Cuando un
guía turístico muestra la puerta románica de una catedral posiblemente te
animará a tocar su relieve por dentro y por fuera; explicará los materiales y
el peso… No se entretendrá a explicarte qué tipo de bisagras han permitido que
la puerta de esa catedral se abriera y cerrara durante siglos. Pero, ¿qué sería
de la puerta sin ellas? Adolfo Suárez fue el hombre-bisagra entre la dictadura
y la democracia, entre la España de la contienda y la España de la convivencia
democrática. Una vez cumplida su misión histórica se retiró (lo retiramos) de
la vida política. Bastaron cuatro años. Posiblemente los mejor aprovechados de
la historia de España.
Estos días,
delante de su féretro, se han multiplicado los panegíricos para hacer verdad
aquel dicho: “Si quieres que todos hablen bien de ti, muérete”. La mayoría de los
artículos y entrevistas que he leído y escuchado elogian los carismas y cualidades
excepcionales del primer Presidente de la democracia española. Para mí lo
sorprendente es que una persona tan normal llegara a Presidente y fuera capaz
de hacer tantas cosas extraordinarias en tan poco tiempo.
Nació en un
pueblo recóndito (Cebreros) de una de esas provincias olvidadas en los
telediarios (Ávila). Hijo de familia numerosa que había de estirar la peseta
para llegar a fin de mes; él también padre de cinco hijos. Recibió una sencilla
educación religiosa en su familia, en el colegio y en la Acción Católica, institución
que durante la postguerra atrajo a muchos jóvenes con inquietudes sociales. Estudio
Derecho en Salamanca con más aprobados que sobresalientes. En algún lugar he
leído que se doctoró por la Universidad Complutense. Mucho me extrañaría. Deben
confundirlo con algún Doctorado Honoris Causa. Suárez, como tantos compañeros
de la época, empleó los mejores años de su vida preparando oposiciones, hasta
que se colocó en el Instituto Social de la Marina.
Viendo sus
inquietudes políticas, el Gobernador Civil de Ávila, D. Fernando Herrero, le
animó a que entrase por la única puerta de acceso en tiempos franquistas: el
Movimiento Nacional. Tras la muerte de Franco, Arias Navarro lo ficho para
Ministro Secretario General del Movimiento. Y, cuando
la situación política se le escapaba de las manos, le cedió el mando supremo. Solo
un joven inocente podía atreverse con tamaño embolado, pues tenía poco que
perder. El mayor mérito de Suárez, aparte de u juventud, consistió en estar en el
lugar adecuado en el momento preciso.
El primer
riesgo de ser una persona normal es que se fijen en ti y te empleen como
bisagra porque no levantas oposición ni a un lado ni a otro. La derecha
española podía confiar en un político forjado dentro del Movimiento. La
izquierda no podía menos de dar un voto de confianza a un joven que no había
tenido tiempo a vincularse a las familias históricas del franquismo.
Suárez se atrevió a
llamar a las cosas por su nombre y a correr el riesgo de la libertad convocando
las primeras elecciones democráticas sin excluir a ningún partido. El joven e
inocente Presidente, entendió otra verdad elemental que se les escapa a los
políticos de carrera: hay asuntos de Estado que requieren el consenso y la
concordia. El primero fue la normalización de la economía a través de los Pactos
de la Moncloa (octubre de 1977). Bastaron dos días de paseo por los jardines de
la Moncloa para que los líderes políticos, sindicales y empresariales se
percataran que sus rivales no eran monstruos; que todos buscaban fines
similares aunque por vías diferentes. Esta experiencia facilitó la puesta en
marcha del proceso constituyente que acabó felizmente en la aprobación de la Ley
Fundamental de 6 de diciembre de 2008.
Otro riesgo
de las personas normales es ser apartadas de la primera línea cuando las
instituciones ya ruedan por sí solas y la política se convierte en un ejercicio
de poder y prestigio. Así le ocurrió a nuestro buen Adolfo. No le compadezco. Imagino que a partir de entonces dormiría tranquilo
observando que la puerta de la democracia seguía abriéndose y cerrándose con
normalidad gracias a la nueva bisagra llamada Constitución, que tanto le debe a
él. Respetar las reglas de juego que nos dimos en la Ley Fundamental, he aquí el
mejor homenaje que podemos rendir a Adolfo Suárez.