La
educación sigue alimentando todo tipo de polémicas. Los que nos dedicamos a la enseñanza
comprobamos, año tras año, que los niveles educativos van en caída libre a
pesar de las millonadas invertidas. ¿No tendrán algo que ver las nuevas leyes
que desincentivan el esfuerzo de alumnos, profesores y gestores? Si todo vale
lo mismo, ¿para qué esforzarse en mejorar?
La politización
de la educación, es otro de sus enemigos. La Generalitat de Catalunya, por
poner un ejemplo reciente, se ha desentendido de la sentencia que les obliga a
impartir un 25% de la enseñanza en castellano. Su principal responsabilidad,
dicen, es “hacer país” y eso se logra controlando los libros de texto y eliminando
las lenguas enemigas.
La
batalla cultural se gana en las escuelas. El lobby LGTBI sabe que su futuro
está asegurado si a lo largo del periplo educativo convencen a los niños y
adolescentes que son seres asexuados y que cada uno ha de decidir el sexo con
el que él se siente identificado.
El vale
escolar es solución más sencilla, eficiente y civilizada para acabar con
todas estas tropelías. Se apoya en tres columnas que arrancan de un mismo
principio: la libertad. Libertad de creación y organización de los centros
escolares, públicos o privados, respetando, claro está, el marco legal. Libertad
de elección del centro escolar por los padres; nadie como ellos conoce las
necesidades de sus hijos. Revalidas al final de cada ciclo. El alumno ya llega
aprobado. Las revalidadas solo pretenden facilitar la elección de los padres e
incentivar a los gestores a ser más eficaces.
La proliferación de colegios
ingleses o liceos franceses justifica, indirectamente, nuestro modelo escolar.
Lamentablemente, solo las clases más pudientes (donde incluyo a los políticos
nacionalistas) pueden ejercer la libertad de elección. Nuestro objetivo es generalizar
esos derechos y libertades.
La Tribuna de Albacete (06/06/2022)