lunes, 24 de septiembre de 2018

¿Qué hizo diferente a la crisis de 2008?

Estamos recordando (y todavía sufriendo) el décimo aniversario de la crisis de 2008, sólo superada en dureza por la de 1929. Las crisis financieras son una enfermedad endémica a las economías capitalistas. Los bancos son los primeros interesados en la expansión crediticia, en eso consiste su negocio. Pero crédito implica deuda y la calidad de ésta se va deteriorando a medida que aumenta. Cuando la fruta está madura, una elevación del tipo de interés o la quiebra de una institución financiera puede precipitar una crisis general.
Hyman Minsky, un experto en estos temas, concluyó que el ciclo del crédito/deuda se repetía cada 20 ó 25 años. La peculiaridad de la crisis de 2008 es que el proceso tomó una velocidad de vértigo por la connivencia entre la banca tradicional y la banca a la sombra, en el nuevo esquema bancario de “originar para distribuir”. La primera multiplicó el dinero a base de créditos hipotecarios, cada vez de menor calidad. La segunda, una vez esquivada la regulación bancaria, transformó las hipotecas basura en productos financieros de gran liquidez y bajo riesgo. En realidad, los riesgos eran enormes, pero estaban disimulados tras los nuevos y sofisticados derivados crediticios. 
            Tres son lecciones que debiéramos haber aprendido de la crisis de 2007-08. Primera, la regulación bancaria es más importante que nunca; la “banca a la sombra” resulta inaceptable. Segunda, no debe concederse créditos a la compra de activos financieros. Aunque no sea posible extirpar la especulación, no debemos tolerar que se financie con créditos baratos. Tercera, la expansión crediticia debe ir acompañada de mayores dotaciones de capital que suministren un colchón de seguridad y obliguen a los directivos bancarios a ser más responsables. 
La Tribuna de Albacete (24/09/2018)

lunes, 17 de septiembre de 2018

Diez años después de Lehman Brothers



El 15 de septiembre de 2008 es una de las fechas negras de la historia financiera. La caída de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de los Estados Unidos, arrastró a otras muchas entidades (financieras y no financieras) a lo largo y ancho del planeta.   
España fue una de los países más afectados… y lo sigue siendo. Entre 2008 y 2018 el sistema bancario español perdió el 40% de sus oficinas y el 30% de sus empleados. Las cajas de ahorro, uno de los rasgos distintivos de nuestro sistema financiero, pasaron a la historia.
En 2007 presumíamos de tener saneada la hacienda pública con un 2% de superávit presupuestario y un 35% de deuda (en términos del PIB). En 2009 el déficit llegó al 10% y todavía sigue por encima del 3%. A pesar de las políticas de austeridad,  la deuda pública ha seguido creciendo hasta representar el 100% del PIB. Es más fácil endeudarse que desendeudarse, sobre todo cuando te exigen una prima de riesgo.
La tasa de paro es el mejor indicador del sufrimiento infligido por las crisis económicas. En 2007 habíamos logrado situarla en la media europea (8,5%). Se disparó con la crisis hasta llegar al 26% en 2009. Desde entonces ha bajado lentamente. Hoy supone el 16%, el doble de la UE.
Diez años después de la caída de Lehman Brothers continúa la resaca en algunos países intoxicados por exceso de crédito. A la vista de los datos anteriores, resulta grotesco culpar a los americanos de todos nuestros males. Es hora de poner la lupa en el sistema económico español y en la política económica de nuestros gobernantes (y los de la UE). Necesitamos empresas más competitivas e innovadoras. Un sistema financiero que dé preferencia a las inversiones productivas. Y un sector público más delgado y eficiente.
La Tribuna de Albacete (17/09/2018)

lunes, 10 de septiembre de 2018

Cadenas y raíces


“Hijo, rompe tus cadenas, pero no cortes tus raíces”. Oí esta máxima en mi juventud de labios de una persona sabia. No la he vuelto a escuchar ni he podido rastrear su origen en internet. Pero me sigue pareciendo un pensamiento certero. La Feria de Albacete parece una ocasión propicia para rememorarla.
Las cadenas esclavizan. Después de muchos siglos campeando a sus anchas, la esclavitud ha sido felizmente abolida. Los remanentes que todavía colean en algunos rincones acabarán por extinguirse si la repulsa social se mantiene firme. Lamentablemente hay una esclavitud interior que goza de salud y admiración social. Las cadenas más difíciles de apreciar y romper son precisamente las que uno mismo va urdiendo con sus comportamientos viciosos aplaudidos por los demás. Es esclavo quien está dominado por la ira o se engancha a las drogas o no sabe vivir un día sin internet.
Las raíces fundamentan y alimentan. Las fiestas patronales vivifican nuestras raíces comunes con familiares y amigos. Nos recuerdan las bases cristianas de la cultura europea que a tantas personas han ayudado a erradicar vicios y cultivar virtudes. La Feria de Albacete, que estamos celebrando en honor a la Virgen de los Llanos, ilumina las virtudes más necesarias en esta sociedad tan pretenciosa como falsa. Los “llanos” evocan esa simplicidad de vida que es lo contrario de la doblez de corazón y del postureo. Y esa humildad por la que Dios enalteció a la Virgen y dispersó a los soberbios de corazón.
Raíces y cadenas acaban siendo incompatibles. Quien pierde sus raíces fácilmente acaba esclavizado a sus vicios personales y a las modas sociales. No faltará quien haga ostentación de sus cadenas de oro. ¡Cadenas, al fin y al cabo!

La Tribuna de Albacete (10/09/2018)

lunes, 3 de septiembre de 2018

Una mirada a Europa


Me gusta aprovechar las vacaciones de verano para leer algún libro de esos que “tocan fondo”. Un amigo me pasó “Una mirada a Europa” de Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI. El libro recoge conferencias pronunciadas en 1989 y publicadas por Rialp en 1993.  Para el autor, los males crónicos de la Europa de la “modernidad” son los nacionalismos, la pérdida valores éticos y las utopías populistas.
Los nacionalismos cumplieron una importante misión integradora en el siglo XIX. Pero el nacionalismo es una materia fácilmente inflamable que azuzó casi todas las guerras europeas, incluyendo las dos guerras mundiales. La Unión Europea es el mejor antídoto a este nacionalismo basado en el odio al vecino. No está claro, sin embargo, que sobreviva a las tendencias tribales.
Los países europeos acogieron con fervor la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 donde se proclaman el derecho a la vida, la igualdad y la libertad. Lamentablemente, el Estado pronto se arrogó la potestad de decidir dónde empieza y acaba la vida humana y de separar los temas sobre los que se puede opinar libremente de los temas protegidos bajo el paraguas de lo políticamente correcto. El relativismo moral ha dado alas al positivismo jurídico que otorga a las cambiantes mayorías parlamentarias el poder de definir lo que hoy es justo y moral.
Tampoco ayudan las promesas de un cielo en la tierra por obra y gracia de la tecnología, el crecimiento económico y un Estado benefactor. Tales promesas ahogan la iniciativa privada, desprestigian el esfuerzo personal y generan frustración social.  La utopía marxista cayó con el Muro de Berlín en 1989. Pero, como el ser humano tiene necesidad de utopías, otras corrientes populistas seguirán predicando el cielo en la tierra.
Lúcido análisis, el de Ratzinger. Lo único que deseamos añadir treinta años después es que estos tres torpedos que amenazan el proyecto de la Unión Europea han ganado potencia con el paso del tiempo.

La Tribuna de Albacete (3/9/2018)