Me duele que la vida humana
sea
utilizada como arma arrojadiza con fines electoralistas
Lo que más
me duele del debate sobre el aborto es que la vida humana sea utilizada como
arma arrojadiza con fines electoralistas. Lo que más me sorprende es que las
flechas vayan siempre en la misma dirección. Cada vez que la izquierda pasa por
la Moncloa da una vuelta de tuerca sobre el cuello del nasciturus con el ánimo de conseguir un puñado de votos radicales. Y
cuando llega la derecha blinda ese “avance”, temerosa de perder otros tantos
votos.
Me
tranquiliza saber que la victoria final del derecho a la vida está asegurada.
La alternativa sería acabar con los derechos humanos y con la propia humanidad.
¿Qué barbaridad no podría hacerse contra el prójimo si matar un ser humano en
el seno materno pasara a ser un símbolo de progreso? La espiral de barbarie nos obligará a
recapacitar.
Mi confianza
se acrecienta tras analizar el tortuoso camino que han recorrido otros derechos
humanos. ¿Es posible la esclavitud en un país cuya Ley Fundamental reconoce que
“todas las personas nacen libres e iguales”? Sabemos que sí. La esclavitud fue
la pieza clave de la economía norteamericana hasta su guerra civil (1860-65). Uno
de los desencadenante de aquella guerra fue, precisamente, la sentencia donde
se reconocía que en los EE.UU. todas las personas nacían libres e iguales, excepto
los negros… que no eran personas. Opiniones de este tipo nos causan hoy vergüenza
ajena. ¡Afortunadamente!
¿Es posible elevar
el aborto a la categoría de derecho fundamental en un país cuya declaración de
derechos humanos (art. 15 CE) empieza así: “Todos tienen derecho a la vida”? A
la vista está. Vergüenza ajena sentí al escuchar a la Ministra de Igualdad en su
defensa de la última ley del aborto: “El feto es un ser vivo pero no podemos
hablar de un ser humano”. Sra Aído, consulte a los científicos. Y si encuentra
tres que coincidan en señalar un momento de inicio de la vida diferente al de
la concepción, les daremos el premio Nobel de Medicina.
Pero no
basta con sentir vergüenza ajena. La recuperación de nuestra sociedad no
empezará hasta que sintamos vergüenza propia por los caminos que hemos abierto
para banalizar la vida. Mientras tanto unamos fuerzas para ayudar a las mujeres
que, apreciando la vida, se sienten angustiadas por su embarazo. No se trata de
proteger al nasciturus respecto a su
madre. Hay que proteger a los dos.
La Tribuna de Albacete (29/09/2014)