Sr. Rector de la Universidad de
Castilla – La Mancha, Sr. Consejero de Educación de la Junta de Comunidades de Castilla
- La Mancha, Sra. Alcaldesa de Albacete, autoridades, miembros de la comunidad
universitaria, señoras y señores.
Cuando a finales del pasado mes de
julio me telefoneó el Rector invitándome a impartir la lección inaugural del
curso 2013-14 lo acepté como un honor, inmerecido por mi parte, y como un reto.
¿De qué hablaría yo a un auditorio tan variopinto y preparado como el que hoy tengo
delante? ¿Y en qué tono habría de hacerlo?
Recuperé el aliento al considerar que
uno de mis temas de investigación (crecimiento
y crisis) podía ser de interés
general. Nadie suele desconectar cuando se habla de la crisis económica actual,
la nuestra. Esa crisis desencadenada
por la quiebra del holding financiero Lehman Brothers en septiembre de 2008;
poco que celebrar en su quinto aniversario. Esa crisis que ha reducido a la
mitad el valor de nuestros ahorros invertidos en vivienda o en bolsa. Esa
crisis que impide a nuestros alumnos encontrar el trabajo para el que con tanto
empeño se han preparado. ¡Cincuenta y siete por ciento de paro entre los
jóvenes españoles! La cifra lo dice
todo. Es, sin duda, la manifestación más cruenta de una crisis económica que ha
pasado a ser un drama social.
No es este momento para abrumar con
datos; menos con ecuaciones. Pero tampoco querría defraudar a quienes no se
contentan con las informaciones del telediario, donde todo sube y baja, sin niveles
de referencia. Los que nos dedicamos a la investigación y a la enseñanza universitaria,
privilegio donde los haya, estamos obligados (además de indicar esos niveles de
referencia), a rastrear en las raíces de los problemas y suscitar las
cuestiones básicas. Hoy abordaremos dos: ¿Qué elementos hacen diferente a esta crisis
y están retrasando la recuperación económica? ¿Qué cambios institucionales y
culturales se confabularon para generar tales elementos?
La trampa de deuda
Por una vez en la historia, los
economistas están de acuerdo: la crisis tiene un origen financiero. Fue incubada
en el sistema bancario de los Estados Unidos y se exportó a todo el mundo a
través de los productos derivados de las hipotecas basura (
subprime mortgages, en la jerga anglosajona). A decir verdad, en todos
los países avanzados se había registrado una explosión de crédito que generó
sendas burbujas en los mercados inmobiliario y bursátil, amén de un reguero de
deudas. Hasta aquí ninguna novedad. Charles Kindleberger
cuenta hasta veintiocho crisis financieras de relieve, desde finales del siglo
XVIII a finales del XX; en casi todas ellas, la explosión del crédito y las
burbujas jugaron un papel decisivo. Hyman Minsky
,
por su parte, insistió que las semillas de la crisis financiera se siembran en
la fase alcista donde el volumen de la deuda aumenta al tiempo que disminuye su
calidad. La novedad de la crisis actual, la primera que vamos a analizar,
radica en
el volumen de deuda acumulada y
en su extraordinaria difusión por todo tipo de familias y empresas. No es
lo mismo, ni genera la misma problemática, un billón de euros debidos por mil empresas,
que esa misma cantidad de deuda distribuida entre un millón de empresas y otro
millón de familias.
La crisis se difundió más rápidamente
de lo habitual pues un stock tan difuminado de deuda privada actuaba como una
caja de resonancia. “No puedo pagarte porque a mí no me pagan”. Hoy es una
pesada losa que está retrasando la recuperación económica. La deuda tiene
siempre, pero sobre todo cuando la economía entra en recesión, un efecto
depresivo sobre la demanda agregada. Una parte significativa de las rentas
generadas en el proceso productivo se desvía hacia la amortización de deudas y
queda atesorada en la caja de algún banco.
La losa de la deuda se transforma en
una trampa cuando para atender a tus compromisos financieros has de endeudarte
a un interés creciente. Es la prima de riesgo de la que pocos de ustedes habían
oído hablar antes del 2010 y ahora la encuentran hasta en la sopa. “Conocerás
que has caído en la trampa de la deuda, dice la sabiduría popular, cuando hagas
lo que hagas acabas más endeudado”. Las arenas movedizas serían un símil
adecuado para describir la situación. Si tratas de huir hacia delante, buscando
financiación para las inversiones que aseguran la viabilidad del negocio, es
muy posible que se dispare tu prima de riesgo y te lleve a la quiebra. Pero si tú
te quedas parado (sin gastar) y todos los demás hacen lo mismo, el hundimiento también
resulta inevitable.
La intervención aislada de los gobiernos
no pudo reactivar la economía y acabó precipitando a varios de ellos en la
trampa de la deuda. Aquí encontramos
otra novedad de la crisis:
en un terreno
inundado de deuda las políticas macroeconómicas convencionales resultan poco
eficaces. Keynes, que tenía en alta
estima a la política monetaria, advirtió de su inoperancia en los momentos más
críticos, como la crisis de 1929, donde la
trampa
de la liquidez impidió que el dinero emitido por el Banco Central llegara
al empresario inversor
.
También en nuestra crisis
hemos
sufrido este problema. Si Keynes observara
la crisis de 2008 posiblemente ampliaría el elenco de factores que disminuyen
la efectividad de las políticas macroeconómicas para incluir a la
trampa de la deuda. A buen seguro, Keynes
recalcaría que la austeridad generalizada es tan ineficaz como peligrosa. Pero no
dejaría de advertir que en una economía sobreendeudada el impacto negativo de
los nuevos gastos públicos sobre la prima de riesgo podría superar al impacto
positivo sobre el consumo privado, que eso es lo que busca la política fiscal.
El año pasado, por estas fechas, Oliver
Blanchard, director del Departamento de Investigación del Fondo Monetario
Internacional, pidió excusas por sus errores en el cálculo del multiplicador
.
Lo sobreestimaron a finales del 2008 cuando recomendaron políticas fiscales
expansivas. Lo subestimaron a mediados del 2010, tras el primer rescate a
Grecia, cuando urgieron a los gobiernos mediterráneos a la consolidación
fiscal. A mi entender, el enigma queda descifrado si separamos el multiplicador
propiamente dicho, que ha disminuido pero sigue siendo positivo, de la caída
del consumo autónomo y la inversión, caída que va asociada al deseo de
amortizar aceleradamente la deuda.
Quien ha caído en arenas movedizas
necesita de un salvador externo. Para las economías europeas atrapadas por la
deuda, la UE era y sigue siendo ese salvador. ¡Lástima que no haya estado a la
altura de las circunstancias! La UE nunca tuvo una visión clara de su misión.
Además, los instrumentos de que disponía no eran adecuados para una crisis de
esta envergadura.
De todas las variedades de deuda, la exterior
es la más peligrosa; la que más incide sobre la prima de riesgo. No dispongo de
espacio para abordar el tema, pero colgaré un aviso (a modo de post-it) para concluir esta primera
sección: mientras no se superen los desequilibrios estructurales del comercio
exterior, tendremos activada una bomba de deuda en nuestro sistema económico.
La nueva maquinaria financiera para fabricar
trampas de deuda
Pero, ¿quién creó la trampa de la
deuda? ¿A quién sentaremos en el banquillo de los acusados? En Abril de 2010, Alan
Greenspan, expresidente de la Reserva Federal de los EE.UU., compareció ante el
Congreso para dar su versión de los hechos
.
Muchos le responsabilizaban de la crisis porque a mediados de los noventa inauguró
una nueva era de política monetaria caracterizada por bajos tipos de interés.
Después, para superar la crisis bursátil del 2000, los bajó a mínimos
históricos (el 1%) y allí los mantuvo durante varios años. La anomalía, dijo
Greenspan, no está en un interés del 1% para los préstamos a quince días que la
Reserva Federal acuerda con la banca comercial. Lo sorprendente, concluyó, es
que ésta concediera créditos hipotecarios a 30 años a un interés ligeramente
superior, y que entre los beneficiarios se incluyeran los colectivos más
vulnerables. (Se refería a los hogares conocidos por el acrónimo “
NINJA”: non income, non job, non assets).
¡Inteligente la defensa / ataque de
Greenspan! Aunque deja algunos cabos sueltos. ¿Pero no era usted el responsable
de controlar al sistema financiero?, le hubiera replicado yo. ¿Por qué no detectó
la metamorfosis que se estaba gestando en el sistema y advirtió de sus peligros?
¿Por qué dejo construir un castillo financiero sobre unas bases tan endebles
como las hipotecas subprime? Admito
que, en un vergel exuberante, es difícil ver las raíces podridas. Greenspan se
limitó a condenar la “exuberancia irracional” de los mercados. Lo cierto es que
esa irracionalidad se hubiera llevado por delante todo el sistema bancario
norteamericano, si su sucesor, Ben Bernankee, no hubiera rescatado a los bancos
empleando a fondo la maquinaria de imprimir dinero legal.
El problema de las hipotecas subprime es específico de los EE.UU. La
explosión del crédito para comprar productos derivados de las hipotecas subprime y para invertir en viviendas,
terrenos y activos financieros fue un problema universal. El sistema bancario
de Islandia, el primero en quebrar, había llegado a ser diez veces mayor que el
PIB del país. La banca española fue más prudente que la
estadounidense en la selección de los prestatarios de las hipotecas. No así en la
financiación de promotores que compraban suelo, constructores que competían por
tener la empresa más grande y especuladores que habían descubierto la manera de
hacerse ricos en poco tiempo. Cuentan de un constructor que acudió a la sede
central de un banco. Inmediatamente le subieron al despacho del director.
-Aquí me tiene para pedir otro crédito, dijo el
constructor.
-Crédito que le concederemos en el acto, como
hacemos a todos los buenos clientes, respondió el banquero quien no podía
ocultar su satisfacción.
-La verdad es que hoy necesito mucho, pero que mucho
crédito.
-¿El doble que el mes pasado? Concedido.
-No, mucho más del doble.
-¿Y para qué quiere tanto dinero?, inquirió el
banquero, ya picado por la curiosidad.
-Para comprar este banco.
Si la historia no es cierta, podría haberlo sido. Piensen
en el intento de Sacyr- Vallehermoso, una constructora creada en 1986, de
adquirir el control del BBVA, el segundo banco español con 150 años de
antigüedad. Piensen en la OPA (esta sí salió adelante) de la constructora
Entrecanales a ENDESA, la primera empresa eléctrica española. A propósito, en el año que duró la OPA, la
cotización de las acciones de la eléctrica subió de 20 a 40 euros
.
Un símil cósmico nos ayudará a entender la
metamorfosis del sistema financiero y sus consecuencias económicas. Es habitual
afirmar que las finanzas giran alrededor de la economía real, como un satélite
lo hace en torno a su planeta. ¿Se
imaginan ustedes lo que pasaría si la luna creciera hasta superar en tamaño a
la tierra? Pues algo parecido ha ocurrido en el universo económico. Tal vez
sería más exacto hablar de la aparición de un segundo satélite financiero
(llamémosle “virtual”). En el satélite original opera la banca tradicional que
cumple una labor de intermediación, tan importante como difícil. En el satélite
virtual ubicamos los préstamos más vinculados a la especulación que a la
actividad productiva. Richard Werner
mide el tamaño de este satélite por la diferencia entre el crecimiento del
crédito bancario y el crecimiento del PIB nominal. La brecha se dilató en Japón
durante la década de los ochenta dando lugar a su crisis de los noventa de la
que todavía no ha salido. Se dilató todavía más en los EE.UU. y la UE desde el
2003 a 2007, cuando se inicia una crisis de final incierto.
Los créditos del satélite virtual se
destinan a la compra de terrenos y activos financieros en el mercado
secundario. Podemos añadir los créditos hipotecarios, cuando superan el
crecimiento potencial del sector de la construcción. Como la oferta de todos
estos activos es relativamente fija, el crédito tendrá un impacto directo sobre
sus precios
. En eso
consiste el nuevo juego: en crear burbujas de donde emanan pingües plusvalías.
Se trata, importa subrayarlo, de un juego de suma cero. Las plusvalías que
obtienen los especuladores madrugadores
se consiguen a costa de los desafortunados que compran al final del ciclo
alcista. Y a costa de todos nosotros que, en nuestra condición de
contribuyentes, hemos debido soportar una mayor presión fiscal para financiar
los rescates bancarios. Insistimos: esas burbujas no crean riqueza; es más, pueden destruirla;
dañan a la economía productiva tanto cuando se inflan como al explotar. Por
eso, para prevenir futuras crisis como la de 2008 yo prohibiría explícitamente
a los bancos conceder créditos para la compra de terrenos y activos financieros.
El privilegio bancario de crear dinero no debiera utilizarse para fabricar esas
armas de destrucción masiva asociadas a la especulación financiera. Hace unas
décadas la medida podría ser de difícil aplicación. Hoy es posible y necesaria.
La metamorfosis habida en el sistema
financiero desde mediados de los noventa favoreció la expansión crediticia. He
aquí otra de las novedades de la crisis actual. Pasamos del tradicional esquema bancario “depósitos-créditos” al nuevo
sistema “generación – distribución”. A través del crédito hipotecario
masivo la banca multiplicó el dinero bancario. No dispuesta a esperar veinte o
treinta años para recuperar el capital, estos créditos eran “titulizados” (empaquetados)
y vendidos a la banca de inversión. Ésta los mezclaba y empaquetaba de nuevo en
“productos estructurados”, y tras conseguir los máximos reconocimientos de las
agencias de calificación, los revendía a los fondos de pensiones y otros
intermediarios que nos sabían dónde colocar tanta liquidez como tenían. Es la
época de las innovaciones financieras. La mayoría de ellas consistieron en
maquillar y ocultar unos riesgos crecientes.
Alguno
de ustedes se estará preguntando. ¿Pero nadie había previsto la posibilidad de
que los bancos utilizaran su privilegio de crear dinero para sostener
artificialmente la demanda y financiar actividades especulativas? Por supuesto
que sí. Ha sido uno de los temas recurrentes del análisis económico desde la
polémica de principios del siglo XIX entre la currency school y la banking
school. Los primeros (cuyos ecos han llegado a nuestros días a través de
Escuela Austriaca de Economía) pretendían eliminar la creación de dinero
bancario introduciendo el patrón oro y un coeficiente bancario del 100%. Los
segundos (desde Tooke a los actuales economistas postkeynesianos) enfatizan el
importante papel que juega la banca para acomodar la oferta monetaria a las necesidades
de la economía. De bloquear esta vía natural de liquidez, advierten, se
agravarían los problemas de demanda efectiva, endémicos al capitalismo. Confían
la moderación crediticia al autocontrol de los agentes económicos. Las familias
y empresas no pedirán créditos que no se vean capaces de devolver en tiempo y
forma. Si alguno se atreve a hacerlo, será rechazado por el banco que también
corre el peligro de arruinarse.
La novedad de la situación actual es
que esta capacidad de autocontrol de
prestamistas y prestatarios parece haberse desvanecido. ¿Cómo explicarlo? ¿Problemas
de índole moral?
Una maquinaria cuyas columnas y bases están
carcomidas
Un sistema económico tan sofisticado
como el nuestro ha de cimentarse sobre fuertes columnas institucionales y sólidas
bases morales. Su sostenibilidad requiere que la mayoría de las personas actúe
la mayoría de las veces respetando las normas básicas de la legalidad y la moralidad.
En las decisiones financieras que llevaron a la crisis encontramos algunas
irregularidades legales que, afortunadamente, eran la excepción. Los comportamientos inmorales, por el
contrario, pasaron a ser la regla. Y lo que es peor, se encontraban amparados e incentivados por las propias instituciones y
por la opinión pública. Aquí reside otro de los rasgos diferenciales de la
situación actual, cuya solución se me antoja difícil.
Por supuesto, el problema moral no es de hoy
ni se circunscribe al ámbito financiero. Pone en tela de juicio a la cultura
que respiramos y al mismo sistema educativo. Históricamente la educación en
valores y virtudes se confiaba a tres instituciones: familia, escuela e iglesia.
Con mejor o peor acierto, nuestros educadores se dejaron la piel en el intento.
Los padres, maestros y demás educadores contemporáneos siguen poniendo el mismo
empeño pero se quejan, y con razón, de su incapacidad para contrarrestar la
influencia de los medios de comunicación de masas. Estos son ahora los
principales artífices en la creación / destrucción de valores y pautas de
comportamiento. Para llenar la caja, que tal es su único objetivo, los medios han
de contar historias que van siempre un paso más allá de la moral de aceptación
general. Así un día y otro y otro. El resultado es esta cultura que nos
envuelve, rabiosamente individualista, consumista y cortoplacista. “Después de
mí, el diluvio”, sería un buen resumen. Virtudes como la prudencia, la honradez
o la diligencia parecen de otros tiempos. Lo de “ganarse el pan con el sudor de
la frente” se interpreta como una maldición bíblica sólo aplicable a los
hombres y mujeres del Antiguo Testamento.
Con esta digresión pretendía mostrar que
la cultura postmoderna ha suministrado el caldo de cultivo perfecto para las nuevas
finanzas. A su vez, el florecimiento de unas finanzas orientadas a la
especulación ha reforzado esa cultura de la ganancia rápida, sin esfuerzo y sin
límites.
Nadie como Adam Smith, padre de la
Economía, nos ayudará a desentrañar los problemas ético-económicos
.
Sus orígenes como profesor de Filosofía Moral en Edimburgo le abrieron los ojos
a la importancia de la antropología y la ética en la construcción de las ciencias
sociales. Llegado a Inglaterra se maravilla del progreso económico que la
restauración de la propiedad privada y la generalización del mercado habían traído
consigo. Intuye que, entre bastidores, actuaba una
mano invisible capaz de canalizar la extraordinaria fuerza de la
iniciativa privada hacia el crecimiento y el bienestar social. La “Fábula de las
Abejas” de Mandeville sugería que el bienestar social derivaba de los vicios
privados. No son los vicios, son las virtudes, corrige Smith. La competencia en los mercados estimula la prudencia, la honradez, la
laboriosidad y otras virtudes morales que potencian el éxito del capitalismo. Pero
para que el proceso llegue a buen fin, concluye el moralista y economista
escocés, la sociedad que le sirve de base ha de tener altos estándares morales
y las instituciones económicas han de diseñarse de tal manera que refuercen la
responsabilidad de los individuos.
Responsabilización. El esfuerzo de las personas guarda relación con la
seguridad que tienen de apropiarse de los beneficios que generan; así como de la
obligación de cargar con los perjuicios derivados
de su negligencia o mala fortuna. La desregulación financiera (que coge fuerza
desde los años ochenta) y las malas regulaciones anteriores y posteriores, han
contribuido a erosionar el principio de responsabilidad económica que debiera
ser la argamasa de las instituciones financieras. ¿Por qué los directivos
financieros asumieron tanto riesgo? Sencillamente, porque no arriesgaban su
dinero. Si la operación salía bien participarían de los beneficios en forma de jugosas
bonificaciones. Si fracasaban, las pérdidas serían soportadas por los
accionistas y por las personas sencillas e incautas que les confiaron sus
ahorros. A decir verdad, los accionistas del banco tampoco tenían excesivos
motivos para preocuparse pues su aportación apenas representaba el 5% del
pasivo (en las corporaciones no financieras saltarían las alarmas si el ratio
“recursos propios / recursos ajenos” bajara del 50%). En el peor de los casos, cuando
la quiebra fuera inminente, sabían que papá-estado acudiría a rescatar al banco
y a sus directivos. ¿Cómo iba a permitir la quiebra con lo grande e importante
que es un banco? Los economistas han acuñado la expresión riesgo moral para aludir al “riesgo
de incentivar comportamientos inmorales”. Este es el mejor ejemplo.
Añádase
la multiplicación de los conflictos de
intereses que resultan de la connivencia entre los agentes financieros. ¿Qué
agencia de calificación se atrevería a negar la triple A al producto que le
presenta su mejor cliente? Añádase la facilidad para crear fondos de inversión
fugaces que pueden quebrar al año de su nacimiento sin perjudicar la reputación
de los gigantes financieros que hay detrás. Añádanse los miles de escondites
que ofrece una economía globalizada. Añádanse tantas y tantas posibilidades de difuminar
la responsabilidad personal y comprenderemos qué fácil resulta levantar
castillos financieros sobre el aire … como el que se derrumbó en 2008.
Altos estándares morales. Como seres morales que somos, se supone que
pasamos todas nuestras decisiones, también las económicas, por la criba de nuestra
conciencia moral. Smith la denomina espectador
neutral, y la representa por esa imagen que me mira desde el espejo y opina
sobre la moralidad de mis decisiones, tras considerar sus efectos sobre mí y
los demás, en el corto y en el largo plazo. La conciencia nos conmina a tomar unas
decisiones y rechazar otras. De no obedecerla, escucharemos un eco social recriminatorio: “Esa conducta
no es digna de un empresario prudente y honrado; es nociva para la sociedad y
acabará perjudicándote a ti mismo pues vas a perder la clientela”. Estoy
parafraseando a Adam Smith. El eco social de nuestros días es más benévolo y
festivo. Aplaude a los que se han hecho ricos en poco tiempo. Preguntar cómo lo
han conseguirlo sería de mala educación. Y, ¿qué es eso de la conciencia moral?
Nuestros hombres de negocios andan tan atareados que no tienen tiempo de pensar
en las consecuencias a largo plazo de sus decisiones.
Permítanme completar la sección con un
par de anécdotas; que en estos temas tan vidriosos cada ejemplo ahorra mil
palabras. En los momentos álgidos de la crisis (octubre o noviembre de 2008) entrevistaron
al magnate financiero, Warren Buffet. ¿Cómo ha conseguido usted que sus fondos
de inversión no acabaran contaminados por los productos derivados de las
hipotecas basura? ¿Y qué opina usted sobre
las nuevas medidas de regulación que están barruntando los organismos
financieros internacionales? A la primera pregunta respondió que se salvó
gracias a su abuela quien le advertía con insistencia: “Niño, no compres nada
que esté dentro de un paquete; espera a que te muestren cómo funciona”. ¡Gran
lección de prudencia!, la de la abuela. Ante la segunda pregunta se encogió de
hombros: “¿De qué sirven las regulaciones más sofisticadas cuando los mejores
cerebros del mundo se especializan en ver la manera de sortearlas?”.
¿Tendremos nosotros, profesores de
universidad, algo de culpa de la mala formación de esos cerebros? Así parece
desprenderse de un experimento desarrollado en universidades americanas.
Tanto me llamó la atención que me tomé la molestia de repetirlo entre mis
alumnos de la UCLM. A una muestra de estudiantes de diferentes cursos en varias
facultades, les distribuyeron el siguiente texto:
Un amigo suyo ha comprado un automóvil deportivo a un precio desorbitado.
Por supuesto, lo primero que ha hecho es asegurarlo a todo riesgo. Al cabo de
unos meses le confiesa que está defraudado por la compra. Ni corto ni perezoso su
amigo le hace a usted la siguiente propuesta: “Simularemos un choque en el que
tu viejo automóvil empuja al mío hacia el precipicio. La compañía de seguros me
abonará una cantidad enorme de la que te reservaré un buen pellizco para que
puedas comprarte otro automóvil mucho
mejor del que tienes. ¿Aceptas?”
La
mayoría de los estudiantes de primer curso respondió negativamente utilizando frases
del siguiente tenor: “No; es inmoral”, “No; es ilegal y tarde o temprano me descubrirán”. Curiosamente, entre
los alumnos del último curso, el porcentaje de respuestas afirmativas aumentaba
considerablemente. Y lo más sorprendente: las respuestas positivas pasaban a dominar
claramente el panorama al llegar a los estudiantes de Economía a punto de
graduarse. La frase más repetida entre ellos era: “Por supuesto que aceptaría;
se trata de un negocio mutuamente ventajoso”.
Como
profesor de economía he de confesar en público la vergüenza que me provocan estos
resultados. Como analista económico concluyo que estamos condenados a repetir la
crisis del 2008 mientras las bases morales de la sociedad no se regeneren y
mientras no infiltremos el principio de responsabilidad en las instituciones
basilares del sistema económico-financiero.
Recapitulación
Al
inicio de esta lección nos preguntábamos por los elementos que hacían diferente
a la crisis de 2008 y retrasaban la recuperación económica. También por los
factores institucionales y culturales que suministraron el caldo de cultivo de
tales elementos. La lección se ha estructurado en tres secciones cuyas
conclusiones pueden resumirse así.
Primera. La crisis cayó sobre una
economía inundada de deuda. El enorme tamaño y difusión de la deuda actuó como
primero como una caja de resonancia. Luego como un sifón que desviaba parte de
las rentas generadas en el proceso productivo a la caja de los bancos, donde
quedaban esterilizadas. El desenlace fue una trampa de deuda que disparó las
primas de riesgo y acabó engullendo a bancos y gobiernos. En esas condiciones
las políticas tradicionales de estabilización macroeconómica (tanto la
monetaria como la fiscal) pierden su eficacia.
Segunda. Esa deuda fue la consecuencia
de una previa explosión de crédito. Cambiando el tradicional sistema “depósitos
– crédito” al de “generación-distribución”, la maquinaria bancaria fue capaz de
inyectar liquidez en cantidades nunca vistas. Los bancos de inversión y otras
entidades creadas para la ocasión se encargaron de ocultar los riesgos
inherentes al crédito especulativo que superó en mucho al PIB nacional. Decimos
ocultar, eliminar era imposible.
Tercera. Estas prácticas fueron
posibles por el desmoronamiento de los pilares que mantenían controlada a la maquinaria
financiera y evitaban comportamientos irresponsables de sus directivos. También
por la erosión de las bases morales de la sociedad que aplaudía ese modelo de
enriquecimiento rápido, por la vía especulativa.
La cura de estos
males (los de índole moral) es difícil. Entiendo que el secreto no está en más regulación sino en mejor regulación. Normas sabias en
humanidad, que sepan aunar la libertad económica de los individuos (fuente de
las mejores iniciativas) con la responsabilidad personal (filtro que encauza
esas iniciativas hacia el bien común).
Concluiré parafraseando a Viktor
Frankl, aquel psiquiatra vienés de origen judío que, tras sobrevivir en Auswitch,
comprendió que no existían crisis insuperables. La clave para la superación personal
y
el progreso social, la explicaba así a una audiencia norteamericana:
Levantasteis en
la costa Este del
país una magnífica
Estatua de la Libertad.
Para evitar que América se escore y hunda en el Atlántico urge levantar ahora, en
la costa Oeste,
la
Estatua de la Responsabilidad .
Esto es todo, gracias por su atención
Albacete, a 25 de Septiembre de 2013
Óscar Dejuán Asenjo
C. P. Kindleberger: Manias, Panics, and Crashes: A History of Financial Crises, Macmillan, London, 1978.