
La solución
al a la inmigración masiva y desesperada pasa por la inversión productiva en
África y la libre exportación de los bienes que sean capaces de producir. Ninguna
de las dos condiciones se da en estos momentos. Occidente predica el libre
comercio, pero lo restringe allí donde tiene algo que perder; en la agricultura,
por ejemplo. El capital se mueve a la velocidad de la luz, cierto, pero solo un
10% se destina a actividades productivas y nunca llega a los países más pobres que,
por definición, carecen de las infraestructuras necesarias para el desarrollo.
La ayuda al
desarrollo es imprescindible para romper el círculo vicioso del subdesarrollo.
En los objetivos del milenio (ONU, 2000) se acordó destinar un 0.7% de la renta
a estos fines. La crisis de 2008 barrió las buenas intenciones. La alternativa
sería introducir un impuesto sobre transacciones financieras, la conocida “tasa
Tobin”. Siendo que estas transacciones son muy superiores al PIB mundial, bastaría
un tipo del 0.025% para asegurar a todos los países del Tercer Mundo los fondos
que necesitan para construir y mantener las infraestructuras del desarrollo.
También para ofertar una educación y sanidad básicas. El objetivo final es
crear las condiciones para que emerjan emprendedores y técnicos indígenas.
Ellos son quienes multiplicarán la riqueza y los puestos de trabajo. Quizás
algún día agradezcamos que nuestros hijos o nietos puedan encontrar empleo en
el Tercer Mundo.
La Tribuna de Albacete (30/07/2018)