La
Semana pasada tuve la oportunidad de asistir a un congreso en la Universidad de
León. A medida que el AVE me alejaba de Madrid pude palpar lo que era la España
vacía. De ahí mi sorpresa al llegar a una ciudad rebosante de peregrinos.
Siguiendo la corriente principal me di de bruces con la Catedral de León, el
más puro y bello ejemplar gótico de España. Para describir el aspecto exterior
solo tengo una palabra: “impresionante”. Para valorar el interior del templo no
hay palabras. Me parecía haber sido transportado a otra época de la historia
donde las personas eran capaces de hacer obras maravillosas e inmortales. Sus 737
vidrieras, que cubren 1800 metros cuadrados, elevan al peregrino.
La luz que penetraba por las
vidrieras despertó en mí algunas preguntas fundamentales. ¿Cómo consiguió una
pequeña ciudad de 5000 habitantes levantar una catedral de esa altura y perfección
en apenas cincuenta años (1255-1302)? ¿Y cómo es posible que 720 años después se
mantenga en pie, en todo su esplendor? Esta fue mi conclusión: Aquellas pobres
y humildes personas eran conscientes de estar levantando un templo para Dios y Dios
merece lo mejor.
¿Por qué los libros de texto
siguen empeñados en hablar de la oscura Edad Media siendo que en ella se
construyen las catedrales más esbeltas y luminosas, auténticos prodigios de la arquitectura?
No tengo respuesta para esta pregunta. Posiblemente sea un reflejo de los
prejuicios con los que nos envolvió la modernidad. De estos prejuicios hemos
heredado el miedo a mirar hacia arriba y hacia dentro.
¿Cómo explicar que 720 años después la catedral de León siga teniendo esa fuerza de atracción para personas de todo el mundo? Será que la via pulchritudines (la búsqueda de la belleza) sigue abierta. Posiblemente es el camino apropiado para reconstruir nuestra sociedad actual, tan materialista y fragmentada.
La Tribuna de Albacete (27/09/2021)