lunes, 3 de julio de 2017

El odio populista a la economía de mercado

A quienes critican a la economía del mercado habría que regalarles una empresa 
para que comprobaran lo difícil que es mantenerla viva para acabar consiguiendo un beneficio ramplón

Los argumentos populistas se venden bien porque sintonizan con la vena filantrópica que todos llevamos dentro. Partidos de izquierda y derecha, movimientos sindicales, culturales o religiosos, todos nos sentimos más humanos cuando predicamos las ventajas de la cooperación altruista frente la competencia despiadada en el mercado; o la satisfacción de las necesidades humanas frente a la búsqueda de beneficios. El gran mérito de Adam Smith consistió en verlos como aliados naturales. La presión competitiva fuerza a los empresarios, trabajadores y consumidores a ser más eficientes, honestos e innovadores. Ahí radica el secreto de la mano invisible.
Quien desea desenmascarar las falacias económicas del populismo está invitado a asistir a mi curso de Introducción a la Economía. En la lección primera se aporta evidencia empírica para demostrar que el sistema capitalista de mercado es el único que ha demostrado la capacidad de un crecimiento sostenido de donde deriva el bienestar y el empleo. Siguen existiendo desigualdades clamorosas. Pero son menores que las que había antes del capitalismo y no se perpetúan en el tiempo cuando el sistema educativo logra la “igualdad de oportunidades”. De la “igualdad por abajo” que predica el sistema socialista, mejor no hablar.
En la lección segunda se explica que la competencia fuerza a introducir nuevos y mejores productos, minimizar costes (es lo mismo que “maximizar beneficios”) y ajustar los precios a unos costes de producción en continuo descenso.
En la tercera lección se analizan los fallos de mercado. Entre ellas necesidades insatisfechas, desempleo involuntario y contaminación.  
En la cuarta lección se recomienda la intervención estatal para corregir los fallos del mercado. No podemos obviar, sin embargo, que también el Estado tiene fallos y que los políticos fácilmente corrompen y se dejan corromper.  Lo peor que nos podría suceder es que la intervención pública ahogara la iniciativa privada y nos convirtiera a todos en “buscadores de subvenciones”.
Posiblemente mis clases no serán suficientes para acabar con los prejuicios populistas contra la economía de mercado. Agradecería al Tesoro Público que regalara a cada partido político, a cada sindicato y a cada movimiento filantrópico, el dinero necesario para montar una empresa. Cuando comprobaran lo difícil que es mantenerla viva para conseguir un beneficio ramplón, dejarían de criticar al mercado, a la empresa y al beneficio.
La Tribuna de Albacete (03/07/2017)