La dinámica de la democracia representativa lleva a la partitocracia y la proliferación de partidos. Todo lo puede quien llega al cetro, pero cada día resulta más difícil obtener el 51% de los escaños necesarios para ello. Las últimas elecciones en Argentina y España ofrecen dos maneras de solucionar el problema.
Los argentinos tienen un sistema
electoral de doble vuelta. En la primera (22-10-2023) participó el 78% de los
electores. El peronismo oficial, liderado por S. Massa, obtuvo el 37% de los
votos. Una alianza entre el segundo candidato (Carlos Milei,
liberal-libertario) y la tercera (Patricia Bullrich, conservadora), suman 54%. En
tres semanas han de escribir los compromisos de esta alianza. Corresponde a los
ciudadanos decidir el 19-11-2023 si votan a esa coalición, o se abstienen.
En las elecciones generales del 23-07-23
se acercaron a las urnas el 70% de los electores españoles. El PP de A. Núñez
Feijóo obtuvo el 33% de los votos. El PSOE de Sánchez, el 31%. Vox y Sumar, el 12%.
Los siete partidos restantes, con participación parlamentaria, quedaron por
debajo del 2%. Tres meses después de las elecciones seguimos sin conocer quién
será nuestro presidente. Para obtener la mayoría del Congreso, Pedro Sánchez prometerá
el oro y el moro para atraer a esos siete partidos. ¿Y si le piden lo imposible,
digamos una amnistía o un referéndum de independencia? Pues también. El
Tribunal Constitucional, hecho a su imagen y semejanza, se encargará de
validarlo.
De las diferencias observadas entre los dos modelos electorales destacaré la que me parece más relevante. Los acuerdos entre Milei y Bullrich deben ser aprobados por el pueblo argentino en una segunda vuelta. Los acuerdos de Sánchez no pasan por el control de nadie: ni del PSOE, ni de los catalanes, ni de los españoles de las restantes comunidades autónomas.
Me quedo con el sistema argentino de la doble vuelta.