A quienes critican a la economía
del mercado habría que regalarles una empresa
para que comprobaran lo difícil
que es mantenerla viva para acabar consiguiendo un beneficio ramplón
Los
argumentos populistas se venden bien porque sintonizan con la vena filantrópica
que todos llevamos dentro. Partidos de izquierda y derecha, movimientos
sindicales, culturales o religiosos, todos nos sentimos más humanos cuando
predicamos las ventajas de la cooperación altruista frente la competencia despiadada
en el mercado; o la satisfacción de las necesidades humanas frente a la
búsqueda de beneficios. El gran mérito de Adam Smith consistió en verlos como
aliados naturales. La presión competitiva fuerza a los empresarios,
trabajadores y consumidores a ser más eficientes, honestos e innovadores. Ahí
radica el secreto de la mano invisible.
Quien desea
desenmascarar las falacias económicas del populismo está invitado a asistir a
mi curso de Introducción a la Economía. En la lección primera se aporta
evidencia empírica para demostrar que el sistema capitalista de mercado es el único
que ha demostrado la capacidad de un crecimiento sostenido de donde deriva el
bienestar y el empleo. Siguen existiendo desigualdades clamorosas. Pero son
menores que las que había antes del capitalismo y no se perpetúan en el tiempo
cuando el sistema educativo logra la “igualdad de oportunidades”. De la “igualdad
por abajo” que predica el sistema socialista, mejor no hablar.
En la
lección segunda se explica que la competencia fuerza a introducir nuevos y
mejores productos, minimizar costes (es lo mismo que “maximizar beneficios”) y
ajustar los precios a unos costes de producción en continuo descenso.
En la
tercera lección se analizan los fallos de mercado. Entre ellas necesidades
insatisfechas, desempleo involuntario y contaminación.
En la cuarta
lección se recomienda la intervención estatal para corregir los fallos del
mercado. No podemos obviar, sin embargo, que también el Estado tiene fallos y
que los políticos fácilmente corrompen y se dejan corromper. Lo peor que nos podría suceder es que la
intervención pública ahogara la iniciativa privada y nos convirtiera a todos en
“buscadores de subvenciones”.
Posiblemente mis clases no
serán suficientes para acabar con los prejuicios populistas contra la economía
de mercado. Agradecería al Tesoro Público que regalara a cada partido político,
a cada sindicato y a cada movimiento filantrópico, el dinero necesario para
montar una empresa. Cuando comprobaran lo difícil que es mantenerla viva para
conseguir un beneficio ramplón, dejarían de criticar al mercado, a la empresa y
al beneficio.
La Tribuna de Albacete (03/07/2017)