miércoles, 18 de diciembre de 2013

La foto de PISA

La motivación de profesores y alumnos 
importa más que las asignaciones presupuestarias

Cada tres años nos llega una foto de PISA que para España siempre está ligeramente inclinada. Pero no confundamos al lector. Estamos hablando del Program for International Student Assesment en el que más de medio millón de estudiantes de 15 años pertenecientes a 65 países son evaluados en competencias matemáticas, competencias científicas y comprensión lectora. El revuelo que la foto levanta en el gallinero político reclama una reflexión serena que llegue al fondo del asunto.
Mi primer consejo sería desdramatizar los números. La situación de la educación en España no cambiará si pasamos de estar ligeramente por debajo de la media (situación actual) a ligeramente por encima. Una de las lacras del cientificismo es su obsesión por cuantificar la calidad. Cuadratura del círculo, que diría el filósofo castizo. La obsesión se convierte en peligro cuando los políticos ponen en marcha la maquinaria reformadora sólo para superar con lustre los exámenes de PISA. Por esta vía, aumentarán las horas dedicadas a las matemáticas y ciencias naturales en detrimento de ciencias sociales y humanidades. Dentro de las matemáticas se potenciarían las áreas que mejor se prestan a las preguntas tipo test, como las que salen en el Informe, áreas que no tienen por qué ser las más relevantes ni las más útiles. Para evitar este tipo de malformaciones me atrevería a proponer que los exámenes cubrieran muchos más temas y que los profesores y alumnos no supieran la temática del examen hasta el momento de abrirlo. Hay que evitar también la tentación de especializar colegios en exámenes PISA.
Pasamos a valorar los resultados. La primera conclusión es que la excelencia educativa no depende solo ni prioritariamente del gasto por estudiante. Países como Estados Unidos, Italia o España  son superados por otros tan pequeños y pobres como Vietnan. Alguien habrá de recordar a los políticos que la educación es un pozo sin fondo, se traga todo el dinero que le eches sin mejoras sustanciales.
La motivación de profesores y alumnos importa más que las asignaciones presupuestarias. La metodología didáctica también importa, aunque no haya un camino único hacia la cumbre. Polonio ha ganado veinte puntos en los últimos tres años. Su progreso lo atribuyen a la descentralización de los colegios (cada uno es libre de amoldar los programas y métodos al alumnado que tiene delante) y a la presión de las reválidas nacionales. También al sistema establecido para incentivar a sus profesores. El éxito de los países asiáticos (casi todos en la cabeza de la tabla) se explica por algo tan simple que a los pedagogos les de vergüenza reconocer: al salir de clase, los niños y adolescentes de Shanghái, Singapur o Corea del Sur dedican más horas al estudio que a los aparatos electrónicos, hecho que repercute en su mayor concentración en las clases del día siguiente. El interés de los padres por facilitarles el estudio es otro rasgo distintivo de los países asiáticos.  Hace tiempo que sabemos la importancia del entorno familiar en el rendimiento de los niños. Si una tira de la madeja de cualquier fracaso escolar (que son los que hunden los resultados de algunos países en el Informe PISA) casi siempre encontrará la madeja de una familia desestructurada.
             Las observaciones anteriores refuerzan mi apuesta por el cheque escolar, una apuesta bien conocida por mis lectores. En el anverso del cheque figura la libertad de creación y organización de centros educativos que habrán de competir entre sí por captar alumnos y por ayudarles a progresar. En el reverso del cheque está la libertad de los padres para elegir el colegio (público o privado) que mejor se acomode a sus preferencias y que, a la vista del historial en las reválidas estatales, mejor garantice el éxito académico y profesional de sus hijos. Los padres se implicarán más en la tarea educativa cuando vean el fruto de sus desvelos. Lamentablemente es muy difícil convencer a los políticos que el “café para todos” es una estrategia obsoleta. 

La Tribuna de Albacete (18/12/2014)

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Nelson Mandela, el magnánimo

Fui yo quien lo hice; lo siento, no sabía que era imposible



“Magnaniidad”. Esta sería virtud más destacada de Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz en 1993 y primer Presidente Negro de la República de Sudáfrica (1994-1999); a su funeral, celebrado ayer asistieron cien jefes de estado y gobierno. Lo dijo Desmund Tutú, primer arzobispo de raza negra en Ciudad del Cabo, también Nobel de la Paz. La magnanimidad aúna dos cualidades que pocas personas han logrado conciliar: grandeza de ánimo en el camino hacia las metas más elevadas y generosidad para perdonar al adversario que puso todas las trabas posibles. Los tramposos y violentos presumen de ser más eficientes en la conquista del poder. Pero sólo las personas magnánimas son capaces de ganar el aprecio y colaboración de los competidores sin los cuales es imposible construir una paz duradera. Mandela lo consiguió en su larga marcha por superar el “apartheid”, ese régimen de segregación de la mayoría negra por el veinte por cien de afrikaners o boers descendientes de los colonos holandeses.
Un par de anécdotas ayudarán a entender el sambenito de “magnánimo” que hemos colgado sobre Mandela (Madiba  llaman los de su tribu). 
Mayo 1994. Al día siguiente de ganar las primeras elecciones democráticas, nuestro protagonista acudió muy temprano a la oficina presidencial. Allí estaba, haciendo la maleta, el secretario de los dos presidentes anteriores. Mandela le suplicó que se quedara: “Todos mis colaboradores, y yo mismo, somos hombres de campo, necesitamos la ayuda de secretarios experimentados como usted”. –¿Pero qué dirá mi antiguo Presidente?, replicó el secretario. –No se preocupe, que el Sr. de Klerk también se quedará como Vicepresidente.
Unos días antes, sus asesores debatían sobre el futuro himno nacional, convencidos como estaban que iban a barrer en los comicios. Tenían claro que el himno oficial, que rememoraba la marcha de los Boers aplastando las tribus negras, debía ser reemplazado por alguna de las canciones tribales que clamaban venganza. En el zénit de la discusión entró Madiba con una propuesta desconcertante: “Hasta que alguien componga un himno reconciliador, en todos los actos oficiales sonará la música de los dos himnos”.
Algún lector estará pensando. “¡Qué suerte haber nacido de esa pasta!”. Más que suerte, yo lo atribuiría al empeño personal más la serenidad que confiere el paso del tiempo. La magnanimidad, como el resto de las virtudes, no se transmite en los genes, hay que sembrarla y abonarla. Mandela necesitó 27 años de reflexión para adquirir un corazón magnánimo. Ingresó en prisión como un terrorista perteneciente al brazo armado de la ANC, un partido subversivo inspirado en el marxismo de Fidel Castro. Sus objetivos confesos eran erradicar con un golpe de estado un sistema político basado en la segregación de razas (apartheid) y un sistema económico basado en la explotación del obrero (capitalismo). Los años de prisión le dieron la tranquilidad de espíritu que necesitaba para focalizar bien el objetivo y elegir el camino más seguro. La paz pasa a ser la meta y el camino.
El objetivo inmediato se concretó en asegurar la igualdad de blancos y negros en la escuela y en las urnas. Era el primer paso hacia una un estado democrático de derecho que respeta y hace respetar los derechos humanos. El resto de problemas socioeconómicos, que no desaparecen con la varita mágica de la democracia, tendrían que afrontarlos uno a uno, como ocurre en las sociedades occidentales.    
         En el epitafio de la tumba de Nelson Mandela podría escribirse. “Fui yo quien lo hice; lo siento, no sabía que era imposible”. En el pulso contra el Estado más racista y represor de finales de siglo XX, pocos hubiéramos apostado por aquel preso de cabellos blancos y cara sonriente pero demacrada. Con razones y diálogo supo canalizar el clamor de las multitudes oprimidas. Con razones, diálogo y ese clamor a sus espaldas diluyó la resistencia del opresor. Nelson Mandela, siguiendo la estela de Martin Luther King y Mahatma Gandhi, nos enseñan el camino que hemos de recorrer para asegurar la aplicación de los derechos fundamentales. Esos derechos que empiezan por la vida y siguen por la igualdad y la libertad. Esos derechos que fueron formalmente declarados en 1948 pero que necesitaremos todo el siglo XXI para hacerlos realidad.


La Tribuna de Albacete (11/12/2013) 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Cásate y sé sumiso/a

Cada lector tiene derecho a leer lo que le interesa 
y a quedarse con las ideas que le aprovechan

           Constanza Miriano (periodista, esposa y madre de cuatro hijos) no podía imaginar que su libro “Cásate y sé sumisa” pasara a ser un best-seller en España a los pocos días de su traducción del italiano. La publicidad la han hecho gratuitamente sus críticos al exigir su retirada inmediata. La mayoría de ellos reconoce no haber leído el libro. Yo tampoco he tenido la oportunidad. No estoy, pues, legitimado ni a condenarlo ni a defenderlo. Simplemente deseaba aprovechar la circunstancia para romper una lanza en favor de la libertad de expresión y para profundizar en la institución más antigua y audaz: el matrimonio.
Advertiré de entrada que no estamos hablando de un libro sino de dos. El segundo, dirigido a los maridos y que se traducirá en breve, lleva por título: “Cásate y da la vida por ella”. La fuente de inspiración de ambos títulos está en la carta de san Pablo a los efesios. El apóstol, después de fundar la vida cristiana sobre el amor, dirige una palabra de aliento para todos. Anima a los maridos a amar a sus esposas “como Cristo amó a la Iglesia y entregó la vida por ella”. A la esposas, “a ser sumisas a sus maridos, como si se tratara del Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, del mismo modo que Cristo es cabeza de la Iglesia”. Anima a los esclavos a servir de buena gana a sus amos, quienes, a su vez, habrán de tratarles con caridad.
Entiendo que, de haber vivido en el siglo XXI, San Pablo no hubiera hablado ni de amos, ni de cabezas de familia. Esos términos ya no forman parte de la ley ni de las costumbres generalmente aceptadas. Más bien levantan ampollas al recordar épocas donde no todos podían opinar y decidir por su cuenta. Hasta la reforma de 1975 (anteayer), nuestro Código Civil reservaba la capacidad de prestar consentimiento al cabeza de familia, léase, varón. La negaba expresamente a los dementes, menores no emancipados y mujeres casadas (los tres en el mismo saco). Con independencia de las palabras que el apóstol empleara hoy, estoy seguro que su mensaje central sería el mismo. Insistiría que el matrimonio debe fundarse en el amor recíproco. Un amor que exige el sacrificio de los intereses, aficiones y apetencias personales al servicio de ese proyecto común llamado “familia”. Un amor que reclama la entrega libre, generosa y humilde de la esposa y del esposo. Su mensaje calaría más en nuestra sociedad, si en lugar de “sumisión” hablara de “amor complaciente y humilde”.
     Si Constanza Miriano sabe contar con chispa las maravillas del matrimonio basado en el amor complaciente y humilde me comprometo a hacer propaganda de su libro. Urge contrarrestar la invasión de la institución familiar por el utilitarismo rampante y por esa ideología de género que interpreta todos los problemas en clave de poder y los resuelve (eso dicen) con el talismán de las cuotas. Con lo divertido que es ganar al otro en generosidad, ceder aunque hayas de tragar saliva, o pedir perdón cuando tu egoísmo te insinúe que esta vez, como siempre, tú tienes razón.
Informaré negativamente del libro si al leerlo descubro que la autora pone el acento en la sumisión en lugar del amor. Si refiere la sumisión a una sola de las partes (la mujer). Si pretende reemplazar la sumisión por el diálogo. Si, esclava de viejos estereotipos, no respeta la libertad de cada pareja para organizarse y expresar el amor a su estilo. Y si no advierte al lector de la existencia de unas líneas rojas, marcadas por la dignidad humana, que ningún cónyuge debe sobrepasar ni consentir que sean sobrepasadas.
            “Cásate y edifica tu matrimonio sobre el amor generoso y humilde”. “Cásate y entrega al cónyuge lo mejor de ti mismo/a”.  Posiblemente estos títulos reflejarían mejor la doctrina cristiana sobre el matrimonio y no concitarían tanta repulsa. Pero, ¿quién compraría un libro con ese título, aparte de la familia de la escritora y sus amigos más allegados? En una sociedad libre, cada autor tiene derecho a escribir lo que piensa y elegir los titulares. Cada lector a leer lo que le interesa y a quedarse con las ideas que le aprovechan. 


La Tribuna de Albacete (4/12/2013)

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Montesquieu ha muerto. ¡Viva Montesquieu!

La independencia del poder judicial sí tiene arreglo; 
pero es demasiado simple

La prensa de ayer mostraba la satisfacción de casi todos los políticos españoles tras el acuerdo de renovación de la mitad de los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Debe ser un órgano vital, pienso yo. Busco sus estatutos en San Google y leo: “El Consejo General del Poder Judicial (tiene) la finalidad de garantizar la independencia de los jueces en el ejercicio de la función judicial frente a todos”.
Enterado. Vuelvo a la noticia de prensa. De los nombres llevados a la aprobación parlamentaria (que, tras el Consenso, ya está asegurada) 10 lo son a propuesta del PP y 7 del PSOE. Los tres miembros restantes han sido escogidos respectivamente por CiU, el PNV e IU. La mayoría de los afortunados pertenecen a las dos grandes asociaciones de jueces y fiscales: la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura y la progresista Jueces para la Democracia. Los calificativos “conservador” y “progresista” no los invento yo, es la forma habitual con la que se designan ellos mismos.  
Por lo visto las manifestaciones de júbilo más visibles proceden de IU que por fin ha conseguido meter un pie en el poderoso Consejo. Las caras más risueñas son las del PP que se lleva el agua a su molino: con la mayoría conseguida podrán controlar durante los  próximos cinco años los nombramientos de la cúpula del poder judicial y las sentencias con mayor carga política. Los que respiran más hondo son los dirigentes del PSOE que han hecho recular al Ministro de Justicia, Sr. Gallardón. Eso de profesionalizar el Consejo estaba bien para el programa electoral del PP, no para hacerlo realidad. Cuando mañana ellos (los socialistas) lleguen al poder volverán a coger las riendas del poder judicial. 
            ¿No habrá nadie, me pregunto yo, que denuncie la incongruencia de que los políticos elijan a los jueces? ¿Dónde ha quedado la separación de poderes predicada por Montesquieu como condición necesaria para controlar a los políticos?  Montesquieu murió del todo en 1755. Su doctrina ha ido muriendo poco a poco, a medida que la democracia ha degenerado en “partitocracia”. El Parlamento ya no es quien aprueba las leyes que el Gobierno deberá ejecutar. Solo es la cámara donde se refrendan los textos emanados del ejecutivo. El ruido que allí se escenifica no pretende convencer al resto de grupos parlamentarios sino transmitir un mensaje a los electores que todavía no tienen claro el destino del voto. Ganar las próximas elecciones es el leitmotiv de la partitocracia.
            No veo la manera de revitalizar la separación entre el poder legislativo y el ejecutivo. ¡Razón de más para reforzar la independencia del poder judicial! Este problema sí que tiene arreglo, y muy fácil de aplicar. Bastaría elegir por sorteo a los miembros del Consejo, del Tribunal Constitucional y de otras altas instancias de la judicatura. Los elegibles en el sorteo serían aquellos magistrados que cumplan determinados requisitos, por ejemplo, un mínimo de años desde que se accedió a la carreara por oposición. Subrayo lo de la “oposición” pues el anterior Ministro de Justicia, Sr. Bermejo, llegó a proponer la eliminación del sistema de oposiciones que tan injusto era para los malos estudiantes. Lamentablemente este tipo de propuestas tan simples, no suelen ser del agrado de quienes se han instalado en el poder y temen perder la discrecionalidad en su ejercicio. Seguiremos viendo como el Consejo y el mismo Tribunal Constitucional se parten por mitades ante los casos más conflictivos: los jueces “conservadores” dicen blanco; los “progresistas”, negro.

¿Quién ha dicho que los políticos españoles no eran capaces de unirse por cuestiones de Estado? Aquí les vemos a todos, poniendo cerrojos al féretro de Montesquieu al tiempo que gritan jubilosos: ¡Viva Monstesquieu!

La Tribuna de Albacete (27/11/2013)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

España, consultorio de independencias y asuntos varios

Señorías, por favor, los experimentos con gaseosa

Como la imaginación es libre y no tributa, voy a promover un referéndum virtual sobre la reinstauración de la República. El momento parece oportuno, habida cuenta del descrédito que ha sufrido la monarquía por obra y gracia del yernísimo Sr. Urdangarin, sin menospreciar los méritos propios del Rey. La consulta podría ser convocada por la Junta de Castilla-La Mancha o el Ayuntamiento de Albacete. Quien antes me haga llegar las urnas se apropiará del mérito de la iniciativa. La pregunta: “Desea usted sustituir la actual Monarquía medieval por una República siglo XXI? ¡A la tercera va la vencida!” Tengo la certeza de que los pocos o muchos que se molestaran en acudir a las urnas, votarían a favor de la tercera república.
Ahora bien, pregunto yo para tocar el fondo de este tipo de propuestas: “¿Para que serviría esa consulta, con independencia de su resultado?” –Para nada, respondo, y lo aclaro. Primero porque un referéndum así planteado sería ilegal. Segundo porque aunque consiguiéramos permiso del Gobierno central para montar un referéndum, los manchegos no podemos decidir sobre materias que afectan a todos los españoles. Tercero porque la materia que nos ocupa (la monarquía) está consagrada en el art. 1.3 y el título II de la Constitución española; su abolición requiere seguir, paso a paso, el proceloso camino de las reformas constitucionales detallado en el título X.
 El referéndum de autodeterminación pretendido por la Generalitat catalana adolecería de la misma inconstitucionalidad pues ataca frontalmente “la indisoluble unidad de la Nación” (art. 2) y “el estado de las autonomías” del título XVIII. Los partidos republicanos y/o independentistas tienen todo su derecho a soñar con la Tercera República Española o la Primera República Catalana pero para hacer realidad sus sueños primero habrán de ganar unas elecciones generales y luego conseguir 3/5 de votos en las dos cámaras legislativas. El referéndum previo no es ni necesario ni suficiente.
 Me sorprende que partidos catalanes tan serios como Convergencia y Esquerra Republicana no sean conscientes de la futilidad de la consulta que proponen. Me sorprende todavía más que la moderada Unió Democrática, socio de Convergencia, suscriba la consulta para poder decir NO a la independencia y SÍ a la confederación. El colmo de mi sorpresa llega cuando el Partido Socialista Catalán, hasta hoy uña y carne del PSOE, jalee una consulta donde sus afiliados puedan manifestar su opción federal.
Señorías, por favor, los experimentos con gaseosa. Si queremos saber las preferencias de los catalanes sobre la organización territorial (estado centralizado, autonómico, federal o confederal) y las formas de gobierno (monarquía o república) lo propio sería hacer una encuesta de opinión. Seleccionando bien la muestra, los resultados serían más completos y fiables que el referéndum más participativo. Pedir a los ciudadanos que voten sobre lo que no tienen capacidad de decisión constituye un engaño y un peligro. Un engaño todavía más peligroso que el que el 2006 refrendara la reforma del Estatut de Autonomía antes de que se hubieran resuelto los recursos de inconstitucionalidad que se cernían sobre él.
    Pero, ¿qué puede la Constitución contra la libre decisión de un pueblo?, me dirán los independentistas. ¿De qué pueblo y de qué libertad están ustedes hablando?, les respondería yo. ¿Qué dirían ustedes a los vecinos de una comarca catalana que votara masivamente por la independencia respecto a Cataluña? ¿Y de verdad creen ustedes que hoy se dan las condiciones para que los catalanes decidan libremente? Tras cuarenta años de franquismo, que controló férreamente los medios de comunicación y las escuelas, el resultado del referéndum hubiera sido uno. Tras cuarenta años de nacionalismo, que ha controlado los medios de comunicación y la escuela de manera con mano no menos férrea, el resultado será otro, sin duda. Para equilibrar la balanza yo propongo dejar pasar unos años de libertad. Libertad en la información, que empieza por cerrar las televisiones públicas y eliminar las subvenciones a los periódicos. Libertad en la educación que implica la libre creación de centros y el respeto a la libertad de los padres para llevar a sus hijos al colegio que les merezca más confianza. Cuando se den esas condiciones, hablamos. Posiblemente habrá poco que hablar pues ningún partido político se verá capaz de engañar al electorado. 


La Tribuna de Albacete (20/11/2013)

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Regeneración ética de la política

Preparación intelectual y moral, 
que en la política las dos cosas son igualmente importantes

En julio de 2013 se publicó el último informe de “Transparencia Internacional” donde se recogen las opiniones de 114.000 personas en 107 países. Más de la mitad de los encuestados considera a los partidos políticos como la institución más corrupta y acepta que los niveles de corrupción empeoran con el paso del tiempo por el control que los grupos de presión ejercen sobre los políticos. Esto como media. En España el porcentaje de personas que consideran a los partidos como la institución más corrupta se eleva del 53 al 83%.
En mis estudios universitarios me explicaron que la corrupción política era un problema de países pobres dominados por un déspota y que el problema se curaría con el progreso económico y democrático. A la vista de los datos de la encuesta anterior y los que leo cada mañana en la prensa es evidente que me engañaron. La democracia que conocemos se instrumenta en un sistema de partidos cuyo objetivo prioritario, por no decir único, consiste en ganar elecciones. Para engrasar la maquinaria electoral precisan de donativos de empresas y sociedades. Estas prodigan los “donativos”, a sabiendas de que una nueva contrata les puede asegurar los beneficios de una década. He aquí los dos canales que alimentan el puchero de la corrupción política. El tamaño de esos canales y ese puchero están claramente relacionados con el tamaño y discrecionalidad de los aparatos del Estado.
¿Daremos por pedida la batalla por la gestión honrada y eficaz de la cosa pública? Mercedes Serrano, profesora de Derecho Constitucional, respondió negativamente en la Segunda Jornada Universitas que versó sobre temas éticos.  Aunque no podamos erradicar la corrupción, afirmó, estamos obligados a sacarla a la luz para castigarla y hacerla más difícil. Es posible y necesario un pacto por la regeneración ética de la democracia. En su opinión, la Declaración del Congreso de Diputados el pasado mes de febrero y el subsiguiente informe del Centro de Estudios Políticos-Constitucionales, constituyen un buen punto de arranque.
Yo también valoro positivamente este tipo de iniciativas que combinan las tradicionales vías penales (sanciones a la apropiación indebida de fondos públicos) con la introducción de códigos de buenas prácticas (publicación de las cuentas de los partidos, por ejemplo). Estimo, sin embargo, que se trata de remedios necesarios, que no suficientes. Ha llegado el momento de replantearnos qué hacer con el Leviathan del sector público y la maquinaria que ha montado para su propia supervivencia. Sólo así podremos bloquear los canales que riegan el puchero de la corrupción política
Algunas preguntas subversivas, para calentar el debate. ¿Perderíamos algo si redujéramos drásticamente el número de parlamentarios, exonerándoles de impuestos … y de sueldo? ¿Pasaría algo si la campaña electoral pagada con fondos públicos se redujera al franqueo de un par de cartas a todos los domicilios del país y a quince minutos en la televisión pública para cada formación política? Quienes tengan muchas cosas que contar, que creen una página web interactiva; sale gratis. ¿Pasaría algo si los contratos se asignaran aleatoriamente entre todas las empresas habilitadas para realizar obras públicas? Me temo que el único cambio relevante sería la reducción de las posibilidades de corrupción y de esas vocaciones políticas prematuras que no buscan tanto el servir como el ser servido.

¿Es posible ser un político honrado y no morir en el intento? Esta pregunta surgió en varios momentos de la Jornada Universitas. Rebeca Carrión, estudiante de Derecho, respondió afirmativamente glosando la vida y obra de Robert Schuman. Quienes valoramos las ventajas de pertenecer a la Unión Europea y contamos año a año el periodo más largo de paz en Europa, no debiéramos ignorar la aportación de esos políticos que han consagrado sus vidas al servicio de la causa pública. Uno de los peores efectos de los escándalos actuales sería desanimar a los jóvenes que sientan vocación política. Mirando a Schuman alguno descubrirá la esencia de la vocación política y, ojalá, se anime a prepararse bien. Preparación intelectual y moral, que en esta profesión las dos cosas son igualmente importantes. 
La Tribuna de Albacete (12/11/2013)

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Regeneración ética de la economía

“Sin honestidad no hay confianza 
y sin confianza no hay mercado, solo selva”

La teoría económica tradicional asociaba el crecimiento a una buena combinación de dosis crecientes de trabajo y capital (maquinaria). En los años sesenta del siglo pasado, Robert Solow demostró que los dos factores productivos mencionados apenas explicaban el 50% del crecimiento real. El elemento que faltaba (el “factor residual”) era el progreso técnico. Otros le llamaron el “capital humano” y lo asociaron al gasto en educación y en I+D, gasto que mejora la productividad del trabajo. Pero tampoco el nuevo modelo de crecimiento se mostró suficiente para explicar el éxito de unos países en desarrollo y el fracaso de otros. Se empezó a hablar entonces del “capital social”, identificado con aspectos morales de todo tipo: respeto a leyes y contratos, honestidad de los líderes económicos y políticos, grado de confianza entre los agentes… Doscientos años después, la ciencia económica volvía a reconocer la importancia de los fundamentos éticos. Adam Adam Smith, padre de la Economía, los dejó bien claros; pero sus sucesores los olvidaron pronto, empeñados como estaban de conseguir una ciencia pura a imitación de la Física, sin valores y sin límites éticos.
En la Segunda Jornada Universitas se habló de la regeneración ética de la Economía. Diego Pedregal, Catedrático de la UCLM, trajo a colación la obra de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998. “Es de idiotas, de idiotas racionales, pensar que el egoísmo y el interés propio hacen funcionar por sí mismos a los mercados. Sin este saber moral, sin la honestidad que comporta respetar los contratos, sin la cooperación y colaboración necesarias para la producción; sin la credibilidad del producto o marca… no hay confianza. Y sin confianza no hay mercado, solo selva”. La fuerza de estas afirmaciones quedó patente cuando fueron contrastadas por frases similares de Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in Veritate”. Este tipo de coincidencias nos invitan a concluir que la fundamentación ética de la economía no es una cuestión de credo religioso o ideología; es puro sentido común.
                Quienes piensan que en Occidente andamos sobrados de “capital social” o “moral”, piensan mal. Lo demostró Luis Sahuquillo, estudiante de Economía en la UCLM, en sus comentarios al documental de Charles Ferguson: “Inside Job”.  El título alude, precisamente, a los “chanchullos” (a veces ilegales, casi siempre inmorales) entre directivos financieros de la banca comercial, la banca de inversión y las agencias de calificación. La crisis actual pone de manifiesto, concluyó Sahuquillo, las consecuencias de levantar castillos financieros sobre unas bases morales muy deterioradas.
                Todavía atrapados entre las ruinas del castillo, nos preguntamos hoy: ¿qué podemos hacer para regenerar las bases éticas de la economía? Compartiendo las pautas marcadas por Pedregal y Sahuquillo, entiendo que la solución no estriba tanto en más regulación como en mejor regulación.  Hay que reforzar la responsabilidad ética de los directivos financieros para desincentivar la asunción de riesgos excesivos a costa del bolsillo ajeno. Por concretar: no me opongo a las bonificaciones pero pospondría el pago una década y previo descuento de las pérdidas acaecidas en el ínterin. Para desincentivar el riesgo moral, yo dejaría claro que los bancos pueden quebrar y sus dueños perder todo el capital invertido. Esto podría hacerse sin daño económico si el Gobierno, a través de una nacionalización temporal, garantiza los depósitos y el crédito

                Pensemos ahora en las empresas no financieras. Los códigos éticos de buena conducta y buenas prácticas, así como las certificaciones éticas, han demostrado ser instrumentos útiles. Logran unir los intereses personales (vender los productos) con el interés social (que en la producción de esos bienes no se haya utilizado trabajo infantil, inputs contaminantes…).  El peligro, como decía José Ramón Ayllón, otro de los participantes en las Jornadas, es convertir la ética en etiqueta.  Se evitará si la población tiene una sólida formación moral que le lleva a rechazar todo lo que huele a fraude, robo y abusos sobre la parte débil. Mi experiencia vital me dice que esa formación se mama en la familia y es difícil suplir. Pero, ¿dónde está la familia?  
La Tribuna de Albacete (06/11/2013)  

miércoles, 30 de octubre de 2013

Regeneración ética de la cultura

¿Es posible crear una cultura de calidad 
que atraiga al gran público?

                La cultura es uno de los rasgos distintivos de la especie humana. Constituye una síntesis lograda de verdad, bondad y belleza, metas a las que todos aspiramos para ser felices y hacer felices a los demás. Nos capacita para comprender y disfrutar del mundo en que vivimos; también para darle sentido y transformarlo. Y todo ello a través de esa gracia estética que entra suavemente por nuestros sentidos hasta mover el corazón.
                La cultura también puede banalizarse hasta exaltar los aspectos más rastreros del ser humano. El mal no radica en contarlos sino en presentarlos como valores alternativos. Pregunto al lector: Si de las películas que has visto en el último año quitáramos todas las escenas de violencia y sexo, ¿qué quedaría de ellas? ¿Cuántas tienen un argumento sólido que pueda interesar a la gente? ¿Cuántas despiertan en el espectador deseos de imitar al héroe o heroína?  La justificación de los directores de cine (y de los novelistas y de los artistas en general) es que no hay alternativa. “¿Se imagina usted (me respondería el cineasta que, para colmo, vive de subvenciones públicas), se imagina usted la taquilla que conseguiríamos con una película que cuente la historia de un matrimonio fiel que gana el pan de sus hijos con el sudor de su frente? Para atraer al público hay que inventar situaciones extremas, dando un paso más allá de la moralidad comúnmente aceptada”. Con este planteamiento, paso a paso, estamos forjando una sociedad rabiosamente agresiva, sensual, superficial, individualista, consumista…
                ¿De verdad no hay alternativas? ¿Es imposible crear una cultura de calidad que atraiga al gran público y despierte deseos de caminar hacia valores que realmente valen la pena? En la Segunda Jornada Universitas se habló de cultura y de regeneración de la cultura. David Pérez Pastor, un estudiante de informática, escudriñó los valores que laten en uno de los libros más traducidos y vendidos de la historia y cuya versión cinematográfica se hizo merecedora de once Óscar. Me refiero, ya lo intuyen, al Señor de los Anillos, libro de fantasía épica escrito por Tolkien y llevado al cine por Peter Jackson. Allí queda reflejado, con toda su fuerza estética, la lucha dramática entre el bien y del mal; el aislamiento y degradación que producen la avaricia y el poder; la comunidad que solo la amistad generosa y fiel, es capaz de forjar.
                Antonio Barnés, profesor de Literatura, explicó las dos funciones que los griegos esperaban de una buena obra de teatro: mimesis (imitación) y catarsis (renovación). Tras presenciar la Antígona de Sófocles, el espectador abandona la sala convencido que hay leyes no escritas que están por encima de los caprichos del tirano. Una buena lección que veinticinco siglos después animó a algunos alemanes a plantar cara al nazismo. En cualquier época histórica, la buena literatura ha forjado unos arquetipos o modelos antropológicos que ayudan a la superación personal y la convivencia social. Aquiles, Ulises y el resto de los “héroes” homéricos muestran cómo hay que obrar para merecer una fama inmortal. En el tránsito de la Edad Media al Renacimiento, Dante y Petrarca introducen la “donna angelicata”, esa mujer que atrae tanto por su belleza como por su sabiduría y su virtud. Los “caballeros andantes” de la Edad Moderna reavivan virtudes como el honor y la fidelidad a las promesas, o la atención desinteresada hacia los débiles. La conquista de América no se entiende sin este arquetipo. Los errores que se cometieron en ella hubieran sido muchos mayores de haber faltado la buena voluntad de los “caballeros andantes”. 

                Para bien o para mal, la influencia de la cultura es hoy mayor que nunca. Las nuevas tecnologías introducen las obras de moda hasta en la cocina de las casas más humildes. Lo que se echa a faltar son artistas que pongan su talento al servicio de la verdad, la bondad y la belleza. También un público mejor educado, que les exija a ellos tanto como se exige a sí mismo. Espectadores que antes de leer una novela o encaminarse hacia la sala de cine o teatro se pregunten: “¿Qué obra mantendrá en vilo mi atención y me moverá a ser un poco mejor?” 

La Tribuna de Albacete (30/10/2013)

miércoles, 23 de octubre de 2013

Derechos humanos y ley natural

Hay que recuperar la confianza en la razón; 
tal es la apuesta de la ley natural

             La “Declaración Universal de los Derechos Humanos” (DUDH) aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (NU) en 1948, es para mí la aportación más trascendente del siglo XX. La aplicación efectiva de los derechos fundamentales allí recogidos debiera ser el cometido prioritario del siglo XXI. No será tarea fácil. Todavía quedan “pendientes de firma”. Entre los estados firmantes, algunos no han incorporado estos derechos a su Constitución pues les comprometería jurídicamente. Otros los aguaron al mezclarlos con muchos derechos secundarios. El peor enemigo vive dentro, son los ingenieros sociales. El uso alternativo del derecho fue inventado para conseguir la manipulación ideológica de los textos escritos cambiando el significado de las palabras o añadiendo notas a pie de página. “Aceptamos el derecho a la vida, dicen estos ingenieros sociales, pero nos reservamos la facultad de decidir cuándo empieza la vida humana”.
                El pasado viernes, María Roca, catedrática en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, habló de estos temas en la Segunda Jornada Universitas: “Hacia una ética universal”. Estos son los apuntes que yo tomé, apuntes que están sesgados por mis preocupaciones prioritarias en ese momento, las reflejadas en el párrafo anterior.
                El fundamento de unos derechos universales, válidos para hombres y mujeres de todas las culturas y condiciones, no puede ser otro que la ley natural. Así lo reconoce la propia DUDH cuando afirma que los derechos y libertades “proclamados” (que no “otorgados”) emanan de la dignidad de la persona humana. Las heridas de la Segunda Guerra Mundial crearon un clima favorable al iusnaturalismo. Pero, no nos engañemos, fue un paréntesis en una era dominada por el relativismo filosófico y el positivismo jurídico. ¡Estos son los principales enemigos de la DUDH! Para combatirlos habrá que recuperar la confianza en la razón; tal es la apuesta de la ley natural.
                La existencia de unos derechos fundamentales legitima la objeción de conciencia contra las leyes que los vulneran abiertamente. Pero esta objeción debe ser la excepción, que no la regla, y ha de estar bien fundamentada. Si la generalizamos, acabaremos cargándonos el Estado de Derecho, que es el paraguas necesario de la DUDH. Estaría justificado objetar a una ley que obligara a participar en un aborto pues ataca frontalmente a la vida, el primero de los derechos fundamentales. Carecería de justificación objetar a la ley del DNI, que pide una foto con el rostro descubierto. Quien coloca al mismo nivel ambos supuestos no está elevando la categoría del rostro o del burka, está degradando la vida humana. Esta interpretación laxa de la objeción de conciencia tiene sus raíces en la visión protestante de la libertad que llega a convertir la conciencia en ley subjetiva. Como hemos dicho esto no es asumible por el Estado de Derecho obligado a asegurar el orden público. 
                La universalidad de los derechos humanos es compatible con la diversidad cultural. La existencia de grupos étnicos, sociales o culturales especialmente vulnerables, reclama una protección especial para sus miembros. Ahora bien, no sería sensato dejar el elenco de los derechos humanos a la generosidad del legislador; ni hacerlos derivar de la cultura, en vez de la dignidad humana. Las normas de esos grupos vulnerables, por su parte, han de ser respetuosas con los derechos fundamentales del ser humano y el orden público. La poligamia y el repudio que la ley islámica concede a los hombres, resultan, por ello, inadmisibles en las sociedades occidentales.
               La salud y longevidad de los derechos humanos declarados en 1948 dependerá de la coherencia con que sean aplicados en Occidente. Hoy por hoy deja mucho que desear. ¿Qué sentido tiene que el derecho a la vida (el primero y base de todos los demás) se regule de manera antagónica a uno y otro lado de la frontera? ¿Y cómo responder a un musulmán que tachara la ley española del divorcio exprés como una extensión a la mujer del derecho al repudio?
                La ley natural no está escrita en piedra ni la encontraremos en las bibliotecas junto al código civil o penal. Pero, quienes aceptan la existencia de verdades objetivas, quienes dan importancia a la razón por encima del sentimiento y quienes tratan de ser coherentes con lo que piensan, no tardarán en encontrar la ley natural.
La Tribuna de Albacete (23/10/2013)

miércoles, 16 de octubre de 2013

Ética universal

Quien no vive como piensa acaba pensando como vive

La Segunda Jornada del grupo Universitas lleva por título “Hacia una ética universal. ¿Es posible? ¿Es deseable?” Tendrá lugar el viernes 18 de octubre en la Facultad de Educación de Albacete. Si hace cuatro o cinco años me hubieran invitado a un acto así hubiera buscado cualquier excusa para ausentarme. Un proyecto sobre ética universal me parecía entonces imposible y contraproducente. Traía a mi mente esa ética de mínimos que acaba disgustando a todos. O el fantasma de un pensamiento único impuesto desde arriba a base de decretos, control de las escuelas y control de los medios de comunicación.
Las experiencias vividas en estos últimos años me han hecho cambiar de opinión. Urge abordar a todos los niveles el tema ético. Nadie duda que la crisis económica en la que estamos inmersos hunde sus raíces en el comportamiento inmoral de quienes especulaban con dinero ajeno y de los ciudadanos de a pie que aplaudíamos a los nuevos ricos. La corrupción de los políticos llena las primeras páginas de los medios de comunicación, pero no se preocupen ustedes que no irán al paro, volveremos a votarles. ¿Y qué decir de la manipulación de vida humana? Las pesadillas descritas en el “Mundo feliz” de Huxley se están quedando cortas. Urge poner las rayas rojas en la bioética antes de crear un mundo inhumano. Todos altos, con ojos azules y un coeficiente intelectual de 140 que utilizaremos para machacar al prójimo.  
¿Cómo acercarnos a esos valores y principios éticos que humanizan a la persona y favorecen la convivencia? Esta es la pregunta que hoy nos planteamos y que trataré de responder con una metáfora alpina. Imaginemos a tres expediciones que ascienden a la cumbre por tres caras diferentes de la montaña. ¿Cómo conseguirán ayudarse en la ascensión o, por lo menos, no entorpecer la marcha? La alternativa más fácil sería dejar que cada miembro de cada grupo obrara a su antojo. El problema de esta opción relativista es que lo que hace uno afecta a los demás y, al final, no queda más remedio que imponer unas normas. El relativismo se da entonces la mano con el positivismo jurídico que confunde (deliberadamente) la legalidad con la moralidad.
Los resultados prácticos del relativismo-positivismo no son muy diferentes de la alternativa fundamentalista. Cada grupo trata de atraer al resto a su posición convencido de que sólo hay una vía para llegar a la cumbre y ellos están obligados a pasar por el tubo que yo diseñe. Al final, todos desconfían de todos y llegamos al más estéril inmovilismo. La reflexión y el diálogo quedan prohibidos para evitar posibles contagios.
La tercera alternativa busca consensuar los principios éticos. Es la ética de mínimos que nos obliga a descender a la base de la montaña o incluso más abajo, pues el pozo de la (in)moralidad no tiene fondo. Todos los códigos religiosos y filosóficos comparten tres mandamientos: no matar, no robar, no mentir. Entiendo que sería un buen punto de arranque. Pero si buscáramos el consenso por encima de todo habríamos de tragar todo tipo de excepciones. Cada vez hay más personas que aceptan el homicidio si la víctima no siente, que justifican sus robos para no sentirse inferiores a sus semejantes (todos roban), y que a la mentira le llaman “estrategia defensiva”. Por esta vía maquiavélica (“el fin justifica los medios”) llegaremos pronto a la antítesis de la ética.
          Afortunadamente hay una cuarta alternativa. Yo animaría a los exploradores a seguir ascendiendo hacia la cumbre, reflexionando sobre el camino más adecuado en cada circunstancia y siendo coherentes con lo que piensan. De proceder así, las expediciones cada día estarán más cerca de la cumbre y entre ellas; las posibilidades de un diálogo constructivo aumentarían. Esta es la conclusión de Benedicto XVI de quien me he inspirado en la construcción de la metáfora alpina de la ética.   San Ignacio de Loyola subrayaría la importancia de la coherencia: “Quien no vive como piensa acaba pensando como vive”.


La Tribuna de Albacete (16/10/2103)

miércoles, 9 de octubre de 2013

Lampedusa, ese espejo donde nadie quiere mirarse

Antígona: "No nací para compartir el odio sino el amor"

Los hechos. La semana pasada el mundo se conmovió por la tragedia vivida en Lampedusa, esa pequeña isla de Italia que sirve de puerto a la emigración ilegal africana. Una barcaza, con 500 pasajeros a bordo, naturales de Eritrea, Etiopía y Somalía, se incendió y hundió a dos kilómetros de la costa.  150 personas han sido rescatadas con vida. El resto … Más detalles. El pesquero no tenía permiso de navegación. Su capitán, un tunecino de 35 años, había sido expulsado de Italia el pasado mes de abril por tráfico de emigrantes. Tres pesqueros italianos vieron la tragedia pero cambiaron de ruta para no enfrentarse a la legislación italiana que castiga todo tipo de cooperación con la emigración ilegal.   
Declaraciones de crítica y justificación. El Papa Francisco, que había visitado la Isla meses atrás para mostrar su solidaridad con los problemas de los emigrantes, solo tuvo una palabra para describir su estado de ánimo: “Vergüenza”. Giusy Nicolini, alcaldesa de Lampedusa, repitió también esa palabra e invitó al Primer Ministro de Italia, Enrico Letta, a que viniera a la isla y le ayudara a contar los muertos. Este mandó a su Ministro de Interior a la UE para implicarla en el asunto.
En estos momentos de tristeza e indignación, no hay que olvidar que detrás de las vallas y prohibiciones hay algunas razones de peso. En una economía en crisis, con altas tasas de desempleo, la inmigración masiva y sin control crea problemas de orden público. Los emigrantes no son ladrones, pero acabarán siéndolo por la necesidad de comer tres veces al día. Las escuelas y hospitales rápidamente quedarán colapsados por el “efecto llamada” que provocan los gobiernos condescendientes. ¿Y por qué vamos a cargar con una responsabilidad que corresponde a los propios gobiernos africanos, quienes gastan en armamento sus escasos recursos? Lamentablemente ni este repertorio de razones, ni los decretos, ni las vallas pueden detener a quienes huyen del hambre y de la guerra. Saben que hasta en una cárcel europea vivirían mejor que en sus países de origen.
Mi visión como economista. Lampedusa es el espejo de un mundo fragmentado, donde nadie quiere mirarse. Un mundo donde las diferencias entre Norte y Sur se han hecho tan grandes que ya no son sostenibles. Una economía globalizada requiere soluciones a escala global. No es Italia, ni siquiera la UE, es la ONU quien puede y debe solucionar el problema. El primer paso consistiría en sacudir la gran hipocresía económica que anima las reglas de juego de este mundo dual. Desde el Norte alabamos y potenciamos el libre movimiento de mercancías y capitales, al tiempo que restringimos los flujos migratorios en función de nuestros intereses momentáneos. ¿Qué pasaría si todos los países del mundo abrieran simultáneamente las fronteras? Pues sencillamente que los parados etíopes o españoles se reubicarían en los lugares donde en cada momento hay más posibilidades de trabajo, que las hay. La presión social asociada a la emigración es hoy insoportable porque se concentra en unas pocas puertas; quedará diluida cuando se abran todas.
            Mi visión como ciudadano. Mientras llegue ese compromiso político, los ciudadanos habremos de sacar músculo moral. Una cosa es que se persiga la inmigración ilegal y que al capitán tunecino se le ponga una pulsera para tenerle localizado. Otra es que neguemos la mano a personas que se están ahogando. Ni siquiera la ley puede eximirnos del respeto a los derechos fundamentales de la persona. Viene a mi memoria la tragedia de Antígona, contada por Sófocles. Ella para cumplir sus deberes humanitarios (enterrar a su hermano) no tuvo miedo de desobedecer al tirano de turno (Creonte).  
CREONTE Y así y todo, ¿Te atreviste a pasar por encima de la ley?
ANTÍGONA – (…) No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. (…) No nací para compartir el odio sino el amor.    


La Tribuna de Albacete (9/10/2013)        

miércoles, 2 de octubre de 2013

Una crisis singular

Levantamos un gigante con los pies de barro 
y se nos cayó encima

El miércoles pasado tuvo lugar en el Paraninfo de Albacete la inauguración del curso académico 2013-14. Tuve el honor de que el Rector de la UCLM me encargara la lección inaugural. La titulé: “Qué hace diferente a la crisis actual”. ¿Interesará a mis lectores de la Tribuna de Albacete un resumen elaborado por el propio autor? Pensado, dicho y hecho.
          La singularidad de la crisis de 2008 es que recae sobre una economía fuertemente endeudada y con una deuda muy repartida. El impago de una parte de las hipotecas basura era suficiente para desencadenar una crisis bancaria internacional, como de hecho ocurrió.  El hecho de que la mayoría de las familias y empresas estuviera endeudadas aceleró la difusión de la crisis: “No puedo pagarte porque a mí no me pagan”. El servicio de la deuda actuó a continuación (y sigue actuando) como una lápida que lastra la recuperación. Una parte de las rentas generadas en el proceso productivo se desvía a la amortización de deudas y acaba inmovilizada en la caja de algún banco. Esta lápida acabó convirtiéndose en una trampa donde cayeron los propios bancos y  las administraciones públicas. La irrupción de la prima de riesgo es la prueba evidente de la existencia de una trampa de deuda.
          Deuda y crédito son dos caras de la misma moneda. La proliferación de la deuda es el resultado de una explosión de crédito que empieza en 1997 y se acelera a partir de 2002, tras el parón de la crisis bursátil asociada a las compañías “punto.com”. Para mantener la rentabilidad en una época de bajos tipos de interés (fijados por el Banco Central), la banca tradicional multiplicó el volumen de créditos concedidos y la banca a la sombra vendió y revendió los productos estructurados derivados de las hipotecas basura por todo el mundo. La mayoría de las innovaciones financieras consistieron en ocultar o maquillar los riesgos; eliminarlos era imposible.
          La banca abusó de su poder de crear dinero de la nada para sostener artificialmente la demanda (caso de las hipotecas basura) y para financiar directamente actividades especulativas sobre terrenos, acciones y demás activos financieros. Se convirtió en una máquina de crear burbujas y plusvalías. Lamentablemente las burbujas no pueden comerse y las plusvalías no crean renta. Se trata de un juego de suma cero donde las ganancias de los especuladores que vendieron a tiempo son pagadas por los rezagados. Y por todos nosotros que hemos soportado una elevación de la presión fiscal para costear el rescate de los bancos.
          Cualquier sistema económico, máxime cuando tiene la envergadura del nuestro, ha de descansar sobre unos pilares institucionales que refuercen el sentido de la responsabilidad y sobre unas bases morales sólidas. Unos y otros han fallado. Levantamos un gigante con los pies de barro y se nos cayó encima. Los directivos bancarios asumieron estos riesgos porque jugaban con un dinero que no era suyo y porque faltaba esa conciencia moral que frenase las decisiones que podían dañar a terceros, hoy o mañana. La moral dominante (caracterizada por un rabioso individualismo, consumismo y cortoplacismo) apuntalaba esas conductas tan arriesgadas. A su vez, los excelentes resultados económicos de la especulación parecían dar por buenas las razones de la (in)moralidad subyacente.

      Todos estos males, sobre todo los de índole moral, son de difícil cura. Las reglas más detalladas sirven de poco si los mejores cerebros se dedican a pensar en la manera de sortearlas. Entiendo que no se necesita más regulación sino mejor regulación. Normas sabias que sepan aunar la libertad económica de los individuos (fuente de las mejores iniciativas) con la responsabilidad personal (filtro que encauza esas iniciativas hacia el bien común). Bien lo dijo Viktor Frankl en una conferencia en los EE.UU.:  “Levantasteis en la costa Este del país una magnífica Estatua de la Libertad. Para evitar que América se escore y hunda en el Atlántico urge levantar ahora, en la costa Oeste, la Estatua de la Responsabilidad”.   

La Tribuna de Albacete (2/10/2013)

viernes, 27 de septiembre de 2013

Lección Inaugural del curso 2013-14 en la UCLM


¿Qué hace diferente a la crisis económica actual?

(Paraninfo de Albacete, 25/09/2013)

Sr. Rector de la Universidad de Castilla – La Mancha, Sr. Consejero de Educación de la Junta de Comunidades de Castilla - La Mancha, Sra. Alcaldesa de Albacete, autoridades, miembros de la comunidad universitaria, señoras y señores.
Cuando a finales del pasado mes de julio me telefoneó el Rector invitándome a impartir la lección inaugural del curso 2013-14 lo acepté como un honor, inmerecido por mi parte, y como un reto. ¿De qué hablaría yo a un auditorio tan variopinto y preparado como el que hoy tengo delante? ¿Y en qué tono habría de hacerlo?
Recuperé el aliento al considerar que uno de mis temas de investigación (crecimiento y crisis) podía ser de interés general. Nadie suele desconectar cuando se habla de la crisis económica actual, la nuestra. Esa crisis desencadenada por la quiebra del holding financiero Lehman Brothers en septiembre de 2008; poco que celebrar en su quinto aniversario. Esa crisis que ha reducido a la mitad el valor de nuestros ahorros invertidos en vivienda o en bolsa. Esa crisis que impide a nuestros alumnos encontrar el trabajo para el que con tanto empeño se han preparado. ¡Cincuenta y siete por ciento de paro entre los jóvenes españoles!  La cifra lo dice todo. Es, sin duda, la manifestación más cruenta de una crisis económica que ha pasado a ser un drama social.
No es este momento para abrumar con datos; menos con ecuaciones. Pero tampoco querría defraudar a quienes no se contentan con las informaciones del telediario, donde todo sube y baja, sin niveles de referencia. Los que nos dedicamos a la investigación y a la enseñanza universitaria, privilegio donde los haya, estamos obligados (además de indicar esos niveles de referencia), a rastrear en las raíces de los problemas y suscitar las cuestiones básicas. Hoy abordaremos dos: ¿Qué elementos hacen diferente a esta crisis y están retrasando la recuperación económica? ¿Qué cambios institucionales y culturales se confabularon para generar tales elementos?

La trampa de deuda
Por una vez en la historia, los economistas están de acuerdo: la crisis tiene un origen financiero. Fue incubada en el sistema bancario de los Estados Unidos y se exportó a todo el mundo a través de los productos derivados de las hipotecas basura (subprime mortgages, en la jerga anglosajona). A decir verdad, en todos los países avanzados se había registrado una explosión de crédito que generó sendas burbujas en los mercados inmobiliario y bursátil, amén de un reguero de deudas. Hasta aquí ninguna novedad. Charles Kindleberger[1] cuenta hasta veintiocho crisis financieras de relieve, desde finales del siglo XVIII a finales del XX; en casi todas ellas, la explosión del crédito y las burbujas jugaron un papel decisivo. Hyman Minsky[2], por su parte, insistió que las semillas de la crisis financiera se siembran en la fase alcista donde el volumen de la deuda aumenta al tiempo que disminuye su calidad. La novedad de la crisis actual, la primera que vamos a analizar, radica en el volumen de deuda acumulada y en su extraordinaria difusión por todo tipo de familias y empresas. No es lo mismo, ni genera la misma problemática, un billón de euros debidos por mil empresas, que esa misma cantidad de deuda distribuida entre un millón de empresas y otro millón de familias.  
La crisis se difundió más rápidamente de lo habitual pues un stock tan difuminado de deuda privada actuaba como una caja de resonancia. “No puedo pagarte porque a mí no me pagan”. Hoy es una pesada losa que está retrasando la recuperación económica. La deuda tiene siempre, pero sobre todo cuando la economía entra en recesión, un efecto depresivo sobre la demanda agregada. Una parte significativa de las rentas generadas en el proceso productivo se desvía hacia la amortización de deudas y queda atesorada en la caja de algún banco.
La losa de la deuda se transforma en una trampa cuando para atender a tus compromisos financieros has de endeudarte a un interés creciente. Es la prima de riesgo de la que pocos de ustedes habían oído hablar antes del 2010 y ahora la encuentran hasta en la sopa. “Conocerás que has caído en la trampa de la deuda, dice la sabiduría popular, cuando hagas lo que hagas acabas más endeudado”. Las arenas movedizas serían un símil adecuado para describir la situación. Si tratas de huir hacia delante, buscando financiación para las inversiones que aseguran la viabilidad del negocio, es muy posible que se dispare tu prima de riesgo y te lleve a la quiebra. Pero si tú te quedas parado (sin gastar) y todos los demás hacen lo mismo, el hundimiento también resulta inevitable.  
La intervención aislada de los gobiernos no pudo reactivar la economía y acabó precipitando a varios de ellos en la trampa de la deuda.  Aquí encontramos otra novedad de la crisis: en un terreno inundado de deuda las políticas macroeconómicas convencionales resultan poco eficaces.  Keynes, que tenía en alta estima a la política monetaria, advirtió de su inoperancia en los momentos más críticos, como la crisis de 1929, donde la trampa de la liquidez impidió que el dinero emitido por el Banco Central llegara al empresario inversor[3]. También en nuestra crisis hemos sufrido este problema.  Si Keynes observara la crisis de 2008 posiblemente ampliaría el elenco de factores que disminuyen la efectividad de las políticas macroeconómicas para incluir a la trampa de la deuda. A buen seguro, Keynes recalcaría que la austeridad generalizada es tan ineficaz como peligrosa. Pero no dejaría de advertir que en una economía sobreendeudada el impacto negativo de los nuevos gastos públicos sobre la prima de riesgo podría superar al impacto positivo sobre el consumo privado, que eso es lo que busca la política fiscal.
El año pasado, por estas fechas, Oliver Blanchard, director del Departamento de Investigación del Fondo Monetario Internacional, pidió excusas por sus errores en el cálculo del multiplicador[4]. Lo sobreestimaron a finales del 2008 cuando recomendaron políticas fiscales expansivas. Lo subestimaron a mediados del 2010, tras el primer rescate a Grecia, cuando urgieron a los gobiernos mediterráneos a la consolidación fiscal. A mi entender, el enigma queda descifrado si separamos el multiplicador propiamente dicho, que ha disminuido pero sigue siendo positivo, de la caída del consumo autónomo y la inversión, caída que va asociada al deseo de amortizar aceleradamente la deuda.
Quien ha caído en arenas movedizas necesita de un salvador externo. Para las economías europeas atrapadas por la deuda, la UE era y sigue siendo ese salvador. ¡Lástima que no haya estado a la altura de las circunstancias! La UE nunca tuvo una visión clara de su misión. Además, los instrumentos de que disponía no eran adecuados para una crisis de esta envergadura.
De todas las variedades de deuda, la exterior es la más peligrosa; la que más incide sobre la prima de riesgo. No dispongo de espacio para abordar el tema, pero colgaré un aviso (a modo de post-it) para concluir esta primera sección: mientras no se superen los desequilibrios estructurales del comercio exterior, tendremos activada una bomba de deuda en nuestro sistema económico.

La nueva maquinaria financiera para fabricar trampas de deuda
Pero, ¿quién creó la trampa de la deuda? ¿A quién sentaremos en el banquillo de los acusados? En Abril de 2010, Alan Greenspan, expresidente de la Reserva Federal de los EE.UU., compareció ante el Congreso para dar su versión de los hechos[5]. Muchos le responsabilizaban de la crisis porque a mediados de los noventa inauguró una nueva era de política monetaria caracterizada por bajos tipos de interés. Después, para superar la crisis bursátil del 2000, los bajó a mínimos históricos (el 1%) y allí los mantuvo durante varios años. La anomalía, dijo Greenspan, no está en un interés del 1% para los préstamos a quince días que la Reserva Federal acuerda con la banca comercial. Lo sorprendente, concluyó, es que ésta concediera créditos hipotecarios a 30 años a un interés ligeramente superior, y que entre los beneficiarios se incluyeran los colectivos más vulnerables. (Se refería a los hogares conocidos por el acrónimo “NINJA”: non income, non job, non assets).  
¡Inteligente la defensa / ataque de Greenspan! Aunque deja algunos cabos sueltos. ¿Pero no era usted el responsable de controlar al sistema financiero?, le hubiera replicado yo.  ¿Por qué no detectó la metamorfosis que se estaba gestando en el sistema y advirtió de sus peligros? ¿Por qué dejo construir un castillo financiero sobre unas bases tan endebles como las hipotecas subprime? Admito que, en un vergel exuberante, es difícil ver las raíces podridas. Greenspan se limitó a condenar la “exuberancia irracional” de los mercados. Lo cierto es que esa irracionalidad se hubiera llevado por delante todo el sistema bancario norteamericano, si su sucesor, Ben Bernankee, no hubiera rescatado a los bancos empleando a fondo la maquinaria de imprimir dinero legal.
El problema de las hipotecas subprime es específico de los EE.UU. La explosión del crédito para comprar productos derivados de las hipotecas subprime y para invertir en viviendas, terrenos y activos financieros fue un problema universal. El sistema bancario de Islandia, el primero en quebrar, había llegado a ser diez veces mayor que el PIB del país.  La banca española fue más prudente que la estadounidense en la selección de los prestatarios de las hipotecas. No así en la financiación de promotores que compraban suelo, constructores que competían por tener la empresa más grande y especuladores que habían descubierto la manera de hacerse ricos en poco tiempo. Cuentan de un constructor que acudió a la sede central de un banco. Inmediatamente le subieron al despacho del director.
-Aquí me tiene para pedir otro crédito, dijo el constructor.
-Crédito que le concederemos en el acto, como hacemos a todos los buenos clientes, respondió el banquero quien no podía ocultar su satisfacción. 
-La verdad es que hoy necesito mucho, pero que mucho crédito.
-¿El doble que el mes pasado? Concedido.
-No, mucho más del doble.
-¿Y para qué quiere tanto dinero?, inquirió el banquero, ya picado por la curiosidad.
-Para comprar este banco.
                Si la historia no es cierta, podría haberlo sido. Piensen en el intento de Sacyr- Vallehermoso, una constructora creada en 1986, de adquirir el control del BBVA, el segundo banco español con 150 años de antigüedad. Piensen en la OPA (esta sí salió adelante) de la constructora Entrecanales a ENDESA, la primera empresa eléctrica española.  A propósito, en el año que duró la OPA, la cotización de las acciones de la eléctrica subió de 20 a 40 euros[6].
                Un símil cósmico nos ayudará a entender la metamorfosis del sistema financiero y sus consecuencias económicas. Es habitual afirmar que las finanzas giran alrededor de la economía real, como un satélite lo hace en torno a su planeta.  ¿Se imaginan ustedes lo que pasaría si la luna creciera hasta superar en tamaño a la tierra? Pues algo parecido ha ocurrido en el universo económico. Tal vez sería más exacto hablar de la aparición de un segundo satélite financiero (llamémosle “virtual”). En el satélite original opera la banca tradicional que cumple una labor de intermediación, tan importante como difícil. En el satélite virtual ubicamos los préstamos más vinculados a la especulación que a la actividad productiva.  Richard Werner[7] mide el tamaño de este satélite por la diferencia entre el crecimiento del crédito bancario y el crecimiento del PIB nominal. La brecha se dilató en Japón durante la década de los ochenta dando lugar a su crisis de los noventa de la que todavía no ha salido. Se dilató todavía más en los EE.UU. y la UE desde el 2003 a 2007, cuando se inicia una crisis de final incierto.
Los créditos del satélite virtual se destinan a la compra de terrenos y activos financieros en el mercado secundario. Podemos añadir los créditos hipotecarios, cuando superan el crecimiento potencial del sector de la construcción. Como la oferta de todos estos activos es relativamente fija, el crédito tendrá un impacto directo sobre sus precios[8]. En eso consiste el nuevo juego: en crear burbujas de donde emanan pingües plusvalías. Se trata, importa subrayarlo, de un juego de suma cero. Las plusvalías que obtienen los especuladores  madrugadores se consiguen a costa de los desafortunados que compran al final del ciclo alcista. Y a costa de todos nosotros que, en nuestra condición de contribuyentes, hemos debido soportar una mayor presión fiscal para financiar los rescates bancarios. Insistimos: esas burbujas no  crean riqueza; es más, pueden destruirla; dañan a la economía productiva tanto cuando se inflan como al explotar. Por eso, para prevenir futuras crisis como la de 2008 yo prohibiría explícitamente a los bancos conceder créditos para la compra de terrenos y activos financieros. El privilegio bancario de crear dinero no debiera utilizarse para fabricar esas armas de destrucción masiva asociadas a la especulación financiera. Hace unas décadas la medida podría ser de difícil aplicación. Hoy es posible y necesaria.
La metamorfosis habida en el sistema financiero desde mediados de los noventa favoreció la expansión crediticia. He aquí otra de las novedades de la crisis actual. Pasamos del tradicional esquema bancario “depósitos-créditos” al nuevo sistema “generación – distribución”. A través del crédito hipotecario masivo la banca multiplicó el dinero bancario. No dispuesta a esperar veinte o treinta años para recuperar el capital, estos créditos eran “titulizados” (empaquetados) y vendidos a la banca de inversión. Ésta los mezclaba y empaquetaba de nuevo en “productos estructurados”, y tras conseguir los máximos reconocimientos de las agencias de calificación, los revendía a los fondos de pensiones y otros intermediarios que nos sabían dónde colocar tanta liquidez como tenían. Es la época de las innovaciones financieras. La mayoría de ellas consistieron en maquillar y ocultar unos riesgos crecientes.
Alguno de ustedes se estará preguntando. ¿Pero nadie había previsto la posibilidad de que los bancos utilizaran su privilegio de crear dinero para sostener artificialmente la demanda y financiar actividades especulativas? Por supuesto que sí. Ha sido uno de los temas recurrentes del análisis económico desde la polémica de principios del siglo XIX entre la currency school y la banking school. Los primeros (cuyos ecos han llegado a nuestros días a través de Escuela Austriaca de Economía) pretendían eliminar la creación de dinero bancario introduciendo el patrón oro y un coeficiente bancario del 100%. Los segundos (desde Tooke a los actuales economistas postkeynesianos) enfatizan el importante papel que juega la banca para acomodar la oferta monetaria a las necesidades de la economía. De bloquear esta vía natural de liquidez, advierten, se agravarían los problemas de demanda efectiva, endémicos al capitalismo. Confían la moderación crediticia al autocontrol de los agentes económicos. Las familias y empresas no pedirán créditos que no se vean capaces de devolver en tiempo y forma. Si alguno se atreve a hacerlo, será rechazado por el banco que también corre el peligro de arruinarse.
La novedad de la situación actual es que esta capacidad de autocontrol de prestamistas y prestatarios parece haberse desvanecido. ¿Cómo explicarlo? ¿Problemas de índole moral?

Una maquinaria cuyas columnas y bases están carcomidas

Un sistema económico tan sofisticado como el nuestro ha de cimentarse sobre fuertes columnas institucionales y sólidas bases morales. Su sostenibilidad requiere que la mayoría de las personas actúe la mayoría de las veces respetando las normas básicas de la legalidad y la moralidad. En las decisiones financieras que llevaron a la crisis encontramos algunas irregularidades legales que, afortunadamente, eran la excepción. Los comportamientos inmorales, por el contrario, pasaron a ser la regla. Y lo que es peor, se encontraban amparados e incentivados por las propias instituciones y por la opinión pública. Aquí reside otro de los rasgos diferenciales de la situación actual, cuya solución se me antoja difícil. 
 Por supuesto, el problema moral no es de hoy ni se circunscribe al ámbito financiero. Pone en tela de juicio a la cultura que respiramos y al mismo sistema educativo. Históricamente la educación en valores y virtudes se confiaba a tres instituciones: familia, escuela e iglesia. Con mejor o peor acierto, nuestros educadores se dejaron la piel en el intento. Los padres, maestros y demás educadores contemporáneos siguen poniendo el mismo empeño pero se quejan, y con razón, de su incapacidad para contrarrestar la influencia de los medios de comunicación de masas. Estos son ahora los principales artífices en la creación / destrucción de valores y pautas de comportamiento. Para llenar la caja, que tal es su único objetivo, los medios han de contar historias que van siempre un paso más allá de la moral de aceptación general. Así un día y otro y otro. El resultado es esta cultura que nos envuelve, rabiosamente individualista, consumista y cortoplacista. “Después de mí, el diluvio”, sería un buen resumen. Virtudes como la prudencia, la honradez o la diligencia parecen de otros tiempos. Lo de “ganarse el pan con el sudor de la frente” se interpreta como una maldición bíblica sólo aplicable a los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.
Con esta digresión pretendía mostrar que la cultura postmoderna ha suministrado el caldo de cultivo perfecto para las nuevas finanzas. A su vez, el florecimiento de unas finanzas orientadas a la especulación ha reforzado esa cultura de la ganancia rápida, sin esfuerzo y sin límites.
Nadie como Adam Smith, padre de la Economía, nos ayudará a desentrañar los problemas ético-económicos[1]. Sus orígenes como profesor de Filosofía Moral en Edimburgo le abrieron los ojos a la importancia de la antropología y la ética en la construcción de las ciencias sociales. Llegado a Inglaterra se maravilla del progreso económico que la restauración de la propiedad privada y la generalización del mercado habían traído consigo. Intuye que, entre bastidores, actuaba una mano invisible capaz de canalizar la extraordinaria fuerza de la iniciativa privada hacia el crecimiento y el bienestar social. La “Fábula de las Abejas” de Mandeville sugería que el bienestar social derivaba de los vicios privados. No son los vicios, son las virtudes, corrige Smith.  La competencia en los mercados  estimula la prudencia, la honradez, la laboriosidad y otras virtudes morales que potencian el éxito del capitalismo. Pero para que el proceso llegue a buen fin, concluye el moralista y economista escocés, la sociedad que le sirve de base ha de tener altos estándares morales y las instituciones económicas han de diseñarse de tal manera que refuercen la responsabilidad de los individuos.  
                Responsabilización. El esfuerzo de las personas guarda relación con la seguridad que tienen de apropiarse de los beneficios que generan; así como de la obligación de cargar  con los perjuicios derivados de su negligencia o mala fortuna. La desregulación financiera (que coge fuerza desde los años ochenta) y las malas regulaciones anteriores y posteriores, han contribuido a erosionar el principio de responsabilidad económica que debiera ser la argamasa de las instituciones financieras. ¿Por qué los directivos financieros asumieron tanto riesgo? Sencillamente, porque no arriesgaban su dinero. Si la operación salía bien participarían de los beneficios en forma de jugosas bonificaciones. Si fracasaban, las pérdidas serían soportadas por los accionistas y por las personas sencillas e incautas que les confiaron sus ahorros. A decir verdad, los accionistas del banco tampoco tenían excesivos motivos para preocuparse pues su aportación apenas representaba el 5% del pasivo (en las corporaciones no financieras saltarían las alarmas si el ratio “recursos propios / recursos ajenos” bajara del 50%). En el peor de los casos, cuando la quiebra fuera inminente, sabían que papá-estado acudiría a rescatar al banco y a sus directivos. ¿Cómo iba a permitir la quiebra con lo grande e importante que es un banco? Los economistas han acuñado la expresión riesgo moral  para aludir al “riesgo de incentivar comportamientos inmorales”. Este es el mejor ejemplo.
                Añádase la multiplicación de los conflictos de intereses que resultan de la connivencia entre los agentes financieros. ¿Qué agencia de calificación se atrevería a negar la triple A al producto que le presenta su mejor cliente? Añádase la facilidad para crear fondos de inversión fugaces que pueden quebrar al año de su nacimiento sin perjudicar la reputación de los gigantes financieros que hay detrás. Añádanse los miles de escondites que ofrece una economía globalizada. Añádanse tantas y tantas posibilidades de difuminar la responsabilidad personal y comprenderemos qué fácil resulta levantar castillos financieros sobre el aire … como el que se derrumbó en 2008.
Altos estándares morales. Como seres morales que somos, se supone que pasamos todas nuestras decisiones, también las económicas, por la criba de nuestra conciencia moral. Smith la denomina espectador neutral, y la representa por esa imagen que me mira desde el espejo y opina sobre la moralidad de mis decisiones, tras considerar sus efectos sobre mí y los demás, en el corto y en el largo plazo. La conciencia nos conmina a tomar unas decisiones y rechazar otras. De no obedecerla, escucharemos un eco social recriminatorio: “Esa conducta no es digna de un empresario prudente y honrado; es nociva para la sociedad y acabará perjudicándote a ti mismo pues vas a perder la clientela”. Estoy parafraseando a Adam Smith. El eco social de nuestros días es más benévolo y festivo. Aplaude a los que se han hecho ricos en poco tiempo. Preguntar cómo lo han conseguirlo sería de mala educación. Y, ¿qué es eso de la conciencia moral? Nuestros hombres de negocios andan tan atareados que no tienen tiempo de pensar en las consecuencias a largo plazo de sus decisiones.  
Permítanme completar la sección con un par de anécdotas; que en estos temas tan vidriosos cada ejemplo ahorra mil palabras. En los momentos álgidos de la crisis (octubre o noviembre de 2008) entrevistaron al magnate financiero, Warren Buffet. ¿Cómo ha conseguido usted que sus fondos de inversión no acabaran contaminados por los productos derivados de las hipotecas basura?  ¿Y qué opina usted sobre las nuevas medidas de regulación que están barruntando los organismos financieros internacionales? A la primera pregunta respondió que se salvó gracias a su abuela quien le advertía con insistencia: “Niño, no compres nada que esté dentro de un paquete; espera a que te muestren cómo funciona”. ¡Gran lección de prudencia!, la de la abuela. Ante la segunda pregunta se encogió de hombros: “¿De qué sirven las regulaciones más sofisticadas cuando los mejores cerebros del mundo se especializan en ver la manera de sortearlas?”.
¿Tendremos nosotros, profesores de universidad, algo de culpa de la mala formación de esos cerebros? Así parece desprenderse de un experimento desarrollado en universidades americanas.[2] Tanto me llamó la atención que me tomé la molestia de repetirlo entre mis alumnos de la UCLM. A una muestra de estudiantes de diferentes cursos en varias facultades, les distribuyeron el siguiente texto:
Un amigo suyo ha comprado un automóvil deportivo a un precio desorbitado. Por supuesto, lo primero que ha hecho es asegurarlo a todo riesgo. Al cabo de unos meses le confiesa que está defraudado por la compra. Ni corto ni perezoso su amigo le hace a usted la siguiente propuesta: “Simularemos un choque en el que tu viejo automóvil empuja al mío hacia el precipicio. La compañía de seguros me abonará una cantidad enorme de la que te reservaré un buen pellizco para que puedas comprarte  otro automóvil mucho mejor del que tienes. ¿Aceptas?”
                La mayoría de los estudiantes de primer curso respondió negativamente utilizando frases del siguiente tenor: “No; es inmoral”, “No; es ilegal y tarde o  temprano me descubrirán”. Curiosamente, entre los alumnos del último curso, el porcentaje de respuestas afirmativas aumentaba considerablemente. Y lo más sorprendente: las respuestas positivas pasaban a dominar claramente el panorama al llegar a los estudiantes de Economía a punto de graduarse. La frase más repetida entre ellos era: “Por supuesto que aceptaría; se trata de un negocio mutuamente ventajoso”.
                Como profesor de economía he de confesar en público la vergüenza que me provocan estos resultados. Como analista económico concluyo que estamos condenados a repetir la crisis del 2008 mientras las bases morales de la sociedad no se regeneren y mientras no infiltremos el principio de responsabilidad en las instituciones basilares del sistema económico-financiero.

Recapitulación
                Al inicio de esta lección nos preguntábamos por los elementos que hacían diferente a la crisis de 2008 y retrasaban la recuperación económica. También por los factores institucionales y culturales que suministraron el caldo de cultivo de tales elementos. La lección se ha estructurado en tres secciones cuyas conclusiones pueden resumirse así.
Primera. La crisis cayó sobre una economía inundada de deuda. El enorme tamaño y difusión de la deuda actuó como primero como una caja de resonancia. Luego como un sifón que desviaba parte de las rentas generadas en el proceso productivo a la caja de los bancos, donde quedaban esterilizadas. El desenlace fue una trampa de deuda que disparó las primas de riesgo y acabó engullendo a bancos y gobiernos. En esas condiciones las políticas tradicionales de estabilización macroeconómica (tanto la monetaria como la fiscal) pierden su eficacia.
Segunda. Esa deuda fue la consecuencia de una previa explosión de crédito. Cambiando el tradicional sistema “depósitos – crédito” al de “generación-distribución”, la maquinaria bancaria fue capaz de inyectar liquidez en cantidades nunca vistas. Los bancos de inversión y otras entidades creadas para la ocasión se encargaron de ocultar los riesgos inherentes al crédito especulativo que superó en mucho al PIB nacional. Decimos ocultar, eliminar era imposible.
Tercera. Estas prácticas fueron posibles por el desmoronamiento de los pilares que mantenían controlada a la maquinaria financiera y evitaban comportamientos irresponsables de sus directivos. También por la erosión de las bases morales de la sociedad que aplaudía ese modelo de enriquecimiento rápido, por la vía especulativa. 
La cura de estos males (los de índole moral) es difícil. Entiendo que el secreto no está en más regulación sino en mejor regulación. Normas sabias en humanidad, que sepan aunar la libertad económica de los individuos (fuente de las mejores iniciativas) con la responsabilidad personal (filtro que encauza esas iniciativas hacia el bien común).
Concluiré parafraseando a Viktor Frankl, aquel psiquiatra vienés de origen judío que, tras sobrevivir en Auswitch, comprendió que no existían crisis insuperables. La clave para la superación personal  y el progreso social, la explicaba así a una audiencia norteamericana:  
Levantasteis en la costa Este del país una magnífica Estatua de la Libertad. Para evitar que América se escore y hunda en el Atlántico urge levantar ahora, en la costa Oeste, la Estatua de la Responsabilidad [3]

Esto es todo, gracias por su atención

Albacete, a 25 de Septiembre de 2013                                                                               
Óscar Dejuán Asenjo


[1] Las dos obras fundamentales de Adam Smith son: The theory of moral sentiments (1759) y The Wealth of Nations (1786).
[2] El caso relatado lo oí al profesor J.A. García Duran (Universidad de Barcelona) en una asignatura de doctorado que impartió en la UCLM el curso 1994-95. Una colección de experimentos similares está recogida en Frank, Gilovich y Ryan: “Does studying economics inhibit cooperation?”, Journal of Economic Perspectives, 1993, v. 7, pp. 159-71
[3] El binomio libertad / responsabilidad ya fue enunciado en su libro más popular: El hombre en búsqueda de sentido (Ed. Herder, Barcelona, 1991. Original alemán de 1959).



[1] C. P. Kindleberger: Manias, Panics, and Crashes: A History of Financial Crises, Macmillan, London, 1978. 
[2] H. P. Minsky: John Maynard Keynes, Columbia University Press, New York, 1975
[3] J.M. Keynes: The General Theory of employment, interest and money, MacMillan, London, 1936.
[4] Lo explicó con detalle en un artículo:  Blanchard y Leigh: “Growth forecast errors and fiscal multiplier”, IMF Working Paper, WP/13/1, Washington, 2013
[5] Alan Greenspan: Testimony to the Financial Crisis Inquiry Commission of the USA, Washington, 7/04/2010.
[6] Un apunte para los no iniciados. Los bancos pueden financiar este tipo de operaciones y otras igualmente disparatadas porque los límites legales a la creación de dinero bancario (un coeficiente de caja del 2%) apenas restringen. La prueba la tenemos en Canadá donde nada ha cambiado después de suprimirse el citado coeficiente. Los bancos crean dinero cada vez que conceden un crédito. Este aparecerá como un depósito en la cuenta del prestatario, quien podrá empezar a comprar bienes y activos desde ese momento. (La creación neta dinero bancario será la diferencia entre los créditos concedidos y los amortizados en el periodo considerado). El verdadero límite a la creación de dinero bancario deriva del riesgo de que el depósito acabe en otros bancos sin que se registren flujos en sentido contrario. Si el esquema se repite día tras día, se crearía para el banco prestamista un descubierto importante que genera iliquidez y/o insolvencia.
[7] Richard Werner: New Paradigm in Macroeconomics , Palgrave-Macmillan, Basingstoke, 2005. The Economist (15 junio 2013, p. 66) resume la tesis de Werner bajo el título: “Taking credit for nothing”
[8] Adviértase el diferente impacto del crédito según recaiga en activos no reproducibles o en bienes producidos y fácilmente reproducibles. Los préstamos para la compra de automóviles de lujo crecieron tan deprisa como los destinados a la vivienda y terrenos. Sin embargo, allí el ajuste a la expansión de la demanda vino por el lado de la oferta: las fábricas de automóviles aceleraron el ritmo de producción sin impactar en los precios.