lunes, 21 de enero de 2019

Lecciones del Brexit



En el referéndum de 23 de junio de 2016, los británicos decidieron abandonar la UE. Aquel día de niebla y lluvia, un 52% de la población, animados por unos sloganes simplistas, votaron “EXIT”. Hoy, 30 meses después, y con la niebla más densa que nunca, los británicos no entienden el atolladero en el que se han metido ni saben cómo salir de él. Quienes contemplamos la tormenta desde el continente, podemos y debemos extraer algunas lecciones sobre las falacias que nutren a los movimientos soberanistas, separatistas y similares.
La democracia simplista (la del 50+1) es una trampa que lleva a un enfrentamiento directo y permanente de la ciudadanía y que se traduce en un referéndum detrás de otro. Las opciones más trascendentes para un país o comunidad requieren apoyarse en una sólida mayoría. Si el referéndum de adhesión a la UE captó en 1975 al 65% del electorado británico, ¿cómo no vamos a exigir una cifra similar para la salida? ¿Y quién impedirá a Escocia e Irlanda del Norte abandonar el RU tras constatar que sus ciudadanos prefieren seguir en la UE?  
La separación tiene costes y resuelve algún problema a costa de exacerbar otros. Por ejemplo, la pérdida de renta y bienestar que trae consigo el restablecimiento de las aduanas. A los británicos que añoran el modelo noruego, la UE les ha recordado que la libre circulación de mercancías implica la de personas, inmigrantes incluidos. El privilegio noruego no significa otra cosa que aceptar las normas y políticas europeas sin tener derecho a participar en las decisiones. ¿Es esta la soberanía que reclaman los ingleses?
El Brexit deja la balanza fiscal a cero. El Gobierno británico dejará de transferir parte de su renta a la UE, pero ello no garantiza de que disponga de más libras para repartir entre los británicos.  La recaudación impositiva del RU caerá, de hecho, si la economía británica se ralentiza.  
La Tribuna de Albacete (21/01/2019)

lunes, 14 de enero de 2019

Género y sentido común



Los veinte puntos del programa de VOX para Andalucía fueron tachados de inasumibles por el PP y C’s. Algunos de ellos implican, ciertamente, una reforma de la Constitución española… y ya sabemos lo difícil que es. Pero hay un tema que solo requiere aplicar el sentido común y el rigor científico, ofuscados por la rampante ideología de género. Un ejemplo que suena a chiste, pero no lo es. A la salida del paritorio:  –¿Niño o niña? –Eso todavía no puede saberse, lo decidirá él/ella en su adolescencia y sus posibilidades de elección se han ampliado a LGBTIQ…”. 
Estos son mis consejos para los partidos políticos que se atrevan a plantar cara a la ideología de género. El primero, insistir en la importancia de la igualdad entre todas las personas y la no discriminación por razones de sexo u orientación social.
Segundo: recuperar el sentido común. Para ello nada mejor que tirar de hemeroteca y ver lo que decían, hace apenas una década, representantes de “todos” nuestros partidos políticos.
Tercero: recuperar el rigor científico citando opiniones autorizadas de ayer y hoy. Desde la concepción ya podemos saber si el embrión corresponde a un niño o niña. Las anomalías psicosomáticas al nacer no representan el 4 cien, sino el 4 por cien mil.
Cuarto: garantizar la libertad de expresión. Uno ha de ser libre para criticar las medidas que, a su juicio, perjudican a las mujeres y los niños. Mejor si se aportan datos.
Quinto: garantizar la libertad que la Constitución otorga a los padres para elegir la educación moral de sus hijos. Si alguna Autonomía cree conveniente introducir las asignaturas de “Igualdad” diseñadas por el lobby LGBT que respete, al menos, el derecho de los niños a cursarla o no. Esta es la piedra de toque. La ideología de género solo logrará imponerse secuestrando a nuestros hijos.
Albacete (14/01/2019)

domingo, 6 de enero de 2019

Carta del Rey Melchor

¡Feliz 2019 a los ciudadanos del Reino de España! Soy el Rey Melchor, no hace falta que me presente. Tampoco necesitan presentación mis colaboradores Gaspar y Baltasar, ni mi competidor Papa Noel. El hecho de que todos nos conozcáis demuestra que somos reyes. Si fuéramos presidentes de una república parlamentaria nadie nos conocería ni podríamos representar eficazmente a nadie. ¿O alguien sabe cómo se llama el presidente de la República de Italia?
Diferente es la situación en las repúblicas presidencialistas, tipo EE.UU. o Francia. Sus presidentes son más conocidos pues, además de representar al país, detentan las riendas de la política. Los problemas son de otra índole. ¿Algún votante del Partido Demócrata se sentirá representado por el líder del Partido Republicano, Donald Trump? Evidentemente que no, como tampoco los votantes republicanos se fiaban de Barak Obama durante los ocho años de su mandato.
Ahí radica la ventaja de la monarquía sobre la república. Las pocas o muchas tareas que la Constitución asigne al Rey, podrá ejercerlas con mayor neutralidad pues no se debe a nadie. Por otra parte, la visibilidad que imprime la permanencia en el cargo, facilita su función de representación.
Algunos detestáis la monarquía porque el rey no es elegido por la mayoría de los ciudadanos. Mi pregunta: ¿acaso Pedro Sánchez o Mariano Rajoy fueron elegidos por la mayoría de los españoles? La legitimidad del Jefe del Ejecutivo deriva del sistema electoral y parlamentario aprobado en 1978 por el 88% de los españoles. Esa misma Constitución instauró la monarquía constitucional y legitima al Jefe de Estado, el Rey. 
Queridos españoles, lo que nos habéis de exigir a los monarcas es que cada año renovemos el compromiso de sacrificar nuestros intereses personales para servir limpiamente al Estado. No es fácil.

La Tribuna de Albacete (06/01/2019)