domingo, 10 de septiembre de 2017

¿Es posible la paz?

Justicia y paz, dos caras de la misma moneda

             “No os dejéis robar la esperanza”. Estas fueron las primeras palabras del Papa Francisco al aterrizar en Colombia en su propósito de blindar el proceso de paz iniciado apenas hace un año. Las dificultades de acabar con el terrorismo son bien conocidas en España. Salvando las distancias, tenemos muchos puntos en común que nos invitan a hacer nuestras las palabras del Pontífice.
En su medio siglo de existencia, ETA y FARC compartieron la misma ideología (el marxismo-leninismo) y los mismos métodos terroristas (extorsión, secuestros y asesinatos). Hay diferencias de escala.  La banda etarra asesinó a 829 personas. La organización paramilitar de las FARC, financiada con el narcotráfico, asesinó a 220.000. En los Acuerdos de la Habana de 2016, las FARC se comprometieron, si eran indultados, a pasar de la lucha armada a la confrontación política. El presidente colombiano, Juan Manuel Santos, aceptó facilitar su presencia parlamentaria y reducir sustancialmente las penas a todos los que tenían deudas pendientes con la justicia. “Es el precio de la paz”, afirmó antes de someter el acuerdo a un plebiscito que perdió por un reducido margen. El acuerdo pudo salvarse gracias a la mayoría parlamentaria del partido presidencial, pero la fractura social quedó en evidencia. La mayor asociación de víctimas del terrorismo (en Colombia y en el mundo) sigue reclamando que los terroristas se pudran en la cárcel en cumplimiento de la legislación vigente.
                “Paz versus justicia”, he ahí el dilema. La visita del Papa Francisco a Colombia ha evidenciado hasta qué punto valora la paz y la justicia que son, de hecho, cara y cruz de la misma moneda. Los ingredientes básicos los encuentra en el Evangelio: humildad y amor. Humildad para reconocer el daño que se ha causado, pedir perdón por él y aceptar el castigo que les corresponda. Amor para perdonar de corazón y estar dispuestos a colaborar en el nuevo contexto histórico. Este perdón personal es compatible con las penas que impone la ley en su función de dar a cada cual lo que le corresponde. Pero también esa ley puede ser legítimamente modificada, para aprovechar las circunstancias excepcionales que podrían liberar al pueblo colombiano de su peor pesadilla.
No son valores evangélicos, por el contrario, esa degeneración de la justicia llamada venganza y esa hipocresía que se manifiesta pidiendo perdón con la boca pequeña pero sin asumir ninguna responsabilidad. El mensaje papal en Villavicencio concluyó con estas palabras. “Es la hora para desactivar los odios, y renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno”.

La Tribuna de Albacete (11/09/2017)