La historia es la mejor maestra … y la que menos
discípulos tiene. Sabia sería la humanidad si hubiera aprendido algo de sus
éxitos y fracasos históricos; de las instituciones y conductas que llevaron a
la paz y prosperidad, y de las que causaron enfrentamientos y ruina.
El cataclismo de la Covid-19 me retrotrae al que vivieron
los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial. Frente al estatismo heredado
de Bismark, el canciller Adenauer apostó por el ordoliberalismo de la
Escuela de Friburgo y si economía social de mercado. El sistema aspiraba
a combinar el progreso económico impulsado por la iniciativa privada bajo la
presión competitiva, con la justicia y paz social resultantes de la
participación de la sociedad civil y de sus representantes políticos, respetuosos
del principio de subsidiariedad. A tenor de este principio, las competencias
debían atribuirse al nivel de decisión inferior, que suele ser quien conoce
mejor las necesidades y posibilidades de su comunidad. El nivel superior debe
ayudar (subsidiar) al inferior, no desplazarlo.
La economía social de mercado fue absorbida por el Estado
del bienestar de cuño anglosajón. Su mensaje queda bien resumido en la máxima
de Beveridge, from cradle to grave ("dejemos que el Estado cuide de cada uno
de nosotros desde la cuna a la sepultura"). Los logros sociales del Estado del
bienestar son innegables. Sus peligros también. El creciente poder atribuido al
Estado ha desplazado la iniciativa privada y cercenado la libertad individual. A
la postre, es el propio Estado central quien resulta estrangulado por sus afanes
manipuladores. Cuando ante un problema global, digamos la COVID, le corresponda
tomar decisiones centralizadas todos se le tirarán al cuello, temerosos de sufrir
nuevas maniobras políticas.
La Tribuna de Albacete (25/01/2021)