domingo, 25 de junio de 2023

Pascal a los cuatrocientos: Ciencia, razón y fe

 

El año 2023 es un año rico en aniversarios. La semana pasada celebramos el nacimiento de Adam Smith, padre de la Economía. Hoy dedicamos nuestra columna semanal a Blaise Pascal. Un científico prematuro e inquieto, ya antes de los 20 años  había hecho aportaciones significativas a las Matemáticas y la Física, además de idear inventos tan útiles como la “máquina aritmética” (la primera calculadora).

Su deseo de llegar al fondo de las las cosas le obligaron a plantearse las cuestiones fundamentales. La ciencia busca mejorar las condiciones de vida del ser humano. ¿Pero qué es el ser humano? ¿Qué sentido tiene su vida? ¿Cómo resolver las paradojas que marcan nuestra existencia?  Todos los humanos buscamos la felicidad pero no nos caracterizamos precisamente por ella. Todos presumimos de libertad pero cada vez estamos más esclavizados a nuestros propios inventos. Estas paradojas no pueden ser afrontadas por el método científico. Tampoco el razonamiento filosófico nos lleva demasiado lejos. Cada filósofo se ve obligado a crear su propio método y vocabulario que aumenta la confusión general.

En esa encrucijada Pascal da un salto a la dimensión trascendente.  Le fascina, en particular, el Dios del cristianismo. Un Padre tan cercano que se encarna en Jesucristo para manifestar la esencia de Dios y del hombre. Amar y ser amado es lo que da sentido y plenitud a la vida humana. La paradoja de la libertad queda resuelta cuando uno descubre que es libre no para hacer lo que le venga en gana sino para escoger lo mejor en cada circunstancia.

La Edad Moderna abrió las puertas a la ciencia y el ateísmo, como si Dios estorbara el desarrollo científico. Blaise Pascal demostró que la fe en Dios es “razonable”, confiere un sentido pleno a la vida humana y pone la ciencia al servicio de la humanidad.

La Tribuna de Albacete (26-06-2023)

domingo, 18 de junio de 2023

Adam Smith y la mano invisible a los 300 años.

 

Adam Smith, cuyo 300 aniversario de su nacimiento estamos celebrando, ha pasado a la historia del pensamiento como defensor del libre comercio y padre de la ciencia económica. Tras una estancia en Londres, el profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow se preguntó por las causas de desarrollo económico de Inglaterra desde mediados del siglo XVIII. En su obra magna de 1776, “La riqueza de las naciones”, Smith intuyó que las razones del éxito estribaban en haber acertado a liberar la iniciativa privada encauzada por la mano invisible de los mercados competitivos. Buscando su propio beneficio, el empresario trata de mejorar las mercancías al tiempo que reduce sus costes y crea puestos de trabajo. El mismo espíritu de superación se aplica a los trabajadores en su deseo de mejorar sus condiciones de empleo y sueldo. El aliciente de mejora es fuerte pues de no hacerlo individuos y empresas son barridos por la competencia.

Para funcionar eficientemente, la mano invisible necesita unas condiciones mínimas. La primera es la propiedad privada que premia con beneficios a los que hacen las cosas bien y castiga con pérdidas a los que las hacen mal. La segunda se refiere a la existencia de unas bases morales suficientemente sólidas. Si robar, engañar o asumir riesgos de forma imprudente pasan a ser conductas habituales no hay sistema económico que se sostenga. La tercera condición consiste en completar la economía de mercado con un sector público que supla sus deficiencias. La intervención pública es necesaria para administrar la justicia e implantar el orden público, para crear las infraestructuras del comercio y para educar a todas las personas. No ignora el escocés que el remedio público puede ser peor que la enfermedad y recomienda que algunos de estos servicios se realicen en cooperación con la iniciativa privada.

A los 300 años de su nacimiento, los mensajes de Adam Smith siguen vivos. La mano invisible de la iniciativa privada en mercados competitivos cada día está más anquilosada.

La Tribuna de Albacete (19/06/2023)

lunes, 12 de junio de 2023

Guerra y Paz

 Los rusos tienen fama de ser los mejores novelistas del mundo. “Guerra y Paz”, escrita por León Tolstoi en 1869, es un botón de muestra. En ella describe el día a día en el imperio ruso desde las Guerras Napoleónicas (1805-1812) hasta la Guerra de Crimea (1865-69). Por cierto, en esta guerra Tolstoi participó como soldado, y empezó a escribir la novela que nos ocupa.

 La historia nos ha sido contada como una sucesión de guerras. Los periodos de paz más parecen un armisticio para preparar un nuevo ataque. Tolstoi se singulariza por las reflexiones psicológicas, sociales, filosóficas y religiosas que extrae de tales conflictos. A su entender la historia no la impulsan un puñado de héroes; es arrastradas por las masas enardecidas. Estas se mueven al vaivén de movimientos culturales que en aquel periodo se gestaban en la corte de San Petesburgo. Allí pululaba la aristocracia rusa rebosante de tierras y deudas. Las intrigas palaciegas suministraron el combustible de algunas guerras. Había personas (con un claro perfil psicópata) que sabían crearlas y manejarlas en su favor. La guerra formaba parte de su razón de ser y de sus ingresos. Los palacios fueron también caldo de cultivo para los masones. Aunque presumieran de ateísmo pacifista, las logias masónicas crearon una nueva religión que adoraba a la Humanidad. Su misión como intelectuales consistía en manipular las masas hacia un nuevo mundo que alcanzaría la paz cuando todos pensasen como ellos.

 Las imágenes desgarradoras que nos llegan cada día desde Ucrania han traído a mi mente la novela de Tolstoi que nos sigue interpelando a ciento cincuenta años vista. ¿Hemos aprendido algo después de tantas guerras? La eliminación de Dios del horizonte humano, ¿diluye o alimenta las guerras? ¿Serán más o menos peligrosas para la humanidad las guerras del futuro? ¿Alguien se atrevería a descartar la utilización de armas nucleares que nos llevarían a la tercera (y última) guerra mundial? 

La Tribuna de Albacete (12/06/2023)

domingo, 4 de junio de 2023

Elogio del sosiego

 La campaña electoral de primavera ha dejado a muchas personas afónicas, crispadas, con los nervios a flor de piel. Quien más, quien menos, todos anhelábamos unos meses para sosegar nuestros cuerpos y mentes.

No va a ser posible. Cuando todavía no había acabado el recuento de votos, el Presidente ha decidido convocar nuevas elecciones, como si el mejor remedio contra la resaca fuera otra borrachera. La campaña electoral de verano animará a los políticos a prometer lo imposible y avivará el odio entre ellos. Es bien sabido que en campaña todo vale. Mentir y calumniar es moneda común.

 En tiempos de elecciones es difícil pedir otra cosa a los partidos políticos. Pero, ¿acaso no pueden los ciudadanos votar por otros valores y actitudes? Tampoco es fácil. La pseudodemocracia que entre todos hemos creado, no nos permite descansar. Ambos bancos políticos temen que el partido que acceda al poder no se limite a gestionar los servicios públicos si no que se empeñe en cambiarlo todo desde arriba.

 Hoy me gustaría romper una lanza en favor del sosiego. Los políticos han de saber que nadie les ha pedido cambiar el mundo en cuatro años. Tampoco podrían hacerlo. Sería contraproducente. Lo único que conseguirían es pisotear la libertad y la iniciativa de las personas.

 El sosiego significa también acostumbrarse a pensar antes de actuar y escuchar antes de hablar. En responder al adversario empezando por valorar sus mensajes positivos y criticar sus contradicciones sin perder la calma.

 Esa capacidad de pensar, escuchar y dialogar no se improvisa. Requiere un dominio propio en el que posiblemente no hemos sido educados ni ejercitados. Una cosa tengo clara. El peor caldo de cultivo, para el sosiego, la veracidad y el dominio propio son las campañas electorales.

 La Tribuna de Albacete (5/06/2023)