miércoles, 30 de mayo de 2012

La hora de Europa y de las políticas europeas

Los países del norte no debieran olvidar que viajan en el mismo barco.

La trampa de la deuda, en la que hemos caído  familias, empresas y administraciones, se asemeja a las arenas movedizas.  En ambos lugares se cumple una condena fatal: “hagas lo que hagas acabarás más atrapado”.   Si pretendes huir por tus propias fuerzas te agotarás pronto y en vano.  Si, por prudencia, permaneces inmóvil te hundirás poco a poco.  ¿Qué es peor?  En el año 2009 se ensayó una huida hacia adelante impulsada por gobiernos que pronto quedaron atrapados por la deuda.  Cuando comprendieron que también los gobiernos podían quebrar, el objetivo pasó a ser la consolidación fiscal con los resultados que todos conocemos.  En los últimos doce meses, tras un esfuerzo serio por recortar gastos y aumentar impuestos, la deuda pública española ha subido 10 puntos porcentuales en el PIB.  ¡Paradojas de la economía!  La austeridad presupuestaria, cuando se aplica por una familia, empresa o gobierno aislado, es capaz de restablecer su balance financiero y permitirle empezar con renovado vigor.  Pero la austeridad generalizada, (cuando todos destinan sus rentas a amortizar deudas) hunde la demanda, la producción, el empleo, las rentas y los impuestos.
                Quienes han quedado atrapados en arenas movedizas saben que la salvación ha de venir desde fuera.  Alguien robusto y que pise tierra firme ha de lanzarles un cable al que puedan agarrarse.  La solución de largo plazo consiste en drenar el terreno hasta que la tierra consiga su dureza natural y sus habitantes puedan moverse por ella sin peligro. 
El salvador externo de los países europeos atrapados por la deuda no puede ser otro que la UME y el BCE, que es (o debiera ser) su brazo monetario.  Su primera medida debería consistir en relajar el objetivo del déficit público.  El límite del 3% del PIB, que tiene sentido para épocas de auge económico, puede resultar fatal en una recesión al eliminar el único sostén de la demanda agregada.   Dejando de lado nuestras ideologías y teorías, todos deberíamos aceptar una realidad: es imposible que, en poco más de un año, el Gobierno español reduzca el déficit del 8,8 al 3% y que el Gobierno de Castilla – La Mancha pase del 7,8 a 1,5%.   Los responsables de la hacienda pública han de actuar con prudencia y discernimiento.  Con un ojo han de mirar a los problemas del momento y con otro a las repercusiones a largo plazo.  Los gastos en I+D, por citar un ejemplo, deberían recibir un trato particularizado si no queremos destruir en doce meses lo que ha costado doce años levantar.  El ajuste en estos terrenos podría formularse por otras vías.  ¿Qué les parece una norma como esta?  “De los gastos en I+D se reducirá una cantidad equivalente a las facturas de restaurantes presentadas por los investigadores en el último año”.
Es evidente que ni el gobierno regional ni el nacional pueden impulsar la economía con políticas fiscales expansivas.  Con la actual prima de riesgo (que, por mucho que nos pese, refleja el penoso estado de las finanzas públicas) el remedio sería peor que la enfermedad.  Esas políticas sí pueden y deben hacerse desde la UE que está libre de deudas y puede vender bonos a bajo coste.  Podría actuar directamente o a través del Banco Europeo de Inversiones.  Para reforzar el compromiso y responsabilidad de los gobiernos, la UE debería primar a los países que están cumpliendo sus compromisos fiscales.
Hasta ahora, los responsables de la UME, presionados por la Alemania de Angela Merkel, han hecho todo lo contrario de lo que aquí se propone.  Pero algo empieza a moverse.  Desde todas las latitudes territoriales e ideológicas soplan vientos europeos.  François Hollande, recién llegado al Eliseo, está presionando por una política europea contra la crisis.  Mariano Rajoy ha salido esta semana de la Moncloa para echarle una mano.  Mario Monti, el presidente-tecnócrata impuesto por la UE, reunirá a cuatro presidentes en el Palacio del Quirinal para hablar del crecimiento.  Esa es la estrategia adecuada para los países del sur.  También para los del norte quienes no debieran olvidar que viajan en el mismo barco.
La Tribuna de Albacete (30/05/2012)

jueves, 24 de mayo de 2012

¿Y si la inflación se comiera la deuda?

Cuando la inflación se deja suelta puede comerse la deuda, pero también la economía


Imagine que el Gobierno, a quien usted acaba de comprar un bono a 10 años, se compromete a devolverle 100 euros el año 2022 (cifra que incluye el principal y los intereses).  A los precios actuales, con ese dinero usted podría comprar 100 piruletas.  Pero si durante este tiempo los precios han subido un diez por cien cada año, cuando usted reciba los 100 euros sólo podrá comprar 38,5 piruletas. Casi dos tercios de la deuda se habrán evaporado a consecuencia de la inflación.  El Estado (deudor) experimentaría un gran alivio; usted (acreedor) una gran pena.
                La inflación ha sido históricamente el gran aliado de los gobiernos endeudados.  Un aliado tan dócil como agradecido.  Los gobernantes no deben enfrentarse a los parlamentarios y a la opinión pública con medidas tan impopulares como recortar gastos o aumentar impuestos.  Basta conseguir que el Banco Central colabore, directa o indirectamente, en la financiación del déficit y que eleve paulatinamente la tasa de inflación fijada como objetivo de la política monetaria. 
                Si así de sencillo es, ¿por qué no damos vía libre a la inflación para que se coma la deuda que tanto mal está haciendo a nuestra economía?  –Por los peligros e injusticias que encierra.  Diluir el problema de la deuda con inflación es tan peligroso como jugar con fuego.  Cuando los ciudadanos se percaten que el dinero que están atesorando es ficticio, empezarán a desconfiar de él, se precipitarán a cambiarlo por bienes o divisas fuertes y el precio de estos se disparará.  Esto es lo que pasó en la República de Weimar (1919-1933) que desembocó en el nazismo; de ahí la reticencia de los alemanes a todo lo que suene a inflación.  Esto es lo que ha pasado en la segunda mitad del siglo XX en varios países latinoamericanos cuyas monedas han acabado perdiendo toda credibilidad y soportar tipos de interés prohibitivos.  No hay que descartar que la inflación se dispare mañana en los Estados Unidos y en Gran Bretaña donde el ritmo de crecimiento de la masa monetaria ha sido muy superior al de la riqueza real.  Mientras los dólares y las libras sigan atesorados no hay peligro.  Pero ¿y si la gente empieza a desconfiar en su valor y tratan de desprenderse de ellos al precio que sea?
                Los efectos distributivos de la inflación tienen mucho de aleatorios y poco de justos.  La inflación beneficia a los deudores a costa de los acreedores.  Entre los acreedores de la deuda pública española se encuentran los grandes bancos alemanes y franceses, amén de los fondos norteamericanos.  Muchos verán con buenos ojos que estas instituciones asuman parte del coste de una crisis que ellos contribuyeron a crear.  Pero entre los acreedores también se encuentran millones de familias que invirtieron sus pequeños ahorros en deuda pública ya sea de forma directa, ya a través de fondos de inversión y planes de pensiones. 
                A decir verdad, los médicos que hoy recetan inflación están pensando en algo diferente.  Aplicarían la medicina en dosis menores y más localizadas.  Proponen, en concreto, que Alemania y otros países del norte de Europa con un superávit crónico en su balanza de pagos, eleven la tasa objetivo inflación del 2 al 4 por cien.  El diferencial inflacionista con los países del sur de Europa les permitiría a estos aumentar sus exportaciones, que son fuente de empleo, renta e impuestos.  Esto suena bien sobre el papel, ¿pero serán los efectos tan inmediatos y fuertes como pretenden?  ¿Y cómo reaccionará China?  Tal vez aprovechará el diferencial inflacionista para conquistar el único mercado que le falta, el de maquinaria de alta tecnología made in Germany.  Los médicos inflacionistas argumentarán que depreciación del euro podría paliar la pérdida de competitividad de Alemania frente al gigante asiático.  El problema es que los dirigentes chinos han aprendido a manipular el mercado de divisas y es difícil que acepten perder competitividad por esta vía.
                En resumen: cuando la inflación se deja suelta puede comerse la deuda, pero también la economía. 


La Tribuna de Albacete (23/05/2012)

miércoles, 16 de mayo de 2012

Bancos en bancarrota

La creación de un banco malo recuerda aquel insulto:
“eres más tonto que mandado hacer por encargo"


Tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, el Gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Ordóñez, defendió por activa y pasiva la solidez del sistema bancario español, “uno de los mejores del mundo”.  Y no le faltaba razón.  Los balances de los bancos españoles no estaban contaminados por los productos derivados de las hipotecas basura emitidas en los EE.UU. que pusieron en jaque a las finanzas internacionales desde el verano de 2007.  De hecho, y en marcado contraste de lo que ocurría en otras partes del mundo, ninguno de los grandes bancos españoles quebró ni requirió ser intervenido en el 2009.   
                No debemos olvidar, sin embargo, que los soberbios rascacielos que albergan a los bancos están levantados sobre arenas movedizas.  Son gigantes con los pies de barro, expuestos a los avatares de la coyuntura económica.  Los bancos que pasan con notable los “stress tests” pueden resistir un terremoto.  Pero ninguno aguanta un terremoto detrás de otro.  Cuatro años seguidos de crisis, con cinco millones y medio de desempleados, ponen en jaque al más sólido de todos los bancos.  La semana pasada fue intervenido el primer grupo bancario español (Bankia).  Ningún banco, y aquí incluyo también a los alemanes, puede librarse de una crisis de esas que se llaman “sistémicas” y se ilustran con la caída de fichas del dominó.  
                Hasta la fecha, las estrategias practicadas dentro y fuera de España han sido poco efectivas, llevándonos a un círculo vicioso de difícil salida. Los bancos con problemas pedían ayuda a sus respectivos estados, quienes para recabar dinero se veían obligados a vender deuda pública a los propios bancos, quienes… A estas alturas de la película (cuando ya no es posible rebobinar) hay que apostar por políticas más radicales.  Nadie debiera rasgarse las vestiduras si la intervención de Bankia lleva a una nacionalización temporal.  La función del gestor público en una crisis tan profunda como la que padecemos consiste garantizar los depósitos y asegurar el flujo de crédito hacia los pocos empresarios que se arriesguen a invertir.  Afortunadamente, para cumplir estos cometidos no se necesita recapitalizar el banco y destinar la mayor parte de los recursos a provisiones de impagos.  Esto se hará cuando el banco salga otra vez a la bolsa, que esperemos sea pronto.  La nacionalización tampoco tiene que suponer a los contribuyentes costes altos e irrecuperables.  Los verdaderos “contribuyentes” son los actuales propietarios de Bankia que ya han perdido la mitad del valor de las acciones y se verán obligados a venderlas al Estado a un precio de saldo.
                La creación de un banco malo podría ser otra estrategia útil, si bien se gestionara.  Para empezar hay que aclarar que lo que se crea no es un banco malo sino una inmobiliaria buena; “afortunada”, sería la palabra.  Los bancos venden a esa inmobiliaria las hipotecas de morosos y quebrados.  Habiendo comprado a un precio de saldo, las inmobiliarias no tendrán dificultad de vender rápidamente, y con un margen de beneficio aceptable, los stocks de viviendas.  Para dar una imagen de seriedad, el Gobierno plantea que esos créditos hipotecarios no salgan del balance de la banca hasta que los pisos resulten vendidos.  Sinceramente no lo entiendo; el tiempo de formalismos ya se ha agotado. Lo que necesita la banca española es deshacerse de todos los activos dudosos que dañan su imagen internacional y repercuten en su prima de riesgo.  Bastante pierden con vender a 50, créditos cuyo valor contable era hasta ayer de 100.  Los costes para el Gobierno (léase contribuyentes) tampoco tienen por qué ser excesivos y podrían descargarse temporalmente en el BCE. En realidad, si los agentes económicos estuvieran convencidos que éste es un verdadero banco central, dispuesto a actuar como prestamista de última instancia, la presión de los mercados no tendría donde agarrarse.
                A más de uno, la creación de un banco malo le recordará aquel insulto: “eres más tonto que mandado hacer por encargo”.  Otros considerarán “ciencia ficción” este tipo de ajustes que consisten en diluir la deuda pasándosela de unos a otros.  No lo discuto.  Pero, ¿qué es el dinero sino una gran ficción de aceptación generalizada? 

La Tribuna de Albacete (16/05/2012)

miércoles, 9 de mayo de 2012

Estrategias para diluir la deuda

Justo es que los bancos compartan ahora
el coste de la reestructuración de la deuda

El diagnóstico de la crisis que estalló en septiembre de 2008 es claro: “borrachera de crédito”.   Banqueros y economistas olvidaron que, por definición, todo crédito implica una deuda y que las deudas conllevan unos pagos que no se interrumpen aunque la economía sufra una recesión de caballo.  El servicio de la deuda es, hoy por hoy, el principal lastre para la recuperación económica.     
                Las autoridades europeas están estudiando la conveniencia de relajar el ritmo de la consolidación y empiezan a hablar de políticas de crecimiento.  Ciertamente, sin crecimiento económico las políticas de austeridad resultan contraproducentes.  Pero no menos cierto es que para que la economía privada se recupere hay que aligerar el peso de la deuda. ¿Cómo vamos a pedir a un deportista convaleciente que empiece a correr con 70 o 100 kilos a la espalda?
No hablamos de condonar deudas, que supondría un premio para los irresponsables y les animaría a seguir endeudándose.  Se trata de facilitar la devolución de la deuda, haciendo partícipes a los acreedores del coste del ajuste. Los bancos son los principales responsables de la crisis financiera que padecemos.  Ellos propiciaron y se beneficiaron de las burbujas inmobiliarias y bursátiles que desembocaron en la crisis del 2007-8.  Justo es que ahora compartan el coste de la reestructuración de la deuda.   Lo que no parece ni justo ni eficiente, es que los contribuyentes europeos deban rascarse el bolsillo cada seis meses para rescatar a gobiernos insolventes y mantener los beneficios de los bancos que les prestaron de forma imprudente.
                Cada tipo de deuda reclama unos ajustes particulares.  Admitir la dación en pago podría aliviar la carga hipotecaria de las familias, como ha ocurrido en EE.UU.  Los norteamericanos incapaces de hacer frente a la hipoteca, dejan las llaves del piso encima del mostrador y empiezan una nueva vida.  Los deudores españoles, después de quedarse sin empleo y sin casa, han de refugiarse en la economía sumergida para escapar del banco que persigue sus rentas.  Como las leyes no pueden ser retroactivas, el Gobierno español debería animar a los bancos a modificar las cláusulas de los contratos antiguos. Posiblemente bastaría un mensaje del siguiente tenor: “Sólo los bancos que acepten la dación en pago de todas sus hipotecas podrán recurrir a ayudas públicas en caso de necesidad”. 
                Para aliviar la carga de las grandes empresas habría que favorecer la conversión de obligaciones y créditos en acciones.  Los antiguos acreedores (bancos incluidos) se convertirían en accionistas y podrían recuperar todo o casi todo el importe de su inversión cuando la empresa saliera a flote.  La ayuda a las PYMES podría canalizarse a través del crédito oficial.  El ICO compraría, con el consiguiente descuento, su deuda y la reestructuraría para sacar la empresa a flote, permitiéndole pagar sus deudas en un plazo razonable. 
                Algo parecido podría hacer el BCE con la deuda soberana de los estados en apuros.  La comprarían en el mercado, a su actual precio de saldo, y la reestructuraría de manera que los gobiernos pudieran devolverla en un espacio temporal más amplio y a un interés razonable.  El déficit español, y las presiones sobre la prima de riesgo que lleva asociadas, dejarían de ser problemas si el nuevo acreedor (el BCE) aceptara un periodo de carencia para el servicio de la deuda.
                La inflación es otra forma de “disolver” el problema de la deuda, muy frecuentado por los gobiernos con apuros financieros.  Últimamente suena mucho el recurso a la creación de un banco malo.  Otro día hablaremos más despacio de estas estrategias.  Lo importante es aclarar quién paga los platos rotos.  Porque alguien habrá de pagarlos, ¿no?

La Tribuna de Albacete (9/12/2012)

miércoles, 2 de mayo de 2012

La trampa de la deuda

Se nota que has caído en una trampa de la deuda cuando cualquier medida que tomes te deja más atrapado


Una familia, una empresa, un gobierno o un país caen en la trampa de la deuda cuando necesitan endeudarse a un interés creciente para atender el servicio de la deuda.  Reducir el déficit primario (digamos pagar con impuestos el gasto público en bienes y servicios) no resulta fácil.  Pero aunque lo consigan, el déficit final y la deuda siguen al alza debido a los gastos financieros que crecen como una bola de nieve que se desliza por la ladera de una montaña.  La magnitud de la catástrofe dependerá del tamaño inicial de la bola (el cociente deuda / renta disponible) y de la pendiente de la ladera (la brecha entre el tipo de interés y la tasa de crecimiento de la economía). 
                La deuda acumulada por la economía española cuando estalla la crisis (2008) superaba los umbrales de la prudencia financiera (270% del PIB).  La puntilla fatal a economías fuertemente endeudadas ocurre cuando el tipo de interés rebasa la tasa de crecimiento.  Esto ocurrió ya en el año 2007 a consecuencia del endurecimiento de la política monetaria del BCE, temeroso de un repunte inflacionista.  En el 2009, tras el estallido de la crisis financiera, el BCE bajó el tipo oficial a mínimos históricos (1%), pero ya era demasiado tarde.  El tipo de mercado, donde se incorpora la prima de riesgo, no ha dejado de subir desde entonces.  Hoy llega al seis por ciento, en una economía en crisis donde la tasa de crecimiento es nula o negativa.   
Se nota que has caído en una trampa de la deuda cuando cualquier medida que tomes te deja más atrapado.  La mayoría de los gobiernos europeos están centrados en el proceso de consolidación fiscal exigido por la Unión Europa liderada por Alemania.  Por más que recorten el gasto público, el déficit y la deuda soberana no cesan de aumentar ya que los impuestos caen todavía más a consecuencia de la crisis económica.  A la vista de esta evolución los fondos de pensiones y otros grandes inversores internacionales (que no otra cosa son los temibles “mercados”) elevan la prima de riesgo y exigen a los gobiernos un tipo de interés creciente.  Si resultaba difícil devolver una montaña de deuda superior al 60% del PIB a un interés del 3%, ¿quién podrá conseguirlo a intereses superiores al 6%? Los últimos acontecimientos han dejado claro que las políticas generalizadas de austeridad nos hunden todavía más en la trampa de la deuda.  Si el gasto de todos los agentes es inferior a su renta anual, la demanda agregada, el empleo, la renta y los impuestos se hunden.
¿Qué hacer entonces?  ¿Olvidarse del origen del problema (la deuda) y elevar el gasto financiado con crédito fácil?  Esta es la política Keynesiana que tenía muchos seguidores cuando se pensaba que los gobiernos eran inmunes al castigo de los mercados financieros, es decir, que podían endeudarse sin límite a un interés mínimo.  Esta es la política que sigue recomendando el Premio Nobel de Economía Paul Krugman, domingo tras domingo, desde su columna del New York Times haciendo caso omiso de los avisos lanzados por el mercado.  ¿Funcionaría?  ¿Por qué no le damos una oportunidad?
A decir verdad, la oportunidad ya la tuvo.  Tras el estallido de la crisis, todos los gobiernos practicaron políticas fiscales agresivas.  Los resultados fueron decepcionantes.  En España, el famoso plan E sólo consiguió doblar el peso de la deuda pública, creando una segunda bola de nieve que se añadía a la deuda privada. La política fiscal expansiva de Mr Obama tampoco ha conseguido reactivar de forma permanente la economía privada.  De lo único que se han librado los norteamericanos es de la presión sobre la prima de riesgo pues la deuda era comprada directamente por la Reserva Federal dando vueltas a la máquina de imprimir dinero.  Otra ventaja de los americanos es que siendo el dólar una divisa internacional, están libres (por el momento) de los problemas de inflación y depreciación.  La segunda lección que debiéramos haber aprendido en estos años de crisis es que el multiplicador del gasto público queda minimizado en una economía fuertemente endeudada, donde todos los agentes están obsesionados por amortizar deudas. 
Alguna solución habrá, pero no será fácil.  Yo no arrendaría las ganancias ni a los que apuestan por la consolidación fiscal ignorando el problema de la crisis, ni a los que defienden una política fiscal expansiva ignorando el problema de la deuda.  

La Tribuna de Albacete (2/05/2012)