miércoles, 27 de marzo de 2013

Dioses extranjeros

"Los entregué a su corazón obstinado 
para que anduviesen según sus antojos"


Alguien tuvo la brillante idea de regalarme un salterio. Se ha convertido en uno de mis libros preferidos. Me acompaña en mis viajes y disfruto meditando el primer salmo que encuentro al azar. Son, los salmos, diálogos, no exentos de drama, entre el creador y la criatura. El hombre se desahoga con Dios expresándole sus gozos y temores, cuando no su rabia. Dios levanta el brazo en un amago de castigo, pero le puede más el amor y acaba estrechandole su mano. Son los salmos una prueba evidente de que ni Dios ni el hombre han cambiado. Tres mil años después, nosotros seguimos tropezando cada día en las mismas piedras y Él no se cansa de perdonarnos y socorrernos. 
En el viaje de ayer leí el salmo 80. “¡Ojalá me escuchases, Israel! ‘No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor Dios tuyo que te saqué del país de Egipto; abre la boca que te la llene’. Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado para que anduviesen según sus antojos. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!”
“Escucha y sigue mis caminos”. Dios nos invita a entrar en su casa para disfrutar de su amistad y colaborar libremente en la construcción de su reino. Él, que rompió las cadenas que nos ataban a Egipto, nos asegura la libertad y plena realización personal (“abre la boca que te la llene”).
“Pero mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no quiso obedecer”. He aquí el drama de la libertad. Siendo libre para elegir entre el bien y el mal, el hombre se inclina a menudo por el mal, que acabará esclavizándole y aplastándole.  Como hijo pródigo abandona la casa del padre para entrar en la pocilga y disputar a los cerdos un puñado de algarrobas.
¿Qué castigo podemos esperar ante una respuesta tan necia? Escuchemos: “Los entregué a su corazón obstinado para que anduviesen según sus antojos”. ¡Qué manera tan delicada de conjugar la justicia con la misericordia! Imagino a Dios pensando:  "Bastante tienen esos pobrecitos con el castigo que se infligen  cada vez que se alejan de mi presencia. ¡Ojalá recapaciten y, desengañados de los dioses extranjeros, vuelvan a la casa del Padre!". 
Una persona que trataba con toxicómanos resumía el drama de su vida con estas palabras: “Al principio se drogan para disfrutar un rato al día. Al cabo de un tiempo necesitan la droga para dejar de sufrir un instante. Como la dosis ha de ser cada día mayor, no les queda más remedio que robar, matar y mentir. Así empieza un reguero interminable de sufrimientos, propios y ajenos”. La idolatría de esos dioses extranjero, que podemos identificar con el sexo, el dinero y el poder, lleva a consecuencias similares. Las mentiras, robos, violencia y sufrimiento que engendran, llenan los periódicos y telediarios.
Pero Dios no se da por vencido. El salmo acaba repitiendo el mensaje de esperanza que lanzaba al principio: “¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!”
El mensaje de la Semana Santa, que ahora estamos celebrando, todavía va más lejos. Dios entrega a su Hijo para rescatar al esclavo, a mí. Sale a nuestro encuentro y nos invita a seguirle para retornar a la casa del Padre. Lo tendré presente estos días cuando me cruce con los pasos de la Pasión que recorrerán las calles de Albacete. 
La Tribuna de Albacete (27/03/2013)

miércoles, 20 de marzo de 2013

La herencia económica de Hugo Chávez

La peor herencia del socialismo populista de Chávez 
es la actitud clientelista que ha sembrado en la población


Si se volviera a rodar la película “El bueno, el feo y el malo”, Chávez se atrevería con los tres papeles. En los breves minutos que dura un diálogo televisado era capaz de pasar de levantar el puño a tender la mano; del insulto más soez al elogio más cariñoso. Y lo que es más sorprendente: todas esas actitudes le salían de lo más profundo de su corazón. Esta naturalidad, unida a su compromiso personal por solucionar la pobreza y desigualdad que asolaba Venezuela, le valieron la victoria en cuatro elecciones consecutivas. Lamentablemente el mundo no se transforma con buenas intenciones. Con la mejor intención uno puede emprender un camino equivocado y arrastrar tras de sí a otros muchos incautos; incluso a todo un pueblo. Es el momento de valorar la herencia que Chávez deja al pueblo venezolano para que sirva de escarmiento a propios y extraños.
Mejorar la distribución de la renta y el bienestar social fue el estandarte del chavismo. Presumen hoy de que el cociente de Gini (ese índice que mide la desigualdad en la distribución de la renta) ha disminuido. Lo que no aclaran los chavistas es si esa igualdad se ha conseguido enriqueciendo a los pobres o empobreciendo a los ricos. También presumen de la mejora del estado asistencial. (No confundir con el verdadero estado del bienestar que incluye la felicidad de ser libre en lo económico y en lo político). Mi duda: ¿Será sostenible ese estado asistencial a golpe de talonario cuando disminuya la producción de petróleo o caigan su precio?
Por poco que rasquen los venezolanos en la herencia recibida pronto descubrirán que está lastrada por la deuda externa y la miseria interna. Son muchos los países que adolecen de ambos males. ¿Pero cómo es posible que esto ocurra en un país que mana petróleo y petrodólares? Imagino que algo tendrá que ver con la mala gestión y con la corrupción cuyo mejor caldo de cultivo es precisamente el petróleo.  ¿Y no tendrá también algo de culpa el ideario socialista que inspiró a Hugo Chávez?
Para asegurar la colaboración de los empresarios, el régimen chavista expropió las tierras que consideraba improductivas y más de un millar de empresas estratégicas que pasaron a regirse por personas adictas al régimen. Con directivos poco preparados y al abrigo de la competencia internacional, se hundió la productividad de las empresas públicas y la confianza de los mercados internacionales. ¿Qué compañía se atreverá hoy a invertir en Venezuela y comerciar con ella? La autarquía a la que está abocado el país hace temer los peores presagios.
Para asegurar la capacidad adquisitiva de los más pobres, decretaron una reducción de los precios en los alimentos básicos. Lo que no sospechaba el Gobierno es que, a esos precios, los agricultores rehusarían llevar los productos al mercado. Hoy resulta difícil encontrar algunos bienes básicos … a no ser que tengas dinero suficiente para comprarlos en el mercado negro a un precio desorbitado. Por otra parte, los precios industriales se han disparado y la inflación ya está en el 25%. Obligados a compensar los efectos negativos sobre la competitividad, decretaron en febrero una devaluación del bolívar del 32%. ¿Habrá explicado alguien al Gobierno que una devaluación tan fuerte generará nuevos brotes inflacionistas por la vía de las importaciones?

La peor herencia del socialismo populista de Chávez es la actitud clientelista que ha sembrado en la población. Todos nos acostumbramos rápidamente a recibir la leche nuestra de cada día de las ubres del Estado. ¿Pero quién alimentará la vaca estatal si no se genera el pasto necesario? Hasta ahora se ha alimentado de petróleo cuyo precio internacional subió en los 14 años del régimen de 9 dólares/barril a 100 (llegó a 150).  ¿Qué será del régimen chavista y del país entero cuando el precio del crudo descienda a niveles normales? Antes de que llegue ese momento Venezuela debe cambiar su modelo económico.

La Tribuna de Albacete (20/03/2013)

miércoles, 13 de marzo de 2013

Chávez y Stalin, dos modelos socialistas a evitar

La experiencia histórica debiera crearnos anticuerpos 
contra los regímenes que ignoran la iniciativa privada y pisotean las libertades personales


El 5 de marzo de 2013 murió en Caracas Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1999. Sesenta años antes, el 5 de marzo de 1953, moría en Moscú Joseph Stalin, Presidente de la URSS y Secretario General del Partido Comunista Soviético desde hacía 30 años. Supongo que se trata de una mera coincidencia histórica. Como también debe ser coincidencia el que Chávez naciera pocos meses después de morir Stalin.
Algún elemento común entre ambos mandatarios sí es posible encontrar. Los dos se inspiran en el ideario marxista, aunque me temo que ninguno tuvo tiempo y preparación intelectual para leer al Marx filósofo y economista. Ambos eran políticos natos cuya mayor preocupación era la supervivencia personal y la del régimen que encarnaban. Los dos tenían alma de dictadores aunque cada uno la dejó expresarse a su manera.
Stalin instauró un régimen de terror donde sólo había espacio para un partido y un líder. Con lo grande y fría que es Rusia, necesitó un espacio todavía más grande y frío para “re-educar” a los disidentes. Los gulags siberianos se crearon para castigar a los campesinos ricos que sobrevivieron a la purga que siguió a la expropiación de latifundios y que afectó a un 18% de la población. Luego fueron visitados por los disidentes políticos que hacían o podían hacer sombra a Stalin. Adviértase que no estamos hablando de derechas e izquierdas sino de variantes de comunismo. Trotski, un intelectual marxista de primera línea, propuso anteponer la internacionalización del comunismo al socialismo en un solo país que defendía Stalin. Logró escapar del país para evitar el destierro pero no de la policía secreta comunista que lo asesinó en México. Los economistas que dirigían el Gosplan o los médicos que cuidaban de la salud personal del dictador pagaban cualquier equivocación con el confinamiento. No es extraño que aquel 5 de marzo de 1953 nadie se atreviera a despertar a Stalin que llevaba 20 horas en su habitación. Cuando llegaron los médicos entraron todos a la vez para que nadie les pudiera acusar de magnicidio.
En el terreno personal, el contraste con Hugo Chávez no puede ser mayor. Este era una persona afable y locuaz (decían que padecía incontinencia verbal). Gustaba mezclarse entre el pueblo llano quien le prodigó pruebas de cariño durante su enfermedad y entierro. Su estrategia política tampoco tiene nada que ver con la del dictador soviético. Tras el fracaso del golpe de estado de 1992, Chávez comprendió que el camino más corto y seguro para su revolución socialista pasaba por las urnas y por el respeto a las instituciones democráticas. Ya se encargaría él de alinearlas con sus intereses políticos. Así juró la Constitución de 1966 en su primera toma de posesión (2/2/1999): "Juro delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la república nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro". Pocos meses después el 72% de la población venezolana aprobaba la nueva Constitución que otorgaba al presidente unos poderes excepcionales. Chávez afrontó el reto de pasar por las urnas cuatro veces y en todas ellas salió victorioso. Para conseguirlo no escatimó horas delante de la televisión (todas debían retrasmitir sus mensajes directos) ni subvenciones a diestra y siniestra.
Nikita Kruschchev, el nuevo Presidente de la URSS, tardó poco en denunciar el culto a la personalidad instaurado por Stalin y sacar su féretro fuera del Kremlin. El repudio de Chávez y del régimen chavista se demorará más años. Tal vez habremos de esperar a que el precio del petróleo se desplome y, con él, toda la clientela del Estado chavista. Preferiría que fuera una decisión consciente del pueblo venezolano. La experiencia histórica debiera crearnos anticuerpos contra los regímenes que tratan de dirigir a los ciudadanos desde arriba, hacia unas metas más o menos utópicas, ignorando la iniciativa privada y pisoteando las libertades personales. Esta es la base común de Stalin, Chávez y todos los proyectos comunistas.


La Tribuna de Albacete (13/03/2013)

miércoles, 6 de marzo de 2013

Refundar la ONU

Para que la ONU tenga sentido y futuro ha de cumplir con eficiencia su misión fundacional:
evitar todo tipo de conflictos armados.


Imaginemos que se descubre vida humana en otro planeta y que una embajada de alienígenas visita la Tierra. Está claro que lo primero que habría que mostrarles es la sede neoyorquina de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Le explicaríamos que nuestro planeta está organizado en entidades territoriales soberanas a quienes llamamos estados y que para evitar conflictos armados entre ellos se creó la Sociedad de Naciones tras la Primera Guerra Mundial y la ONU después de la Segunda. El alienígena preguntaría: ¿Y podrá esta ONU evitar una tercera guerra mundial? ¿Consigue, al menos evitar los conflictos armados entre países? No nos quedaría más remedio que bajar la cabeza y responder: “En absoluto. La propia ONU es una fuente de desaveniencias”.
Casi todos los países en vías de desarrollo, sobre todo si tienen petróleo, padecen inestabilidad política que de vez en cuando estallan en conflictos armados. De estos conflictos salen reforzados los grupos mejor organizados que no son precisamente los amantes de la democracia y los derechos humanos. Cuando el tren descarrila y los intereses económicos de los países occidentales parecen amenazados, se reclama la intervención de la ONU. Pero como estos intereses no son comunes lo habitual es que la institución quede bloqueada. Es entonces cuando las potencias occidentales deciden intervenir por su cuenta y riesgo, al margen de la legalidad internacional, invocando la doctrina de las guerras preventivas. ¡El precedente no podía ser peor!  “¿Por qué no podemos nosotros, dicen a sus súbditos los presidentes de Afganistán o Corea del Norte, proporcionarnos una bomba atómica si EE.UU. las tiene a cientos y lanza continuamente ofensivas militares para prevenir riesgos reales o imaginarios?”
Para poder responder a esta pregunta con autoridad moral y para asegurar la paz mundial es necesario refundar la ONU. Todos los países podrían solicitar su ingreso y lo obtendrían con tal que aceptaran la esencia de la democracia (elecciones libres cada cuatro años) y los derechos humanos fundamentales que se resumen en la vida, la igualdad y las libertades básicas. Para ser coherentes con lo que predican, también los organismos de la ONU deberían ser democráticos, dando a cada país el peso que le corresponde por su población. Desaparecería el derecho a veto que asiste a EE.UU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia. Y desaparecería el reclamo de los independentistas provincianos a crear un nuevo país con el mismo reconocimiento internacional que Alemania. El peso de cada país dependería de su población.
Para que la ONU tenga sentido y futuro ha de cumplir con eficiencia su misión fundacional, a saber, evitar todo tipo de conflictos armados. El camino más certero, tal vez el único, es que cada país miembro renuncie a un ejército propio, más allá de los efectivos policiales necesarios para garantizar el orden interno. La renuncia estaría más que compensada si tiene garantías de que el ejército internacional le defenderá al momento de ataques externos y de revueltas internas claramente inconstitucionales. También del crimen organizado internacionalmente.
Las ventajas económicas para los países miembros de la nueva ONU, y para ella misma, resultan claras cuando uno comprende las peculiaridades del servicio de defensa. En cualquier otro servicio, el nivel de prestación depende del gasto. Cuanto más gastes en hospitales o alumbrado público mejor sanidad y luminosidad tendrás. No ocurre así con la defensa. Si todos los países doblan el gasto en defensa la inseguridad no disminuye sino que aumenta. Por la misma lógica, si todos los países (excepto un puñado de francotiradores) se integraran en la ONU, bastaría el presupuesto de defensa de EE.UU. (700 mil millones de dólares, más de la mitad del PIB español) para tener una seguridad muy superior a la actual.
Con lo que nos ahorráramos del actual presupuesto de defensa podrían hacerse muchas cosas útiles que contribuirían a reforzar la solidaridad internacional y harían más atractiva la pertenencia a la ONU. Es posible que el nivel de bienestar en el planeta Tierra mejorara tanto que la embajada de alienígenas deseara quedarse. 

La Tribuna de Albacete (6/03/2013)