La semana pasada el bitcoin alcanzó un nuevo máximo histórico: 56.213 dólares estadounidenses. Cuando en 2010 se lanzó el primer bitcoin apenas cotizó a 0,35$. No empezaron a demandarse y revalorizarse hasta 2017. En el 2018 el precio se triplicó aunque pronto sufriría una severa corrección. Desde finales de 2020 ha experimentado un ascenso trepidante que lo ha convertido en una de las mejores inversiones de la historia.
Las criptomonedas, el bitcoin es
la más importante, cumplen la función del oro en el siglo XXI. La gente
necesita un refugio seguro para sus ahorros, un instrumento que sea difícil de manipular.
Los bancos centrales pueden multiplicar los dólares o bolívares bajo la presión
de los gobiernos generando una hiperinflación. Nadie ha conseguido multiplicar
el oro. Tampoco podrá hacerlo con las criptomonedas, aunque personalmente temo
más a los hackers informáticos que a los alquimistas.
La segunda función del dinero es
que sea útil como medio de pago. Aquí las ventajas del bitcoin sobre el oro, e
incluso sobre las monedas fiduciarias, son evidentes. Una transferencia
intercontinental se realiza en un click, a coste cero y sin los interminables
controles burocráticos. Esta opacidad no gusta a los políticos.
Los economistas temen su extrema
volatilidad. Ante una oferta fija (se aproxima progresivamente a 21 millones de
monedas virtuales) el precio de mercado dependerá de la imprevisible evolución
de la demanda. Esto convierte al bitcoin en un instrumento de especulación. A
título individual uno puede ganar mucho (o perder mucho) acumulando monedas
virtuales. La sociedad, en cambio, no será más rica aunque el bitcoin siga revalorizándose
al ritmo del último mes (80%). Se empobrecerá, de hecho, si desvía parte de su renta
anual de la inversión productiva a las apuestas especulativas.
La Tribuna de Albacete (22/02/2021)