Si las cosas siguen complicándose al ritmo de las últimas semanas, no quedará más remedio que introducir en los planes de estudio de mi facultad una nueva asignatura: “Economía de guerra”. Su temario habría de explicar diez rasgos típicos de estas situaciones desesperadas.
· Autarquía. ¿Para
qué exportar bienes que podemos necesitar mañana? ¿Para que depender de las importaciones?
· Intervención de los poco mercados que subsistan. La venta de algunos bienes quedará prohibida. La de otros sufrirá restricciones
en cantidades y/o precios.
· Proliferación de los mercados
negros donde se comerciarán los productos restringidos a precios disparatados.
· Desconfianza en el dinero legal. La
sobreexpansión monetaria prenderá la mecha de la inflación que, a su vez,
reducirá la confianza en el dinero. Así hasta desembocar en la hiperinflación.
· Oro como refugio de valor (para los ricos que no huyan al extranjero)
· Emisión de “bonos patrióticos”
para atraer el escaso ahorro de la sociedad.
· Disminución del consumo privado
para asegurar los recursos que reclama el frente militar. De
hecho, este es uno de los efectos de la inflación.
· Racionamiento del consumo privado
para asegurar que todas las familias ingieren el mínimo de subsistencia. Las
cartillas de racionamiento reemplazarán las tarjetas de crédito.
· Acumulación de bienes de primera necesidad por las familias.
La economía de guerra es el típico
juego de suma negativa donde todos pueden perder simultáneamente. Ello no evita los beneficios de algunos grupos. Ganan los políticos que disfrutan dirigiendo
la vida de los ciudadanos. Los funcionarios-controladores que pueden obtener
jugosas propinas mirando para otro lado. Los estraperlistas que se aprovechan
de la opacidad de los mercados negros.
La Tribuna de Albacete (27/03/2022)