La UE ha de escribir, negro sobre blanco,
los costes para el RU de su salida
Winston Churchill
aseguró a Charles de Gaulle que eso de la Unión Europea (UE) le parecía bien
para los europeos, no para el Reino Unido (RU). “Si me obligaran a elegir entre
el continente y la mar abierta, concluyó, me lanzaría al agua sin pensarlo dos
veces”. La personalidad inglesa se ha forjado en oposición al continente
europeo. No resulta fácil cambiar estos sentimientos. Ni evitar que los
políticos apurados los azuzen de vez en cuando buscando un rédito electoral.
Esto es lo
que hizo hace un año David Camerón, el Primer Ministro “tory”. Ante las bajas
perspectivas de reelección, prometió un referéndum para decidir la continuidad
del RU en la UE. No esperaba ganar las elecciones, ni con esas. Pero las ganó y
ahora no le queda más remedio que lidiar el toro del antieuropeismo. Argucia no
le falta: “Yo pediré el SÍ a la UE para reformarla desde dentro”. Su problema
es que en este tipo de debates los partidarios de la ruptura se organizan mejor
y gritan más fuerte. Sus argumentos resultan más fáciles de vender: “Tendréis
todos los privilegios de los que hoy disfrutáis como miembros de la UE y,
además, quedaréis libres de tantos impuestos y regulaciones como imponen los
voraces burócratas de Bruselas”.
La UE es en
buena medida responsable de que argumentos tan falaces consigan votos. Se
impone un cambio radical de actitud. Por una parte ha de demostrar con obras
que ser miembro implica derechos y deberes; y que el entramado de unos y otros
mejora la eficiencia económica, el bienestar social y los derechos humanos. Por
otra, la UE ha de escribir, negro sobre blanco, los costes asociados a la
salida.
No se trata
de poner trabas a la marcha del RU o de cualquier otro estado miembro. Prefiero
que la UE siga siendo una confederación donde cualquier estado tiene el derecho
de salir cuando lo decidan sus ciudadanos. Pero sí conviene aclarar a esos
ciudadanos que al marcharse renuncian a las ventajas de una moneda fuerte y de
un mercado de 500 millones de ciudadanos, por citar sólo dos.
Si, pese a
todo, los británicos quieren lanzarse a la mar abierta que lo hagan. Pero, por
favor, no salpiquen.
La Tribuna de Albacete (26/10/2015)