La estrategia de la
confusión es la preferida de los demagogos. Mezclando todo en el mismo saco
siempre encontrarán alguna ganga para atraer a los ingenuos.
Lamentablemente la confusión no sirve para cimentar nada sólido y perdurable.
La estrategia más eficaz y honrada para solucionar cualquier problema, digamos
el del nacionalismo, empieza por separar los niveles o planos que allí se cruzan.
El primer nivel hace referencia a la adhesión
sentimental. Hay que dejar claro que cada uno es soberano para sentirse
prioritariamente europeo, español, catalán o ampurdanés. No hace falta
justificar la opción, ni sirven de nada los argumentos para convencer al
vecino. El odio es el único sentimiento a evitar. Quien note que le está
creciendo, “debería hacérselo mirar”.
El plano
racional, entra en escena en el momento de elegir el sistema de organización
política del territorio. ¿Un estado central como el francés, uno autonómico
como el español o uno federal como el alemán? ¿Y por qué no una confederación tipo
la UE en la que cada parte del territorio es libre de salirse de forma
unilateral? Aquí es cuando hay que poner en la balanza los pros y contras de
cada opción y analizar los problemas, uno detrás de otro. ¿Agravios comparativos?
–Vale, ¿cuáles son? ¿Pueden solucionarse en el sistema actual o requieren la
ruptura? Por favor, presente sus datos y argumentos.
Por
último, pero no menos importante, está el nivel jurídico. Para llegar donde
queremos (sea un nuevo sistema de financiación o la independencia pura y dura),
¿qué pasos prescribe la Constitución? Si ésta no nos gusta, ¿qué hay que hacer
para reformarla sin salirnos del estado democrático de Derecho?
La Tribuna de Albacete (11/12/2017)