miércoles, 26 de febrero de 2014

Argentina y España. En el euro está la diferencia

Ninguna economía puede sobrevivir 
si empresas y ciudadanos no confían en su propia moneda

                Nos trasladamos con la imaginación a las Olimpiadas de 2016 en Río de Janeiro. Dan el pistoletazo de salida de una de las pruebas reinas: el Maratón. La novedad de esta edición es que la carrera queda abierta a personas de todas las edades. Los atletas más reputados tienen reservados los primeros puestos de la parrilla de salida. No sé si esto es justo, pero ya nos hemos acostumbrado. Lo que nadie esperaba es ver a los niños con un grillete atado a sus tobillos. Y cuando más enclenques, más pesada la bola.
                Algo parecido ocurre en las olimpiadas del comercio y finanzas internacionales. Los países en vías de desarrollo se ven obligados a competir en inferioridad de condiciones. El hecho de ser pobre y tener una moneda que se ha depreciado frecuentemente, se convierte en un grillete y una rémora. Esos países han de endeudarse en moneda extranjera y soportar una fuerte prima de riesgo. Si en el ínterin se dispara la inflación interna, las empresas y gobiernos habrán de liquidar parte de su patrimonio para saldar sus deudas. Esto en el mejor de los casos. Lo habitual es que cuando empiezan a ver las orejas al lobo de la recesión y/o la inflación, el capital huya al extranjero. Ninguna economía puede sobrevivir si empresas y ciudadanos no confían en su propia moneda.
                La historia de países latinoamericanos ilustran estas dificultades. Hoy estoy pensando en Argentina que vuelve a estar al borde de la quiebra financiera.  La tercera vez en 20 años. Aunque la situación española no sea para tirar cohetes, hemos de reconocer que ellos lo tienen mucho más difícil. A nosotros nos queda el euro.
En fútbol cuando un equipo va mal la solución más fácil consiste en despedir al entrenador. Al nuevo se le conceden 100 días de gracia, lo justo para acabar la temporada. En economía, cuando la inflación se descontrola, la medicina de impacto consiste en cambiar de moneda. Así lo hicieron los Argentinos en 1985 cambiando el peso por el austral. Puro cambio nominal que de nada sirvió. Por lo visto, no era problema de entrenador sino de jugadores. En 1989, ante una inflación y depreciación superior al 5.000 por cien (lees bien, son millares) se volvió a un peso que más parecía un dólar. Los argentinos seguían cobrando y pagando en pesos, pero podían convertirlos en dólares de EE.UU. al momento y a un tipo de cambio fijo.
La dolarización logró cortar la hemorragia de la inflación pero tuvo un coste muy alto en términos de competitividad. No es lo mismo vincularte a la moneda que comparten la mayoría de tus socios comerciales que ligarte a una moneda lejana y fuera de tu ruta comercial. La crisis provocada por la apreciación del dólar estimuló la fuga de capital hacia los EE.UU. La dolarización facilitaba estos movimientos … hasta el día que decidieron cerrar “el corralito”. Tu dinero seguía estando en el banco, pero no podías retirarlo. La huida de capitales de los últimos meses obedece al fenómeno contrario: la inflación vuelve a ser tan alta que los argentinos no quieren guardar su riqueza financiera en pesos. 
La historia de Argentina habría de ayudarnos a valorar la suerte de vivir al amparo de una moneda fuerte (el euro) y la necesidad de preservarlo aunque tenga su coste. ¿Hay algo bueno que salga gratis? La moneda única nos ha impedido ganar competitividad a base de depreciaciones sucesivas. Cierto. Pero, precisamente por eso, nos obliga a ser más competitivos y a mantener la inflación a raya. Y lo que es más importante. Asegura que el ahorro generado en nuestro país se invierta aquí y que incluso podamos atraer ahorro extranjero a un interés mínimo. Los argentinos se darían con un canto en los dientes si pudieran endeudarse al 3, 4 ó 5 por cien. En 2007 quebró un modelo de crecimiento impulsado por el crédito fácil. Pero, por favor, seamos serios, no carguemos sobre el euro la culpa de todos nuestros males.


La Tribuna de Albacete (26/02/2014)

miércoles, 19 de febrero de 2014

Salvemos al Estado de Derecho de las superpotencias

"Cuanto más poder tengas
más obligado estás a ejercerlo con responsabilidad"

De la primera película de Spider-Man, me quedé con el consejo que le daba reiteradamente su tío-padre: “Hijo, cuando más poder tengas, más obligado estás a ejercerlo con responsabilidad”. Este consejo vale tanto para el mítico hombre-araña como para los mandatarios de las superpotencias como son hoy EE.UU y la UE.
                Cada época histórica suele estar dominada por una de ellas. En ausencia de un estado supranacional, la superpotencia debe velar por la seguridad planetaria. Pero habrá de hacerlo dando ejemplo de respeto a los principios elementales del Estado de Derecho. Si la superpotencia ejerce la fuerza al servicio de sus propios intereses, si la ejerce de forma arbitraria y desmesurada, perderá la autoridad moral que necesita para liderar el mundo y abrirá las puertas de su propio país a los terroristas más exaltados.
                De la Primera Guerra Mundial, cuyo centenario estamos celebrando, emergió una nueva superpotencia: los Estados Unidos de América. Tras la Segunda Guerra Mundial, el país siguió acumulando al que solo la URSS podía hacer frente. La Guerra Fría entre las dos superpotencias tuvo momentos de máxima tensión, pero evitó varias guerras locales. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, EEUU ha vuelto a convertirse en el llanero solitario que imparte justicia a su leal saber y entender. La UE no tiene peso ni voluntad para pararle los pies. La proliferación de los conflictos bélicos en los rincones estratégicos del planeta no se ha hecho esperar.
              No debe ser fácil combinar el poder con la responsabilidad. Habremos que admitir un margen de error. Lamentablemente, en los últimos años este margen ha sido sobrepasado con creces y sin escrúpulos. Dar un golpe sobre el tablero de ajedrez, puede ser necesario en algún momento. Mover las fichas violando las reglas del juego, nunca está justificado. Ni siquiera  cuando el ajedrecista es el Presidente de los EEUU.
Después de los atentados terroristas de septiembre 2001, el republicano George Bush, declaró la “guerra preventiva” contra Irak, cuyo arsenal nuclear era evidente … hasta que después de bombardeado el país descubrieron que se trataba de una falsa alarma. Pasar de la “guerra en legítima defensa” a la “guerra preventiva” es un cambio de las reglas de juego que acabará perjudicándonos a todos. El uno de mayo de 2011, el demócrata Barak Obama anunció orgulloso la captura y muerte del cerebro de los atentados de 2001, Osama bin Laden. La proeza fue tan decisiva para su reelección como corrosiva para el Estado de Derecho. Todos los pasos que llevaron a ese desenlace estaban fuera de la legalidad internacional.
               De espías y escuchas ilegales llevan hablando varios meses las primeras páginas de la prensa. Aquí se dan la mano el poder militar con el tecnológico. Edward Snowden, especialista informático de la CIA, denunció y suministró pruebas de que los servicios secretos americanos practican un espionaje masivo e indiscriminado. Espiaban a los enemigos y a los amigos; a los países grandes y a los pequeños; al presidente de un país lejano y al que se albergaba en el piso de abajo en visita oficial. Justificar estas prácticas por la bondad del fin perseguido supone otra alteración de las reglas de juego. El fin no justifica los medios.
                Afortunadamente, no todas las noticias son negativas. A finales del 2013 presenciamos un par de buenas prácticas. El Presidente Sirio aceptó deponer el arsenal químico ante la amenaza de una intervención que iba a aprobarse en la ONU. Por su parte, el Gobierno iraní se comprometió a paralizar los programas de enriquecimiento de uranio a cambio de la retirada del bloqueo comercial (petróleo) y financiero (depósitos de iraníes en el extranjero). El episodio nos muestra que las sanciones legales también funcionan si están bien diseñadas y se mantienen con firmeza. Los resultados son más lentos, pero más seguros. Mejora la seguridad jurídica que es el objetivo prioritario de un Estado de Derecho.
                “Nobleza obliga”, dice el refranero español completando al tío de Spider-Man. EEUU y la UE son los primeros obligados a respetar el Estado de Derecho. Serán también los primeros beneficiarios.

La Tribuna de Albacete (19/02/2014)

miércoles, 12 de febrero de 2014

Trabajador precario o empresario autónomo

¿Defenestrar a los ordenadores y robots 
antes de que nos dejen sin trabajo?

                  Llegué a Albacete hace dos largas décadas. A la entrada del edificio Macanaz, donde iba a trabajar como profesor, había dos amplios espacios con siete u ocho personas dedicadas  a la gestión del alumnado de Derecho y Economía respectivamente. Hoy los locales se emplean para otros menesteres que pueden cambiar de un año a otro. Los alumnos se gestionan a sí mismos desde el ordenador de su habitación. Yo dormía tranquilo pensando que los profesores estábamos a salvo de la revolución informática. Perdí la tranquilidad hace unos meses al ver que mi hijo seguía desde su portátil una clase de Matemáticas impartida altruistamente para todo el mundo por un profesor de Harvard.  Mi preocupación ha aumentado esta semana al leer un estudio de la Universidad de Oxford sobre el futuro del empleo. En dos décadas, concluyen Frey y Osborne, el 47% de los empleos actuales, incluyendo algunos muy cualificados, será realizado por ordenadores y robots inteligentes.
                ¿Qué hacer? ¿Defenestrar a los ordenadores y robots antes de que nos dejen sin trabajo? Eso es lo que hicieron con las máquinas textiles los movimientos ludistas del siglo XIX. Joseph Schumpeter pidió paciencia. Se trataba de una “destrucción creadora”, explicó. Los empleos que se perdían en la agricultura y la artesanía serían compensados con creces en las manufacturas. Así fue. A partir de mediados del siglo XX la imparable mecanización de la industria forzó un segundo desplazamiento hacia los servicios privados y públicos. ¿Dónde irán las personas actualmente empleadas en servicios cuando los consumidores puedan cubrir la mayoría de sus necesidades con un “click” desde el ordenador de su casa? Este es el reto que plantean las TIC (tecnologías de  la información y comunicación).
                La “destrucción creadora” no es ninguna ley económica. Se trata simplemente de uno de los resultados posibles. Se verificó en las dos primeras revoluciones tecnológicas pero no tiene por qué cumplirse en la tercera. Se exagera, por otra parte, al afirmar que la tecnología ha multiplicado el empleo. Hoy trabajan en Europa muchas más personas que hace un siglo pero el número de horas trabajadas apenas ha cambiado. Explicación: el progreso técnico se ha traducido en un aumento del salario y una reducción de la jornada laboral. El mecanismo puede ser seguir siendo útil aunque algunas circunstancias disminuyen su eficacia. El número absoluto y relativo de empleos potencialmente amortizables en el sector servicios supera en mucho a los que desaparecieron el siglo pasado en la manufactura y hace dos siglos en la agricultura. La coyuntura económica tampoco es la más propicia. En épocas de prosperidad la reducción de la jornada era aplaudida por todos pues no acarreaba la reducción de sueldo. En la situación actual, los trabajadores ocupados debieran repartir empleo y sueldo. ¿Estarán por la labor?
                No me cabe la menor duda de que la creatividad del ser humano será capaz de descubrir nuevos yacimientos de empleo. Me temo, sin embargo, que la forma de trabajar será muy diferente a la que vemos y soñamos. Muchas personas de mi generación entraron en la Ford, Telefónica o la Administración a los 16 años (a los 22 si eran licenciados). Aspiran a jubilarse en esas mismas empresas con un sueldo que ha ido aumentando a medida que acumulaban trienios. Esas personas se desplazan a la fábrica u oficina de lunes a viernes en horario de mañana o de tarde… y en agosto todos a Benidorm. La generación de nuestros hijos (los que hoy están en el instituto o la universidad) no lo tendrá tan fácil. Habrán de crear su propia empresa y asociarse con otras para minimizar costes. Su éxito se medirá por el número de empresas creadas a lo largo de su vida que equivaldrá, grosso modo, al número de quiebras. La mayor parte del trabajo será ejecutado desde su casa a través del ordenador. El horario y las vacaciones variarán enormemente de una persona a otra y de un año al siguiente.
                ¿Avance o retroceso? Depende de quién lo mire y cómo lo mire. Algunos se quejarán de la precariedad del empleo. Otros rotularán orgullosos en su tarjeta de vista: “Empresario autónomo sin peligro de desidia o aburrimiento”. Con independencia de cómo juzguemos la situación, todos hemos de aceptar que este es el tren de las nuevas tecnologías de la información y comunicación; quien no se suba a tiempo quedará en el andén.

La Tribuna de Albacete (12/02/2014)

miércoles, 5 de febrero de 2014

El drama de la libertad

La tentación, cuanto más lejos mejor


Si hubiera de elegir un título para un libro sobre la historia de la humanidad no me lo pensaría dos veces: “El drama de la libertad”. Somos libres para todo… hasta para esclavizarnos. De todas las esclavitudes posibles, la que más me aterra es la de la droga. En sus garras han caído todo tipo de personas, empezando por los más ricos que la tienen más accesible. Anteayer, sin ir más lejos, los noticieros abrían con la muerte por sobredosis de heroína de una de las glorias del cine norteamericano: Philip Symour Hoffman.  
Seguro que algunos utilizan este “accidente” para reabrir el debate sobre la legalización de la droga. Hay que estar preparados para ese debate, tan complejo como fácil de manipular. Ciertamente no todas las drogas tienen los mismos efectos sobre el conocimiento y conducta, ni requieren el mismo trato jurídico. Su valoración moral, previa a la jurídica, tampoco puede ser uniforme.
En el punto de partida ha de situarse la libertad personal. En principio, somos libres para consumir lo que queramos. Pero esa libertad ha de respetar determinadas líneas rojas marcadas por la ética, so pena de destruir lo más peculiar y grande que hay en la persona: la capacidad cognitiva y la voluntad libre. Cualquier sustancia que altere nuestras capacidades intelectuales y se tome para ese fin, resulta moralmente reprobable. No lo es el tabaco. Tampoco las bebidas alcohólicas, tomadas con moderación. ¿Qué decir de las drogas que se toman precisamente para inhibirse? Para justificarlas éticamente habría que demostrar que, tomadas en dosis normales, te dejan tan lúcido como fumar un cigarrillo. 
El legislador ha de valorar también el recorrido previsible del drogodependiente y los efectos de su adición sobre la sociedad. La venta de droga blanda en las farmacias o a domicilio aumentará el número de niños, jóvenes y adolescentes que prueben la droga. Aunque no cambiara el porcentaje de quienes acaban adictos a la marihuana y saltan luego a la cocaína y la heroína, el número de toxicómanos se multiplicará en cada población. Aumentaría el fracaso escolar, se reduciría la productividad laboral y aumentaría la delincuencia, aunque fuera de otro tipo. ¿Quién puede parar a un drogodependiente que necesita dinero para malvivir?
La ley ha de valorar también las circunstancias socioeconómicas. Imaginemos que el comité ético se pone de acuerdo sobre las sustancias cuyo consumo es moralmente reprobable. ¿Bastará esta evidencia para penalizarlas? Antes de hacerlo parece lógico preguntarse si la prohibición será mínimamente efectiva y si los beneficios compensarán los costes de la operación. Los defensores de la legalización de la droga invocan siempre el fracaso de la ley seca en los EE.UU. Los alcohólicos siguieron emborrachándose y en torno a la bebida se creó un tráfico ilegal y unas mafias que dispararon la criminalidad. El argumento es correcto pero la comparación no es la mejor. Primero porque no se trata de eliminar un producto que forma parte de nuestra cultura sino de introducir otro nuevo, cuyos efectos potenciales pueden ser mucho más perniciosos. Segundo porque la pretendida eliminación del crimen asociado al narcotráfico requeriría la legalización de todo tipo de drogas que multiplicaría otro tipo de delincuencias y de muertes por sobredosis (eso sí, con droga de la mejor calidad).  Más pertinente sería la comparación con la tenencia de armas. Todos nos alarmamos varias veces al año al oír que un estudiante regresó del recreo con la pistola de su padre y la emprendió a tiros con sus compañeros y profesores del instituto que le habían menospreciado. ¿Habremos de copiar la libertad de tenencia de armas?  La tentación, cuanto más lejos mejor
               Symour Hoffman confesó que su adición empezó en la universidad y que,  de haber sido lo suficientemente rico como para importar droga, hubiera muerto por sobredosis a los 22 años. Hubo de esperar a los 46 para hacerse rico y morir. Espero que nadie se lamente de este privilegio de los ricos y reclame que el Estado lo haga extensible a toda la sociedad.


La Tribuna de Albacete (5/02/2014)