Las autoridades europeas están convencidas que la fórmula
utilizada para fijar el precio de la electricidad es eficiente y justa. Refuerza
la regla de oro de la teoría microeconómica, al acercar los precios a unos
costes marginales crecientes. La explosión de los precios de la electricidad en
el 2021, concluyen, obedecería a anomalías climatológicas de
difícil repetición.
¡Niego la mayor! La fórmula representa una aplicación equívoca
de la teoría marginalista de Alfred Marshall (1910) quien, a su vez,
malinterpretó a David Ricardo (1814). Todo por conseguir funciones de oferta
con pendiente positiva. Ricardo afirmó que la competencia ajustaba los precios
industriales al coste medio de producción de las empresas más eficientes del
sector. En ausencia de cambios tecnológicos, este ajuste se traduciría en
curvas horizontales de oferta. Los precios agrícolas constituyen la excepción
que confirma la regla. Subirán si, para satisfacer una demanda creciente de
alimentos, han de utilizarse tierras de peor calidad. En las explotaciones
agrícolas marginales, el precio del trigo cubriría los costes y beneficios
normales. Las tierras más productivas obtendrían beneficios extraordinarios que
se traducirían en mayores rentas y precios de las tierras.
La fórmula europea para fijar el precio del kWh solo sería
correcta si toda la electricidad proviniese de una sola fuente y técnica,
digamos, la hidráulica. Al aumentar la demanda de electricidad habría de
recurrirse a saltos de peor calidad con el consiguiente aumento de costes y
precios. Pero esto no es lo que estamos haciendo. Con el aumento de la demanda eléctrica
pasamos de las fuentes más baratas (renovables y nuclear), a las más caras
(centrales de gas y ciclos combinados). Las pocas empresas que dominan el
mercado eléctrico obtendrán beneficios normales en estas últimas y beneficios
extraordinarios en las primeras. ¡Un negocio redondo bendecido por una fórmula
pseudocientífica!
Si de verdad creyésemos en el mercado y le dejáramos
funcionar, los procedimientos actuales y los resultados a medio plazo serían
muy diferentes. Los consumidores de electricidad contratarían para todo el año
al precio más bajo posible. Las empresas generadoras de electricidad multiplicarían
la potencia instalada de renovables y nucleares (con el obligado cumplimiento
de la normativa medioambiental, por supuesto). Desaparecerían las plantas
basadas en la quema de combustibles fósiles a no ser que fueran capaces de
reducir a la mitad sus costes y emisiones.
Lo peor de la fórmula actual es que trasmite incentivos
inadecuados. ¿Para qué invertir en las fuentes más eficientes y seguras si el
Gobierno asegura demanda para todas? ¿Para
qué esforzarse en reducir el coste unitario si hay una fórmula que liga el precio
al coste de la unidad más cara!
La Tribuna de Albacete (10/01/2022)