miércoles, 28 de marzo de 2012

Huelga general, contra todo

El ejercicio del derecho de huelga muestra el grado de civilización de un país,


Aprendí lo que era y no debiera ser una huelga cuando fue a estudiar a la Universidad de Barcelona a mediados de los setenta.  Aquel año, puedo decirlo sin exageración, vivimos en estado de huelga.  El lunes teníamos un par de clases, el martes una y a partir del miércoles los ánimos se caldeaban tanto que el Decano cerraba la facultad hasta nueva orden.  Las huelgas estaban protagonizadas por los profesores no numerarios (penenes), quienes gozaban del apoyo de toda la comunidad universitaria.  ¿Cómo iba a dar clase el catedrático si su ayudante estaba con los brazos cruzados?  Lo curioso del caso es como no existía el derecho a huelga tampoco existía la posibilidad de reducir del sueldo las horas no trabajadas.  No debería ser muy alto el sueldo de los penenes pero la remuneración por hora efectiva de trabajo debió dispararse al infinito aquel curso que no llegaron a impartir una clase completa.
La Constitución de 1978 empezó a poner un poco de orden en el asunto distribuyendo derechos pero también obligaciones y responsabilidades.  El artículo 28 admite el derecho de los trabajadores a sindicarse… o a ir por libre.  El derecho a la huelga…y al trabajo.  Desde el momento en que legalizaron la huelga y la descontaron del sueldo, el número de horas perdidas bajó a niveles europeos. Bastó este pequeño elemento de responsabilidad económica para que las aguas se recondujeran a su cauce.  El problema es que todavía quedan muchos ámbitos donde la responsabilidad brilla por su ausencia.
El derecho de huelga, sobre todo cuando goza del calificativo de “general”, está perdiendo su objetivo y los medios que le son propios.  Lejos de defender los derechos de los empleados contra las presiones injustas del empleador, se convierte en un arma política contra el gobierno de turno y contra todo lo que éste haga.  Algunos políticos disfrazados de sindicalistas utilizan la huelga para recuperar lo que perdieron en las urnas.
                La segunda perversión consiste en interpretar el derecho constitucional como una patente de corso que les faculta para tomarse la justicia por su mano.  El huelguista profesional, que los hay, no se conforma con abandonar el puesto de trabajo para manifestar sus reivindicaciones en la calle.  Aspira a que nadie pueda trabajar y para eso nada mejor que bloquear la red de transportes o cruzar un autobús en la vía pública.  No pretendo que se inventen castigos nuevos para esos huelguistas.  Me conformo con que se les aplique el código civil y el penal, como hacen contigo y conmigo.  Si un “piquete informativo” (¡vaya con los eufemismos!) no te deja entrar a trabajar, el castigo debería ser similar al que sufrirías tú si impides salir de casa a uno de los miembros de ese piquete el día siguiente a la huelga.  ¿Qué indemnización debería pagar yo a los comerciantes del barrio si esta tarde mis hijos juegan a ver quién rompe más lunas de los escaparates?  Pues la misma sanción pido para los delincuentes de mañana.
La responsabilidad implica que los convocantes de una huelga se hagan cargo de los daños materiales causados a no ser que sean capaces de identificar y denunciar a los autores materiales.  El coste de las reparaciones habría de ser descontado de las subvenciones oficiales al sindicato o del sueldo que las empresas han de pagar a los liberados.  Les aseguro que con estas estrategias se cortaba en seco la barbarie asociada a las huelgas. 
                  El ejercicio del derecho de huelga muestra el grado de civilización de un país.  Pasado mañana hablaremos.  Sin aminorar la responsabilidad directa de los manifestantes, hay que dejar claro que los culpables últimos de las tropelías son esos líderes sindicales que tienen valor para convocarlas, pero no para controlarlas.  Culpables son también, y sobre todo, los gobernantes que no se atreven a regular con seriedad el ejercicio del derecho de huelga asegurando que todos pueden ejercer el derecho a trabajar o dejar de trabajar, y que todos pueden acceder a los servicios públicos.  Las huelgas se hacen contra el patrón, no contra los consumidores. 

La Tribuna de Albacete (28/03/2012)

miércoles, 21 de marzo de 2012

Desmontando las objeciones al cheque escolar

Las más de las veces la resistencia al cheque escolar es fruto de la ignorancia o 
prejuicios.  Pero no hay que ignorar la presión de los intereses creados.

En los tres artículos anteriores he presentado las ventajas del cheque escolar, ese sistema que confiere a los equipos directivos de cada centro capacidad para organizar la enseñanza a su manera; y a los padres, libertad para matricular a sus hijos en el centro que les merezca más confianza.  Hoy trataré de desmontar los prejuicios más extendidos acerca del cheque escolar, que no son pocos.
Primera objeción: Estamos ante la típica solución neoliberal que se atreve a mercantilizar algo tan sagrado como la educación.
Réplica.  Niego la mayor.  Con el cheque escolar la educación seguirá siendo gratuita y obligatoria.  El Estado conservará un papel decisivo en la educación al fijar el presupuesto por alumno (que eso significa el cheque entregado a los padres), así como los contenidos mínimos en las asignaturas troncales.  No desaparecerán los colegios públicos, aunque sí se les obligará a competir con los privados.   Si no consiguen atraer un mínimo de alumnos habrán de modificar el enfoque o, tal vez, introducir un equipo directivo que se implique más.  Si a eso le llamamos mercantilizar de la enseñanza, bienvenida sea la mercantilización.  A decir verdad, los economistas neoliberales son los únicos que tienen derecho a quejarse pues el control estatal no desaparece por completo con el cheque escolar.  Los liberales moderados justificamos este control por los efectos externos de la educación (una persona bien educada mejora el bienestar social) y por ser la piedra angular de la igualdad de oportunidades.  
Segunda objeción: Coste prohibitivo.
Réplica. En un primer momento es posible que aumente el coste global pues los alumnos que asisten a colegios privados recibirán una subvención equivalente al coste por alumno en colegios públicos (que actualmente es mucho mayor).  A la larga el coste bajará pues los centros tienen interés por reducirlo.  Todo lo contrario de lo que ocurre en el sistema actual donde el mejor gestor es el que más gasta.
Tercera objeción: Caos organizativo.  Unos colegios rebosarán de niños mientras otros quedan vacíos.  Unas zonas estarán mejor atendidas que otras.
Réplica.  Las empresas educativas con éxito serán las primeras interesadas en abrir nuevas sucursales por todas partes.  Los centros que no consiguen atraer alumnos se verán obligados a imitar el modelo didáctico de los anteriores.  ¿Y por qué no a delegarles la dirección del centro?  Adviértase que el problema y la solución suelen estar en el tejado de los directivos, no en el de los profesores que deberán centrarse en su misión genuina: enseñar.
Cuarta objeción: competencia a la baja con la consiguiente caída del nivel educativo.  La masa del alumnado se orientará hacia los colegios menos exigentes.
Réplica.  No lo creo.  Muy insensatos han de ser los padres para llevar a sus hijos a centros cuyos alumnos obtienen una calificación muy baja en las reválidas que completan cada ciclo educativo.
Quinta objeción: Desigualdad.  Los malos estudiantes serán repudiados por el sistema.
Réplica.  Para desigualdad, el actual sistema de asignación forzosa que condena al fracaso escolar a los habitantes de barrios marginales.  El cheque escolar permitiría a los padres de esos niños llevarlos a cualquier colegio. Pero, ¿quién aceptará a emigrantes que apenas conocen la lengua del país? ¿Y a los niños conflictivos, hiperactivos o vagos de solemnidad?   -Los más listos y emprendedores. Si el cheque de esos niños problemáticos está suficientemente dotado, es posible que los colegios compitan por atraerlos. Su rendimiento mejorará ostensiblemente cuando les situemos en clases reducidas, con personal de apoyo y con huerto para desfogarse.
                Estos ejemplos muestran que, las más de las veces, la resistencia al cheque escolar es fruto de la ignorancia o los prejuicios .  Pero no hay que ignorar la presión de los intereses creados.  Harán bien en oponerse al cheque escolar los políticos que desean utilizar la escuela como un instrumento de manipulación ideológica.  Los directivos y profesores que desean la paz del monopolio, un sistema que les asegura beneficios estables con independencia de su esfuerzo y de los resultados.  Y esos centralistas jacobinos que desearían impartir los mismos programas a todos los niños del mundo sin atender a sus circunstancias personales y ambientales.

La Tribuna de Albacete (21/03/2012)

martes, 13 de marzo de 2012

El cheque escolar: la mejor vacuna contra el adoctrinamiento


El asunto de la lengua vehicular 
también tiene mucho de adoctrinamiento político y de insensatez

La escuela se ha convertido en un caldo de cultivo para el adoctrinamiento ideológico y político.  Educar en valores al hijo del vecino (y futuro votante) es un reto tentador para los políticos y filósofos hiperactivos.  Estoy pensando en la asignatura de Educación para la Ciudadanía cuyo objetivo expreso consiste en difundir esa nueva moral universal que algunos iluminados descubrieron anteayer.  Pero no se vayan a pensar que la fiebre manipuladora se agota en una asignatura.  El PSOE anunció una “Educación Afectiva y Sexual” que sería obligatoria en todos los cursos, desde la más tierna infancia.   A decir verdad, nuestros hijos no están a salvo de la manipulación ideológica ni en las asignaturas más tradicionales.  Los pasajes de lectura escogidos en el libro de Lengua, por no hablar del de Historia o Ciencias para el Mundo Contemporáneo, suelen tener un sesgo ideológico y político que los niños asimilan sin rechistar.
El mejor remedio que conozco contra el adoctrinamiento es el cheque escolar.  Lo consigue de forma natural y barata, sin controles ni controladores.  Cada centro (público o privado) tiene autonomía para fijar el ideario o ausencia de ideario.  Es más, le interesa publicitarlo bien.  A su vez, cada familia es libre de escoger el centro que entienda más apropiado para la formación de sus hijos.  Si la mayoría de los padres cree que la nueva moral universal es de vital importancia para sus hijos, los centros especializados en su transmisión se llenarán de alumnos (y de financiación).  Pero si ese ideario no interesa a nadie, el centro se verá obligado a abandonar de proyecto y, posiblemente, cambiar de equipo directivo antes de quedarse sin alumnos. Lo que no parece de recibo es que el Estado cree asignaturas de contenido moralizante y obligue a los niños a cursarlas, incluso contra la voluntad expresa de sus padres.  Me da lo mismo que se llame Formación del Espíritu Nacional, Religión Católica o Educación para la Ciudadanía.  
El asunto de la lengua vehicular también tiene mucho de adoctrinamiento político y de insensatez.   Permítanme referirme a Cataluña donde viví en una época clave de mi vida y donde conservo algunos de mis mejores amigos, entre los que incluyo a sensatos catalanistas.  Si usted quiere crear un colegio inglés o alemán en Barcelona tendrá todo tipo de beneplácitos y subvenciones de la Generalitat.  Es posible que los primeros matriculados sean los hijos de destacados miembros del Gobierno nacionalista, a quienes, de puertas afuera, solo les interesa el catalán.  ¡Pobre de usted si se le ocurre fundar un colegio donde la lengua vehicular sea el castellano!  No le darán la autorización por más artículos de la Constitución y sentencias del Tribunal Supremo que cite.  La semana pasada el TSJC de Barcelona tuvo la osadía de interpretar que aquella sentencia del Tribunal Supremo que obligaba a la Generalitat a asegurar la docencia en castellano, sólo regía para las dos familias que tuvieron el valor de saltar todas las vallas del sistema judicial.
El cheque escolar vuelve a ser la mejor vacuna contra estos atropellos a la libertad y al sentido común.  En la futura ley de Educación en Libertad, el Gobierno español debería garantizar en todo el territorio nacional la libertad de crear y organizar centros educativos;  a las familias la libertad de elección de centro.  Los gobiernos autonómicos seguirían conservando su competencia para fijar los contenidos mínimos en las materias troncales. Todo lo demás, incluido la lengua vehicular de la enseñanza formaría parte de la autonomía educativa del centro.  Ni el catalán ni el castellano deberían salir perdiendo pues, como hemos dicho, las autoridades educativas pueden fijar unos niveles lingüísticos tan altos como se quiera.  
Los defensores del cheque escolar estamos tan convencidos de su éxito académico que aceptaríamos una disposición transitoria del siguiente tenor: “Si a los cinco años de implantación del cheque escolar los alumnos no saben más castellano y más catalán, se volverá al sistema antiguo”.

La Tribuna de Albacete (14/03/2012)

miércoles, 7 de marzo de 2012

La educación gratuita y de calidad se llama cheque escolar



Libertad de elección, variedad de oferta y adaptación a un medio cambiante … 
¡Qué horror!

Casi todos los indicadores de calidad en el sistema educativo apuntan hacia abajo.  Pondré varios datos referentes a España pero que conste que los problemas no se acaban en los Pirineos.  El 28,4% de los jóvenes entre 18 y 24 años no han acabado la educación obligatoria.  En la enseñanza secundaria, un tercio del alumnado acaba repitiendo curso.  En el otro extremo de la escala, vemos que sólo un 3% de los estudiantes merecen la consideración de excelentes.  La igualación hacia abajo lleva a estos resultados.
Si pasamos estos datos a cualquier político su respuesta no se hará de esperar: “¡Hay que aumentar el gasto en educación!”  Lamentablemente estamos ante uno de esos agujeros que no pueden taparse con dinero.  Si una cosa han puesto de manifiesto los informes PISA es la baja correlación existente entre el gasto educativo y el éxito escolar.  La educación es una esponja que absorbe todo el dinero que le eches sin mejoras proporcionales.  Regalar un ordenador a todos los escolares mejora las estadísticas tecnológicas, pero no anima a los escolares a hincar los codos, ni consigue que los profesores se impliquen más.  Esos cambios, que son los decisivos, los trae el cheque escolar.
En todas las manifestaciones estudiantiles abundan las pancartas con el siguiente texto: “Por una educación de calidad, gratuita y pública”.  El lema auspiciado por el cheque escolar sería: “por una educación de calidad, gratuita, libre y competitiva”.  La libertad de los padres para elegir centro y la competencia entre los diferentes centros incentivan a los cuadros directivos y al profesorado a dar lo mejor de sí mismos.  La titularidad de los centros (pública o privada) es una cuestión secundaria.  Lo importante es que compitan entre sí.  Los centros que, por su desidia, pierdan el alumnado se verán obligados a pasar la dirección a otros equipos más capaces.
Los objetivos y medios del cheque escolar son muy modestos.  No pretende revolucionar el sistema educativo desde arriba sino abonarlo con ciertas dosis de libertad y competencia que fuercen una reforma desde dentro.  La libertad de elección de operadores dinamizó a finales del siglo XX servicios públicos como la telefonía, que todo el mundo consideraba como el paradigma del “monopolio natural”.  ¿No podrá hacer otro tanto con la educación?  Basta ya de justificar el monopolio público por la importancia del sector.  ¿Acaso el pan nuestro de cada día no es tanto o más necesario que la educación?  ¿Por qué lo dejamos, entonces, en manos de la libre iniciativa privada movida por el ánimo de lucro?  Ya les gustaría a los panaderos que les asegurásemos la clientela del barrio o que les convirtiéramos en funcionarios con un sueldo que no depende de la calidad del pan y de la cantidad que consigan vender.  Para desgracia de los panaderos (y bien de los consumidores), la competencia les obliga a levantarse a las dos de la madrugada y pensar continuamente en cómo mejorar la relación calidad-precio.
El cheque escolar estimulará a directivos y profesores a poner sus conocimientos y valía al servicio de una educación mejor.  Todos los centros estarán obligados a transmitir a la perfección los contenidos mínimos que la autoridad educativa imponga en matemáticas, lengua y el resto de las asignaturas troncales.  Los resultados en las reválidas de fin de ciclo serán siempre la mejor carta de presentación para cualquier colegio.  La diferenciación vendría en los temas complementarios y, sobre todo, en los métodos.  Un colegio apostará por utilizar el inglés como lengua vehicular; otro por asegurar conocimientos óptimos de castellano, reforzando el inglés en campamentos de verano.  Mientras un colegio separa a los alumnos en cada asignatura atendiendo a su capacitación intelectual y su interés personal, otro pondrá por delante el objetivo de la integración social dentro del aula.  Habrá colegios que se instalen en el centro de la ciudad para gozar de la ventaja de la proximidad.  Los que se ubiquen a varios kilómetros competirán ofreciendo mejores instalaciones deportivas y un horario más amplio que permita integrar el deporte y otras actividades extracurriculares.
Libertad de elección, variedad de oferta y adaptación a un medio cambiante … Estos son algunos de los frutos de la competencia.  ¡Qué horror!

La Tribuna de Albacete (07/03/2012)