domingo, 12 de noviembre de 2017

Manual electoral del populismo

     Aristóteles definió la “demagogia” como la degeneración de la democracia. Veinticuatro siglos después entendemos sus temores al contemplar el auge de los partidos populistas. La democracia se ha reducido a poco más que un juego de ganar elecciones y los populistas han escrito el manual más exitoso. 
    El primer paso consiste en dividir la sociedad entre buenos (nosotros) y malos (los otros). La terminología cambia según los lugares y tiempos: pueblo y casta; comunes y élite; nacionales y extranjeros; patriotas y colonizadores…
     Desde arriba, como quien maneja un compás, el líder traza un círculo para demarcar el territorio. El punto de apoyo es un elemento capaz de aglutinar a la mayoría potencial de oprimidos y enfrentarlos a los opresores que supuestamente son pocos pero poderosos. Si no se encontrara ese punto, bastará con apelar al sueño del paraíso terrenal y suscitar la indignación de las masas desheredadas.
    Se necesitan líderes carismáticos que sepan transmitir ilusiones fuertes (ese paraíso terrenal) y remover agravios ancestrales o modernos, capaces de espolear el odio que enciende a las masas. Los típicos programas políticos donde se articulaban objetivos y medidas han quedado obsoletos. Podrían ser contraproducentes si alguien los invocara para exigir responsabilidades a los políticos.             
       Los “síntomas” es otra de las columnas de la estrategia populista. Un caso de corrupción (mejor si son mil) probaría la existencia de un partido elitista que explota al pueblo y que debemos reemplazar ya.
      Paradójicamente, lo peor que les puede pasar a los populistas es ganar las elecciones. Pronto comprobarán que lo único que está a su alcance es renombrar las calles y que todos lean: “Plaza del Paraíso Terrenal”.  

La Tribuna de Albacete (13/11/2017)