El 25 de noviembre de 1962 Cataluña sufrió la mayor catástrofe hidrológica de la historia española. Tras 4 meses sin lluvias, en tres horas cayeron 210 litros por metro cuadrado. Los ríos Besós y Llobregat se desbordaron llevándose por delante las casas y fábricas construidas junto al cauce. Las fábricas del Vallés, epicentro de la industria textil española, desaparecieron de la noche a la mañana. Afortunadamente, y con la ayuda del Instituto de Crédito Oficial (ICO), los empresarios catalanes consiguieron levantar unas fábricas más competitivas. ¡No hay mal que por bien no venga!
¿Seremos capaces de levantar la
industria española tras el COVID-19 y se levantará ésta en condiciones más
ventajosas? En principio, tenemos todo lo necesario. También el dinero, aunque
para eso sea preciso urgir a la UE que empiece a entregar los fondos
prometidos. Lo primero es elaborar un plan de reindustrialización que permita
un salto cualitativo sobre la actual economía excesivamente escorada hacia el turismo
y el ladrillo. Los créditos preferentes deberán canalizarse hacia las
industrias de mayor valor añadido y demanda potencial. Las empresas de esos
sectores conseguirán ventajas competitivas si invierten en las tecnologías más
avanzadas. El mantenimiento o crecimiento del empleo debiera ser otra condición
para recibir créditos preferentes. Dado que las nuevas tecnologías siempre
ahorran trabajo, habrá que buscar nuevos mercados que justifiquen el mayor tamaño
de las empresas.
El “café para todos” es la primera
tentación a evitar. La política social puede y debe atender las necesidades
perentorias de todas las personas. La política industrial, por definición, ha
de ser selectiva. Segundo peligro: que los créditos preferentes y las
subvenciones empresariales se perpetúen. Una economía de mercado que necesita
respiración asistida no merece tal nombre.
La Tribuna de Albacete (28/09/2020)