Montesquieu
nos enseñó que un Estado democrático de Derecho no puede funcionar sin la
independencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. En el siglo XX descubrimos
que había un cuarto poder en la sombra: los medios de comunicación de masas (mass
media, MM). La repetición continua de una noticia (verdadera o falsa)
penetra en la mente de los ciudadanos hasta hacerles cambiar de opinión y voto.
Algunos
consideran innecesario añadir un cuarto poder a la trilogía clásica. Discrepo.
Cuantos más poderes compensen al partido gubernamental, mejor.
Otros
coartan la libertad de los MM bajo la excusa de que no están sujetos al control
democrático. Discrepo. El control es ejercido (y al momento) por la
competencia. Ciertamente, hay medios respaldados por grupos económicos. La parte
buena de internet es que las redes sociales y las plataformas online llegan
hasta los rincones más alejados de la nación y penetran en todos los estratos
sociales.
A mi
entender, el verdadero peligro proviene de que estos medios de información se
conviertan en una vía de desinformación, a través de las fakenews y la cancelación.
“Calumnia, que algo queda”. Estos abusos pueden y deben ser atajados obligando
al medio a presentar en el juzgado pruebas fiables de sus acusaciones. De no
hacerlo quedaría condenado a pagar una fuerte indemnización. Todo eso en dos
semanas
Otro peligro, no menos real y grave, es que el gobierno controle y manipule
los principales medios de comunicación. No veo la necesidad de una televisión
pública. De admitirse alguna excepción, su director no debiera ser nombrado por
el gobierno. Y los programas más delicados estarían conducidos por personas
independientes. La tarea no es fácil pero tampoco imposible. La BBC es una
prueba.
Conclusión:
bienvenido sea el cuarto poder, y el quinto y el sexto.
La Tribuna de Albacete (26/02/2024)