¿Sería mucho pedir a los políticos electos
que dialoguen con franqueza y espíritu constructivo?
Ayer fue día
electoral en toda España: elegimos a los concejales y diputados que, a su vez,
elegirán a los alcaldes y presidentes regionales. Una auténtica fiesta de la
democracia. Coincidió con otra fiesta, esta de naturaleza religiosa: Pentecostés.
La primera lectura de la vigilia nos recordó el triste desenlace de la Torre de
Babel. En la tierra, cuenta el texto bíblico, se hablaba una misma lengua hasta que un grupo de hombres decidió
construir una torre tan alta tan alta que llegara al cielo y les garantizara
poder y fama sin límites. El castigo de Dios fue peculiar: permitir la
diversidad de lenguas. Desde ese momento aquellos hombres, tan orgullosos como
mezquinos, fueron incapaces de entenderse. No les quedó más remedios dispersarse
dejando la torre inacabada.
El mito de
la Torre de Babel encuentra reflejo en los parlamentos, cortes y ayuntamientos
actuales. En el Parlamento Europeo se hablan muchas lenguas. No es fácil
entenderse cuando un mismo concepto se expresa con diferentes palabras. En la
mayoría de parlamentos nacionales se habla una sola lengua pero, a menudo, la misma
palabra evoca a cada partido conceptos diferentes, cuando no opuestos. La
dificultad de un diálogo constructivo es todavía mayor.
Mientras ha
durado el bipartidismo, el Parlamento español ha demostrado cierta eficacia en
la aprobación de leyes. El partido en el Gobierno (es decir los cuatro que lo
controlan) tomaba una decisión que era refrendada por “su” mayoría parlamentaria.
Al resto de parlamentarios solo les quedaba el derecho al pataleo. Desde el 24
de mayo de 2015 los partidos habrán de gobernar en coalición. No será fácil
componer esas coaliciones ni sacar adelante proyectos legislativos serios.
En contraste
al fiasco de la Torre de Babel, la vigilia de Pentecostés presenta los frutos
de la venida del Espíritu Santo. Cuentan los Hechos de los Apóstoles que,
aunque en Jerusalén se habían congregado personas de muchas razas, culturas y lenguas,
todos ellos entendían a los discípulos de Jesús. Es una muestra de que el
lenguaje del amor es universal, máxime cuando se expresa con franqueza y viene
avalado por el testimonio personal.
¿Sería mucho
pedir a los concejales y diputados electos que dialoguen con franqueza y
espíritu constructivo? ¿O preferimos el
espectáculo de unas cortes y ayuntamientos de Babel?
La Tribuna de Albacete (25/05/205)