El primer desafío abordado en el documento España 2050 consiste en “ser más productivos para crecer mejor”. Totalmente de acuerdo. Aumentar la productividad empresarial es la clave para mejorar las condiciones de trabajo, salarios incluidos, sin merma del beneficio, la inversión y el crecimiento. Para generar más valor añadido sin destruir empleo, pues las mejoras de competitividad impulsan las exportaciones. Para asegurar un crecimiento sostenible. Para fundamentar un estado del bienestar sin generar una deuda que hipoteque a las generaciones futuras.
Los remedios propuestos en el documento
para reducir la brecha que nos separa de la UE también me parecen acertados.
Hay que evitar el envejecimiento de la población pues son los jóvenes quienes
mejor aprecian y absorben las nuevas tecnologías. Hay que mejorar la educación
y empleabilidad de esos jóvenes. Hay que invertir en investigación, básica y
aplicada. Hay que digitalizar las empresas y las instituciones. Hay que
eliminar las trabas burocráticas.
Mi advertencia. El Gobierno puede
y debe facilitar el tránsito de los agentes económicos por estas vías. Fracasará
si se erige como protagonista, desplazando a la iniciativa privada. Desde sus
inicios, allá por 1800, el principal logro de las economías capitalistas es el
aumento sostenido de la productividad. El proceso ha sido liderado por los
países que más han confiado en la iniciativa privada: Estados Unidos,
Inglaterra hasta 1945 y Alemania desde 1945. La incorporación de España a la UE
(y a su presión competitiva) coincide con los mejores momentos del crecimiento
español en productividad, valor añadido y empleo.
Para maximizar sus beneficios, o simplemente sobrevivir,
las empresas se han visto compelidas a producir nuevos bienes que satisfacen
mejor las necesidades del consumidor. A reducir los costes de producción y, a
renglón seguido, ajustar los precios a unos costes menguantes. ¡He aquí el secreto
de la mano invisible del mercado!
La Tribuna de Albacete (29/06/2021)