En el
lenguaje actual la palabra “mantra” alude a esas frases hechas que se repiten a
modo de latiguillo para ensalzar o condenar ciertas instituciones o ideas. El
“liberalismo” es uno de los términos más cargado de mantras, siempre con una
finalidad denigratoria. Tales condenas no necesitan prueba alguna, se imponen al
repetirse amplificadas desde los centros mediáticos.
Primer
mantra: el liberalismo es una corriente política asociado a la ultraderecha. Falso.
El contraste estatismo / liberalismo no se sitúa en el eje horizontal (izquierda
/ derecha), sino en el vertical (arriba / abajo). Hitler y Stalin coinciden en su odio a la
libertad y la concentración del poder económico y político para controlarlo
todo desde arriba. El liberalismo apunta a una organización de abajo – arriba
dando protagonismo a la iniciativa privada libre y responsable. Responsabilidad
en el sentido que quien hace las cosas bien progresará recompensado con el
éxito económico.
Segundo
mantra: el liberalismo favorece a los ricos. Falso. El liberalismo estimula a
todos los agentes económicos a dar lo mejor de sí mismos para crear y disfrutar
de la riqueza que crean. Buscando el beneficio privado, el empresario está
obligado a innovar y producir bienes cada vez mejores y más baratos. De no
hacerlo, pronto será barrido por la competencia. Esas empresas crean, al mismo
tiempo puestos de trabajo que permiten a las familias vivir con más libertad y
bienestar que cuando dependían de las subvenciones concedidas por los políticos.
Tercer
mantra: el liberalismo descuida necesidades sociales tan básicas como la
sanidad y la educación. No, el liberalismo deja que los demandantes (familias) satisfagan
a su manera tales necesidades y que los oferentes (empresas) actúen de forma
eficiente, lo que genera más riqueza a repartir y más impuestos. El estado
puede priorizar estos servicios sociales, pero sería absurdo que prohibiera la
iniciativa privada y la competencia. La sanidad privada ayuda a aligerar las
colas. La educación privada se adapta mejor a las necesidades concretas y reduce
las presiones ideológicas de los centros públicos.