"Los entregué a su corazón obstinado
para que anduviesen
según sus antojos"
Alguien tuvo
la brillante idea de regalarme un salterio. Se ha convertido en uno de mis
libros preferidos. Me acompaña en mis viajes y disfruto meditando el primer
salmo que encuentro al azar. Son, los salmos, diálogos, no exentos de drama,
entre el creador y la criatura. El hombre se desahoga con Dios expresándole sus
gozos y temores, cuando no su rabia. Dios levanta el brazo en un amago de
castigo, pero le puede más el amor y acaba estrechandole su mano. Son los salmos
una prueba evidente de que ni Dios ni el hombre han cambiado. Tres mil años
después, nosotros seguimos tropezando cada día en las mismas piedras y Él no se
cansa de perdonarnos y socorrernos.
En el viaje
de ayer leí el salmo 80. “¡Ojalá me escuchases, Israel! ‘No tendrás un
dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor Dios tuyo que te
saqué del país de Egipto; abre la boca que te la llene’. Pero mi pueblo no
escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado
para que anduviesen según sus antojos. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase
Israel por mi camino!”
“Escucha y
sigue mis caminos”. Dios nos invita a entrar en su casa para disfrutar de su
amistad y colaborar libremente en la construcción de su reino. Él, que rompió las cadenas que nos ataban a Egipto, nos asegura la libertad y plena realización personal (“abre la boca que te la llene”).
“Pero mi
pueblo no escuchó mi voz; Israel no quiso obedecer”. He aquí el drama de la
libertad. Siendo libre para elegir entre el bien y el mal, el hombre se inclina
a menudo por el mal, que acabará esclavizándole y aplastándole. Como hijo pródigo
abandona la casa del padre para entrar en la pocilga y disputar a los cerdos un
puñado de algarrobas.
¿Qué castigo
podemos esperar ante una respuesta tan necia? Escuchemos: “Los entregué a su
corazón obstinado para que anduviesen según sus antojos”. ¡Qué manera tan
delicada de conjugar la justicia con la misericordia! Imagino a Dios pensando: "Bastante tienen
esos pobrecitos con el castigo que se infligen cada vez que se
alejan de mi presencia. ¡Ojalá recapaciten y, desengañados de los dioses extranjeros, vuelvan a la casa del Padre!".
Una persona
que trataba con toxicómanos resumía el drama de su vida con estas palabras: “Al principio se drogan para disfrutar
un rato al día. Al cabo de un tiempo necesitan la droga para dejar de sufrir un instante. Como la dosis ha de ser cada día mayor, no les queda más remedio que robar, matar y mentir. Así empieza un reguero interminable de sufrimientos, propios y ajenos”. La idolatría de esos dioses extranjero, que podemos identificar con el sexo, el dinero y el poder, lleva a consecuencias similares. Las mentiras, robos, violencia y
sufrimiento que engendran, llenan los periódicos y telediarios.
Pero Dios no
se da por vencido. El salmo acaba repitiendo el mensaje de esperanza que
lanzaba al principio: “¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi
camino!”
El mensaje
de la Semana Santa, que ahora estamos celebrando, todavía va más lejos. Dios
entrega a su Hijo para rescatar al esclavo, a mí. Sale a nuestro encuentro y
nos invita a seguirle para retornar a la casa del Padre. Lo tendré presente estos
días cuando me cruce con los pasos de la Pasión que recorrerán las calles de
Albacete.
La Tribuna de Albacete (27/03/2013)