lunes, 25 de noviembre de 2019

Caldo de corrupción


La última semana estuvo protagonizada por la sentencia de los ERE. Los jueces de la Audiencia de Sevilla condenaron a los artífices de un entramado de fondos reptiles que aseguraba el clientelismo político al PSOE andaluz. En mayo del 2018, la sentencia del caso Gürtel condenó a los responsables de la caja B del PP en las comunidades de Madrid y Valencia por intercambiar donaciones empresariales con concesiones de obras públicas. En enero de 2018, la Sentencia sobre el caso Palau condenó a Convergencia Democrática de Cataluña por financiación ilegal, bajo el mismo esquema de intercambio de favores.
¿Qué tienen en común estos tres casos? –La  permanencia durante décadas de un mismo partido en el poder: PSOE en Andalucía, PP en Madrid y Valencia,  CiU en Cataluña. La cronificación de un político en la dirección de su partido y de un partido en el Gobierno, es el mejor caldo de cultivo para la corrupción.
Ya lo dijo Lord Acton: “El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente”. No vale decir que España es una democracia. España es una partitocracia y los partidos políticos son cualquier cosa menos democráticos. Parafraseando a Lord Acton, podríamos añadir: “El poder corrompe; el poder longevo acaba corrompiendo hasta lo más sano”. No basta con condenar los escándalos que salen a la luz de vez en cuando. El Estado debe prohibir la permanencia de los políticos en órganos directivos más allá de dos mandatos. Y cada partido debe renovar continuamente sus fiscalizadores internos y sus órganos de dirección. 
En el fondo de estas conductas corruptas y de las huecas propuestas de renovación, se advierte una ignorancia peligrosa sobre la naturaleza humana, amén de una falta de conocimiento propio. Nadie está libre de ahogarse si pulula en un caldo de cultivo favorable a la corrupción. Mejor evitar tales caldos.

La Tribuna de Albacete (25/11/2019)

domingo, 17 de noviembre de 2019

España en dos anécdotas


De mi paso, como estudiante, por los Estados Unidos, guardo dos anécdotas que me gustaría compartir con mis lectores de la Tribuna de Albacete. A ver si entre todos encontramos alguna luz que nos permita salir del túnel en el que nos hemos metido.
En una tutoría me preguntó la profesora, “¿Cómo vivió usted la represión franquista?” –Pues mire, respondí, represión, lo que se dice represión, yo no la sufrí. –Me desconcierta que casi todos mis estudiantes españoles hablen de la “dictablanda franquista”, espetó ella. Yo me sentí obligado a matizar: “Verá usted, yo hablaba a título personal, el de un joven de un pueblo perdido en el Pirineo. Imagino que si preguntara a un estudiante de Madrid o Barcelona afiliado a un partido comunista o independentista, le daría muchos ejemplos de represión”. La respuesta de la profesora me desconcertó: “Por favor, no mezclemos las cosas. Si se trata de partidos marxistas e independentistas, que atacan al núcleo de la economía, la nación y la democracia, por supuesto que estamos obligados a defendernos”.
Segunda anécdota. Los americanos estaban revisando su sistema sanitario (privado) y miraban a España como un posible ejemplo a seguir. Un profesor me preguntó: “Pero los médicos en España, ¿son funcionarios o no?”. –¿Qué entiende usted por “funcionarios”?, pregunté para disimular mi ignorancia. –Quienes tienen siempre asegurada la misma paga, tanto si se matan a trabajar como si no dan un palo al agua.
A día de hoy me parece mejor una Constitución como la española que admite todo tipo de partidos, sea cual sea su ideología. Eso sí, dentro de un Estado democrático de Derecho que nos permite cambiar la Constitución siguiendo las reglas de juego allí establecidas. Sobre el segundo tema. Considero la nacionalización una buena opción en sectores como la sanidad, las pensiones… y punto. ¡Pobres de nosotros si convertimos España en una nación de funcionarios!
La Tribuna de Albacete (18/11/2019)

lunes, 11 de noviembre de 2019

Elecciones para cambiar la ley electoral



Escribo estas líneas en la fría mañana de una jornada electoral, la cuarta en cuatro años. No hace falta ser adivino para saber lo que va a cocerse el domingo 10/11/2019 y los titulares que aparecerán en la prensa del lunes. “Todos los partidos dicen que han ganado”. “España pierde al no poder conseguir un gobierno estable”. “Los líderes culpan a sus rivales del bloqueo político y esgrimen razones para no fiarse de nadie”. “Si alguna posibilidad tenía el Gobierno español de evitar o atenuar la crisis económica que se avecina, la hemos perdido”. “Los separatistas aprovecharán el desgobierno español para impulsar el procés”.
Se dirá hasta la profusión que el diálogo es la única solución. Sí, pero no. A fuerza de cumplir años, pienso hoy que el diálogo entre políticos es una quimera. El objetivo de los líderes de un partido político es conseguir el poder y mantenerse en el poder. Lo más que podemos exigirles es que respeten las reglas de juego y no sean corruptos. Nos corresponde a nosotros, ciudadanos prorrogar o retirar el voto de confianza que les dimos, en base de lo que han hecho o dejado de hacer en los cuatro años de gobierno.
No hay mal que por bien no venga. El fracaso de las elecciones podría ser aprovechado para pactar una reforma de la ley electoral (y de la Constitución, si fuera preciso) sobre tres principios. El primero, un sistema estrictamente proporcional: porcentaje de escaños = porcentaje de votos. Segundo, si un partido obtiene más del 40% de los votos se le regalarán los escaños que precisa para llegar al 51%. Tercero, si ningún partido llega a ese umbral se procederá a una segunda vuelta entre los dos partidos más votados. Lo importante es que el Gobierno pueda gobernar y se responsabilice cada cuatro años de sus aciertos y errores.  ¿Les parece poco? Menos tenemos ahora. 
La Tribuna de Albacete (11/11/2019)

domingo, 3 de noviembre de 2019

¿Alguien sabe dialogar? ¿Y escuchar?


–¿De qué tratará tu próximo artículo en la Tribuna de Albacete? –Mira, de cualquier cosa menos de elecciones y de política, que en España ya son indiferenciables. –No digas eso, colega, que con esa actitud transmites un mensaje de absentismo que favorece a los políticos más caraduras.
Así discurría la conversación en un viaje en tren a un congreso en La Coruña. Al más resuelto no se le ocurrió nada mejor que alquilar una mesa para cuatro en un vagón. ¡Horror, catorce horas y media frente a frente sin poder cerrar los ojos ni estirar las piernas! El más sensato puso una condición: “Prohibido hablar de política”.  Vale, asentimos el resto.
Ya habéis visto que el primer tema acabó pronto y mal, es decir, bloqueados en la política de bloques. Desde tiempos inmemoriales, cuando dos personas querían hablar de algo neutro, que nada revelara ni a nada comprometiera, hablaban del tiempo. Probamos. Uno trajo a colación la pertinaz sequía, otro lo mezcló con las inundaciones asociadas a la gota fría, otro llevó el agua a su molino para concluir que todo lo que pasa es consecuencia del calentamiento global y que solo tienen legitimidad moral los partidos que ponen el cambio climático arriba de la agenda.   
A continuación, probamos suerte con el fútbol. El aplazamiento del partido Barça-Madrid, nos abocó a la crisis catalana y de ahí nos enzarzamos con la necesidad o futilidad del diálogo con partidos independentistas. “Cambiemos de tema”, sugirió el moderador.
Todavía estábamos en La Roda. Todavía nos quedaban 14 horas de viaje. Así que decidí cambiar de tema y de asiento. Mirando hacia dentro, comprendí que a fuerza de elecciones estamos politizando la vida familiar, las aficiones personales, la ciencia… todo. Nos estamos convirtiendo en politiqueros. Y lo que eso conlleva: estamos perdiendo la capacidad de escuchar y dialogar.
La Tribuna de Albacete (4/11/2019)