domingo, 27 de septiembre de 2020

Política industrial post-Covid

                El 25 de noviembre de 1962 Cataluña sufrió la mayor catástrofe hidrológica de la historia española. Tras 4 meses sin lluvias, en tres horas cayeron 210 litros por metro cuadrado. Los ríos Besós y Llobregat se desbordaron llevándose por delante las casas y fábricas construidas junto al cauce. Las fábricas del Vallés, epicentro de la industria textil española, desaparecieron de la noche a la mañana. Afortunadamente, y con la ayuda del Instituto de Crédito Oficial (ICO), los empresarios catalanes consiguieron levantar unas fábricas más competitivas. ¡No hay mal que por bien no venga!  

                ¿Seremos capaces de levantar la industria española tras el COVID-19 y se levantará ésta en condiciones más ventajosas? En principio, tenemos todo lo necesario. También el dinero, aunque para eso sea preciso urgir a la UE que empiece a entregar los fondos prometidos. Lo primero es elaborar un plan de reindustrialización que permita un salto cualitativo sobre la actual economía excesivamente escorada hacia el turismo y el ladrillo. Los créditos preferentes deberán canalizarse hacia las industrias de mayor valor añadido y demanda potencial. Las empresas de esos sectores conseguirán ventajas competitivas si invierten en las tecnologías más avanzadas. El mantenimiento o crecimiento del empleo debiera ser otra condición para recibir créditos preferentes. Dado que las nuevas tecnologías siempre ahorran trabajo, habrá que buscar nuevos mercados que justifiquen el mayor tamaño de las empresas.

                El “café para todos” es la primera tentación a evitar. La política social puede y debe atender las necesidades perentorias de todas las personas. La política industrial, por definición, ha de ser selectiva. Segundo peligro: que los créditos preferentes y las subvenciones empresariales se perpetúen. Una economía de mercado que necesita respiración asistida no merece tal nombre.

La Tribuna de Albacete (28/09/2020)

domingo, 20 de septiembre de 2020

No matarás, no robarás, no mentiras

 

Todos estamos muy orgullosos de la civilización occidental. No nos faltan motivos. Sus logros culturales, sociales y económicos son impresionantes. Debajo de tales logros encontramos a la iniciativa privada actuando de forma libre y moralmente responsable, amén de las instituciones que favorecen este tipo de comportamientos.

Las columnas basilares de esta moralidad se sintetizan en tres mandamientos: “no matarás, no robarás, no mentirás”. Se corresponden a otros tantos derechos fundamentales y valores: “la vida, la honradez, la sinceridad”. Si nuestra sociedad funciona relativamente bien es porque la mayoría de las personas, la mayoría de las veces respeta estas tres columnas. La casa común (la civilización) se nos caerá encima el día que destruyamos cualquiera de ellas. En realidad, las tres están entrelazadas y la casa va cayendo a pedazos.

 Cuando los políticos no tengan reparo de mentir a sus votantes y tapen una mentira evidente con otra más gorda. Cuando los ciudadanos voten a estos “ingeniosos” políticos. Cuando la mayoría de los estudiantes presuma de copiar en los exámenes y sus padres les feliciten… Ese día habremos destruido la columna de la sinceridad.

Cuando la sociedad encumbre a quienes se han hecho ricos en poco tiempo, sin reparar en cómo lo han conseguido. Cuando robar deje de ser un delito si la víctima es más rica que yo. Cuando no podamos irnos de vacaciones por miedo a que nos ocupen la casa… Ese día habremos destruido la columna de la honradez.

Cuando el Estado eleve el aborto y la eutanasia a la categoría de “derecho fundamental”. Cuando la sociedad considere un “progreso” cualquier forma de acabar con las personas y conductas que molestan… Ese día habremos destruido la primera de las columnas que sustentan nuestra civilización: el derecho fundamental a la vida.

La Tribuna de Albacete (21/09/2020)

lunes, 14 de septiembre de 2020

No matarás

 

        El pasado jueves, el proyecto socialista de ley de eutanasia superó su primer escollo parlamentario. No será el último debate que presenciemos. Las fuertes garantías que impone el proyecto actual se irán diluyendo hasta llegar a la situación vigente en los países más “avanzados” donde, para obtener la píldora de la muerte dulce, basta enseñar el carné de identidad y demostrar que eres mayor de 70 años.

           La cuestión de fondo es otra: ¿Estamos dispuestos a aceptar esas líneas rojas que enmarcan nuestras libertades individuales y los poderes del Estado? Así lo han hecho las civilizaciones que han aportado algo valioso a la historia de la humanidad. Estas líneas se resumen en los tres mandamientos básicos: “no matarás, no robarás, no mentirás”, están presentes en todos los códigos éticos de la humanidad. Su proclamación más solemne resurge en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, documento que arranca con el derecho a la vida, base y soporte de todos los demás.

Los diputados pro-eutanasia esgrimieron que ellos solo pretendían crear en el Estado del bienestar una oficina de muerte digna y dar libertad para que entren aquellos cuya vida se les hace insoportable. Me temo que llegan tarde estos bienhechores de la humanidad que disfrutan creando nuevos derechos, aunque sea a costa de eliminar otros preexistentes emanados de la dignidad personal. Cada día los cuidados paliativos son más eficaces en el alivio del dolor y cada día resulta más fácil el suicidio para los que se empeñan en morir. A estos les bastará pedir por Amazon el kit belga de suicidio o la píldora holandesa de eutanasia.

Con la legalización de la eutanasia la primera de las líneas rojas de la civilización humana (“No matarás”) se vuelve harto difusa: “No matarás a no ser que te lo pida la víctima o que tú entiendas que es mejor para ella”. Las consecuencias se antojan catastróficas. Todas las leyes que banalizan la vida y la muerte acaban erosionando los cimientos de la civilización.  

La Tribuna de Albacete (14/09/2020)

lunes, 7 de septiembre de 2020

Vuelta a un cole mejor

 

                “No hay mal que por bien no venga”. La pandemia ha hecho realidad el refrán en muchos campos. A los profesionales de la educación nos ha enseñado dos lecciones. Primera, las posibilidades que ofrecen las TIC para enseñar a distancia. Segunda, la superioridad de la educación presencial sobre la enseñanza online. Lo hemos constatado en todos los niveles, universidad incluida. Por lo que respecta a la educación primaria y secundaria, la brecha entre el mundo real y el virtual nos parece infranqueable.

                Los niños y adolescentes necesitan la presencia de maestros y colegas para separar el mundo familiar del escolar. Tan pronto como entran en el aula cambian de chip y entienden la importancia de estudiar, aunque requiera la disciplina que no resisten en sus casas. La cercanía del profesor permite un seguimiento personalizado, acompañado con los elogios y reprimendas que cada alumno merece. La presencia de compañeros les ayuda a caminar alegres al colegio y apretar el paso para no quedarse descolgados en sus estudios.

                La situación sanitaria actual, obliga a introducir medidas de seguridad que no cambian las esencias y ventajas de la educación presencial/real. Ha de bajar el número de alumnos por aula, lo que implica la contratación de más profesores. ¿Ven ustedes algún destino mejor a los 200.000 millones de euros que nos ha prometido la UE?

                Cuando pase la pandemia, los profesores contratados harán lo posible por amarrar el puesto … y las administraciones públicas harán bien en retenerlos. Uno de los lastres del sistema educativo español es el elevado número de alumnos por aula y la falta de profesores de apoyo que permitan atender a la diversidad del alumnado concentrado en cada clase.  

               De hacerse realidad este sueño, mañana podremos concluir: “No hay mal que por bien no venga”.

La Tribuna de Albacete (7/09/2020)