Los estímulos económicos nunca garantizan
una solución definitiva, pero bien que ayudan
Más de 100
jefes de Estado se encuentran reunidos en este momento en la sede neoyorkina de
la ONU. Celebran el 70 aniversario de la institución. El Papa Francisco,
invitado de honor a la jornada de apertura, elogió la institución como una
muestra de lo mucho que la humanidad es capaz de hacer cuando se lo propone y
junta fuerzas. “Es cierto, aseveró, que aún son
muchos los graves problemas no resueltos. Pero es evidente que, si hubiera
faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber
sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades”.
La cumbre
actual cierra una puerta: “Objetivos del milenio 2000-2015”. Y abre otra: “Objetivos
de Desarrollo Sostenible 2015-2030”. El balance de la primera etapa deja un
sabor agridulce. Acertó al concretar el programa del desarrollo en ocho
objetivos concretos y evaluables. También al pedir a todos los países una ayuda
al desarrollo que crecería regularmente hasta llegar el 0,7% de su PIB. En
principio, no debiera ser muy complicado para los gobiernos occidentales eliminar
gastos superfluos o subir la presión fiscal del 40% al 40,7%. Así lo hicieron
casi todos … hasta que llegó la crisis del 2008 y barrió los logros conseguidos
en los siete años anteriores.
Si Occidente
quiere ayudar al desarrollo del Tercer Mundo y evitar la inmigración ilegal y
desestabilizadora que tanto nos preocupa hoy, habrá de retomar el compromiso
del 0,7%. Me alegró escuchar esa promesa de boca de nuestro Rey Felipe VI. Pero
el esfuerzo ha de ser compartido. La ayuda al desarrollo (ya sea del 0,7 o del
7 por cien) no funciona cuando crea una cultura del subsidio donde hay muchos
derechos y pocas obligaciones. Tampoco cuando cae en gobiernos corruptos,
despilfarradores y sanguinarios.
Ese 0,7
bastaría para asegurar a los países pobres la prestación de los servicios
básicos de educación, sanidad e infraestructuras. También la defensa nacional,
aunque mejor que este servicio sea prestado directamente por los cascos azules
de la ONU.
Ahora la
contrapartida. Los países beneficiarios del 0,7 habrían de renunciar a un
ejército propio y comprometerse a respetar las normas básicas del estado
democrático de derecho, base de la prosperidad social y económica de Occidente.
Las dictaduras militares de los países en desarrollo, o los grupos integristas
que arrasan con los derechos humanos más elementales, saldrían demasiado caros.
Los estímulos económicos nunca garantizar una solución definitiva pero bien que
ayudan.
La Tribuna de Albacete, 28/09/2015