La última semana
estuvo protagonizada por la sentencia de los ERE. Los jueces de la Audiencia de
Sevilla condenaron a los artífices de un entramado de fondos reptiles que
aseguraba el clientelismo político al PSOE andaluz. En mayo del 2018, la
sentencia del caso Gürtel condenó a los responsables de la caja B del PP en las
comunidades de Madrid y Valencia por intercambiar donaciones empresariales con
concesiones de obras públicas. En enero de 2018, la Sentencia sobre el caso
Palau condenó a Convergencia Democrática de Cataluña por financiación ilegal,
bajo el mismo esquema de intercambio de favores.
¿Qué tienen
en común estos tres casos? –La permanencia durante décadas de un mismo partido
en el poder: PSOE en Andalucía, PP en Madrid y Valencia, CiU en Cataluña. La cronificación de un
político en la dirección de su partido y de un partido en el Gobierno, es el
mejor caldo de cultivo para la corrupción.
Ya lo dijo
Lord Acton: “El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente”. No
vale decir que España es una democracia. España es una partitocracia y los
partidos políticos son cualquier cosa menos democráticos. Parafraseando a Lord
Acton, podríamos añadir: “El poder corrompe; el poder longevo acaba
corrompiendo hasta lo más sano”. No basta con condenar los escándalos que salen
a la luz de vez en cuando. El Estado debe prohibir la permanencia de los
políticos en órganos directivos más allá de dos mandatos. Y cada partido debe
renovar continuamente sus fiscalizadores internos y sus órganos de dirección.
En el fondo
de estas conductas corruptas y de las huecas propuestas de renovación, se
advierte una ignorancia peligrosa sobre la naturaleza humana, amén de una falta
de conocimiento propio. Nadie está libre de ahogarse si pulula en un caldo de
cultivo favorable a la corrupción. Mejor evitar tales caldos.
La Tribuna de Albacete (25/11/2019)