lunes, 29 de enero de 2018

De votos y escaños

              La esencia de la democracia consiste en la celebración de elecciones periódicas para elegir al partido gobernante y echarlo fuera al cabo de cuatro años si no lo ha hecho bien. Es imprescindible que estas elecciones se hagan con las garantías debidas y respeten el principio de igualdad: todos los votos han de valer lo mismo.
            Sabemos que no es así. El PNV, por el mero hecho de concentrar sus votos en tres provincias, ha conseguido reiteradamente el triple de votos que IU con un tercio de los votos. Para conseguir un escaño en la provincia de Barcelona se necesita más de doble de votos que en la de Lleida en virtud del decreto electoral “transitorio” de Tarradellas que favoreció a las zonas rurales. Esto explica que, con menos votos, los partidos independentistas hayan conseguido en las dos últimas elecciones más escaños que los constitucionalistas.
                La solución a tamaño atropello de la igualdad y la democracia no parece muy complicada. Bastaría con reformar la Ley Orgánica del Régimen Electoral General de 1985 (LOREG) para introducir dos principios de obligado acatamiento. Primero, circunscripción única. La nación para las elecciones generales; la región para las autonómicas; el municipio  para los locales. Segundo, reparto estrictamente proporcional de los votos, “restos”, incluidos.

        El problema de una reforma electoral tan sensata es que los grandes beneficiarios (PP, PSOE, PNV e independentistas catalanes) temen perder sus privilegios. Habría que convencerles que las tornas pueden cambiar, de hecho están cambiando. Que lo que les favorece a escala nacional puede perjudicarles a escala regional. Que los cálculos electoralistas no son de recibo cuando está en juego la esencia de la democracia, la igualdad de los ciudadanos y la unidad de España.  La seriedad de un Estado se demuestra en la capacidad para concertar pactos de estado. Este habría de ser el primero.    
La Tribuna de Albacete (29/01/2018)

lunes, 22 de enero de 2018

Tabarnia


                Cuando coincido con algún independentista, con el ánimo de quitar hierro al asunto, limito mi intervención a una pregunta. “¿Qué responderías tú a la delegación de una provincia, comarca, área metropolitana o municipio que reclama la independencia respecto al resto de Cataluña?” Advirtiendo el apuro de mi interlocutor, añado: “Piénsalo con tranquilidad y cuando tengas una respuesta, me la cuentas. Sólo has de saber que yo te responderé con tus propias palabras cuando reclames la secesión de Cataluña respecto al resto de España”. Nunca tuve una respuesta cerrada a mi pregunta. Tal vez la consideraban irrelevante. ¿Para qué molestarse en responder a problemas que nunca llegarán?
¡Y de pronto emerge Tabarnia en el mapa de Cataluña! Tabarnia pone en evidencia que la sociedad occidental y el estado de derecho donde se apoya, amenaza ruina si cada región se arroga el derecho a independizarse a las bravas. Tabarnia es un espejo que afea al independentismo. Un eco que te ataca con sus propios argumentos. “Independicémonos de la Cataluña interior que nos roba a base de subvenciones”.  “Apartémonos de los anti demócratas que no se atreven a autorizar a los tabarneses un pacífico referéndum de secesión”. Y así sucesivamente.
Lo mejor de los tabarneses es su sentido del humor. ¡Dios se lo conserve! Las autoridades, sin embargo, están obligadas a dialogar y a tomar decisiones serias. Nada de veleidades. Si yo estuviera en la Generalitat diría a los independentistas tabarneses. “Cuando vuestra delegación represente el 75% de los ciudadanos del territorio, nos sentaremos a debatir”. Si yo estuviera en el Gobierno de España diría a los independentistas catalanes: “Cuando vuestra delegación represente el 75% de ciudadanos de Cataluña, nos sentaremos a debatir”. Mientras tanto, disfrutemos de lo mucho que nos une.             

 La Tribuna de Albacete (22/01/2018)

domingo, 14 de enero de 2018

Año de nieves

“Año de nieves, año de bienes”, dice el refranero. Y como los agricultores se lo creían, aquel año sembraban más, trabajaban los campos con esmero y no escatimaban el abono. La mayoría conseguía una cosecha espléndida. Normal, ¿no?
Este tipo de fenómenos aparecen en múltiples facetas de la actividad humana. Los economistas hablan de “self fulfilled prophecies”: profecías que se cumplen por el mero hecho de creer en ellas. Imaginemos que los organismos económicos repiten por activa y por pasiva que la crisis ya está superada, que los empresarios se creen el anuncio y se animan a emprender nuevos negocios o ampliar los existentes. El resultado no puede ser otro que la recuperación del empleo.
Lamentablemente, la nieve causa también estragos y hay quien los aprovecha para linchar al adversario político. Si un millar de vehículos quedan atrapados en la autovía, estos agoreros de desastres culparán primero a la Dirección General de Tráfico y luego al Consejero o Ministro del ramo con el objetivo final de fulminar al Presidente de la Comunidad o de la Nación. La nieve en invierno y el fuego en verano, se utilizan para desgastar a los gobernantes y conseguir con los gritos de los indignados lo que no consiguieron con los votos de los ciudadanos.

Estos episodios, que se repiten año tras año, ponen de relieve que vivimos en una sociedad híper-politizada. Nos interesa convertir al Gobierno en el responsable último de todas nuestras desgracias y esperar a que nos saque las castañas del fuego. La responsabilidad personal queda cada vez más diluida. Poco a poco vamos perdiendo la capacidad de prevenir los riesgos y para afrontarlos con entereza. Si se anuncia nieve, somos nosotros, conductores, los responsables de cargar las cadenas o posponer el viaje. Si sabemos que la economía avanza de forma cíclica hemos de estar preparados, intelectual y psicológicamente, para un cambio de trabajo y, tal vez, de domicilio. Ciertamente, es más fácil culpar al Gobierno de todo lo malo que nos ocurre. Pero, ¿sirve de algo?
La Tribuna de Albacete (15/01/2017)

lunes, 8 de enero de 2018

Tiempo de construir

            Entre las felicitaciones recibidas para Año Nuevo me quedo con esta. “Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de destruir, tiempo de construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recogerlas;  tiempo de abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de guardar, tiempo de arrojar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz. ¿Qué saca el obrero de sus fatigas?” (Eclesiastés 3, 1-10)
                Por todos estos momentos pasa el ser humano a lo largo de su vida. Cada año los vivimos revueltos en el grupo social al que pertenecemos. Sucedieron en el 2017 y se repetirán en el 2018, por más que nos deseemos “felicidad”, “paz”, “suerte”… No es realista pensar que tendremos un año apacible con los vientos recogidos o soplando siempre a nuestro favor. Un buen año lo consigue quien sabe aprovechar la fuerza del viento, independientemente de la dirección hacia donde sople.
                La clave para conseguirlo estriba, por tanto, en nuestra disposición personal. ¿Qué opción tomaré a lo largo del año que comienza? ¿Destruir o construir? ¿Arrancar o plantar? ¿Rasgar o coser? ¿Arrojar piedras o recogerlas? ¿Preparar la guerra o sembrar la paz? En definitiva, ¿odiar o amar? 
                Las opciones constructivas requieren más esfuerzo, pero son las únicas que dan eficacia y sentido a nuestras fatigas. Desconfío de quienes prometen el paraíso en la tierra para el 2018. Todavía más de quienes nos liberan del esfuerzo personal, echando balones al tejado del gobierno o de la fortuna. 
La Tribuna de Albacete (08/01/2018)