El
COVID-19 ha alumbrado muchos sentimientos nobles. El primero, la preocupación
por los ancianos. En España, el 69% de los fallecidos por Covid-19 ha ocurrido
en residencias de tercera edad. ¿Cómo es
posible, claman los políticos rasgando sus vestiduras, que hayan impedido la
hospitalización de ancianos necesitados de respiración asistida?
Lamentablemente, detrás de tantas lágrimas y vestiduras
rasgadas, hay mucha hipocresía. El PP utilizó estos datos para acusar al
Gobierno del PSOE-UP de ser el país que peor había gestionado la crisis
sanitaria. El Gobierno contraatacó advirtiendo que la mayoría de las muertes
provenía de las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid (PP). La
Presidenta madrileña recordó al Gobierno que era él quien había asumido el
mando único en materia de sanidad y residencias. Además, en términos per
capita, el ranking de fallecimientos lo lideraba Castilla-La Mancha (PSOE).
Vamos que una vez más hemos convertido una tragedia social en un partido de
tenis ante a la galería electoral.
Hay otro tipo de hipocresías todavía más sangrante.
Mientras que por el día algunos políticos se rasgaban las vestiduras a causa de
la muerte de ancianos desatendidos, por la noche ultimaban una ley de eutanasia.
Y ya empezamos a saber qué es la eutanasia. En Bélgica, la inmensa mayoría de las
2357 personas que murieron “dignamente” en 2019 superaba los 60 años. La cifra
se acerca a los muertos por coronavirus en residencias de ancianos en 2020. Bajo
secreto de sumario, el 41% de los médicos holandeses que practican la eutanasia
ha reconocido que, la dificultad de comunicarse con estos pacientes de edad
avanzada, les obliga a decidir por ellos mismos cuándo una vida deja de tener
sentido. ¿No ven ustedes excesivas
coincidencias con el trato recibido por los ancianos durante el confinamiento?
La Tribuna de Albacete (29/06/2020)