domingo, 24 de enero de 2016

El petróleo: 150 años en portada

Unas veces aparecerá como héroe, otras como villano, 
pero siempre en primer plano

Estos días es noticia la caída de los precios del petróleo hasta niveles de los que ya nadie se acordaba: 30 dólares/barril. Dentro de un año tal vez sea noticia que el crudo vuelve a tocar su máximo histórico, los 150 dólares que alcanzó en 2008. Estos vaivenes sacuden los bolsillos de los particulares, las cajas de las petroleras y el erario público. Son un auténtico terremoto para las bolsas de valores y quitan el sueño a los políticos. La historia contemporánea se podría escribir desde la perspectiva del petróleo. Unas veces aparecerá como héroe, otras como villano, pero siempre en primer plano.
El petróleo se conoce desde tiempos remotos pero pasó a llamarse “oro negro” y a copar las portadas de los periódicos hace 150 años cuando J.D. Rockefeller creó la Standard Oil Company, todo un símbolo del poderío económico y político americano. El hallazgo de un yacimiento era la mejor lotería que le podía tocar a un país. Un regalo a veces envenenado como atestigua la “enfermedad holandesa, esa que desestabiliza las a que vuelcan allí todos sus recursos.
 Las empresas petroleras, privadas o públicas, han sido el buque insignia de la economía moderna. Paradigma de buena organización en los textos de economía de la empresa.  En torno a ellas, todo hay que decirlo, se han urdido todo tipo de intereses económicos e intrigas políticas. La más notoria se llama OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). En 1973 acordó reducir un 25% la extracción del crudo. El precio se multiplicó por cuatro generando niveles de inflación y desempleo nunca vistos. El petróleo pasó a ser el villano de los textos de microeconomía (cuando explican el oligopolio) y macroeconomía (estanflación).  
La geopolítica del petróleo ha marcado los puntos calientes del planeta desde la Segunda Guerra Mundial. No hubiera habido tantas guerras en Oriente Medio de no mediar el petróleo. No hubieran participado en ellas los gobiernos occidentales de haberse registrado en el África subsahariana que tiene de todo menos oro negro. 

El reciente Protocolo de París (diciembre 2015) asesta un duro golpe a la industria del petróleo. Por sus emisiones de CO2 está condenada a desmantelarse en 50 años. No estoy yo tan seguro que el villano (ahora contra el medioambiente) baje la cabeza. Llevamos 150 años oyendo que en los próximos 50 años se agotará el petróleo y las portadas a las que da lugar.
La Tribuna de Albacete (25/01/2016)

lunes, 18 de enero de 2016

Kant en campaña

¡Lástima que la razón vaya perdiendo peso 
en la cultura postmoderna!

Las campañas electorales en España eran largas; ahora tienden a ser permanentes. Aprovechando esta circunstancia comentaré un episodio de la última campaña que se quedó en mi tintero. Se trata del debate en la Universidad Carlos III de Madrid entre los líderes emergentes: Pablo Iglesias y Albert Rivera. A la pregunta del moderador (Carlos Alsina) sobre qué texto de filosofía recomendarían a los universitarios españoles, Iglesias afirmó tajante: “Ética de la razón pura” de Kant. A Rivera le pareció bien, pero confesó que no había leído nada del filósofo prusiano.
El lado cómico del asunto es que no hay ningún libro con ese título. Immanuel Kant trata los aspectos éticos en la “Crítica a la razón práctica” y en “Fundamentos de metafísica de las costumbres”. El lado preocupante es que ni los candidatos ni los electores conozcan los aspectos positivos de los grandes filósofos. Todos tienen algo aprovechable. Las reflexiones éticas del filósofo de la modernidad podrían servir como antídoto a la desorientación a la que nos ha llevado la filosofía postmoderna.
El primero de los imperativos categóricos de la ética kantiana puede resumirse así: “Tus acciones serán moralmente correctas si responden a criterios que pueden universalizarse”. Uno puede tener la tentación de matar, robar o mentir. Pero nunca se atreverá a proponer esas conductas como reglas de conducta so pena de desintegrar la sociedad. Por la misma lógica, nadie en su sano juicio puede pretender saltarse las normas del Estado de derecho y declarar a las bravas la independencia, la república o la abolición de la propiedad privada. Si todos obraran así, el nuevo Estado independiente duraría cuatro días.
El segundo imperativo categórico nos recuerda que “las personas son fines en sí mismas; nadie puede utilizarlas como medios”. El posmodernismo actual más parece discípulo de Maquiavelo que de Kant. Nos quiere hacer creer que es posible manipular (e incluso matar) a un ser humano si detrás hay buenas intenciones. “El fin justifica los medios”, que diría el filósofo italiano.
     Una última observación. La expresión “imperativos categóricos” la utiliza Kant como contrapunto a los “imperativos hipotéticos”. Los segundos admiten una variedad de matices según las circunstancias concretas. Los imperativos categóricos obligan siempre y a todos. No los impone el legislador sino la razón. ¡Lástima que la razón vaya perdiendo peso en la cultura postmoderna!
La Tribuna de Albacete (18/01/2016)

domingo, 10 de enero de 2016

La revolución nominal

Si no pueden cambiar las cosas
cambiarán el nombre de las cosas


El primer paso de la revolución (la grande, la definitiva) se dio al conquistar los grandes municipios del país imaginario en el que vivimos. Atrás habían de quedar las prácticas salvajes de los desahucios y esas normas financieras que maniatan a los políticos revolucionarios. El desempleo, la corrupción y el resto de lacras sociales del antiguo régimen quedarían superadas para siempre.
La expectación ante el primer edicto municipal era máxima, sobre todo entre los desahuciados y parados aglomerados en la calle Mayor. Sorprendentemente, el edicto se limitó a cambiar el rotulo de las calles. Todos los nombres franquistas o del santoral habrían de ser sustituidos por los de aquellos hombres de bien que pensaban como ellos o por mensajes subliminales. La calle Mahor pasó a denominarse: "Calle de la Mayor Revolución" ... Mientras seguía llenándose de gente sin casa y sin trabajo.
El segundo edicto fue un poco más lejos. Aquellas personas cuyo nombre evocara a un santo o un caballero del antiguo régimen, deberían acercarse al registro civil para cambiarlo. Empezaron por un tal Pablo Iglesias. El nombre del gran apóstol parecía ofensivo para un país revolucionario. Y no digamos el apellido. Al final decidieron llamarle “Apolo Mezquitas”, que sonaba como más intercultural.
Mientras tanto, la calle de la Mayor continuaba llenándose de gente sin casa y sin trabajo.
El tercer edicto se propuso acabar con las tradiciones que nos seguían atando al pasado. O vaciarlas de contenido cuando resultara imposible enfrentarse con el populacho. En la Cabalgata de Reyes ya no desfilarían Melchor, Gaspar y Baltasar sino Libertad, Igualdad y Fraternidad. La ilusión de los niños tomados como rehenes de la cabalgata se esfumó. También la de los parados y desahuciados que abarrotaban la calle de la Mayor Revolución.
Yo no salía de mi asombro. Me encanta ver los estratos de esas montañas talladas para dejar paso a la vía férrea o a la autopista. Ponen de manifiesto las edades de la tierra. ¿Por qué no respetar los estratos de las culturas que se han ido acumulando a lo largo de la historia de nuestro país? Pero no, eso no podía ser. Los revolucionarios no saben estar parados. Si no pueden cambiar las cosas, cambiarán el nombre de las cosas. Si no son capaces de cumplir sus promesas revolucionarias, sacarán pecho con alguna revolución nominal. 

La Tribuna de Albacete (11/01/2016)

lunes, 4 de enero de 2016

Democracia y demagogia

Cerrado. Los resultados electorales 
han paralizado y eximido de responsabilidad a sus señorías.

Ya en el siglo IV antes de Cristo, Aristóteles distinguió entre democracia y demagogia. La democracia es una forma de Gobierno donde los gobernantes toman decisiones según el mandato recibido y se responsabilizan de los resultados ante el pueblo que habrá de votarles de nuevo. La demagogia es la degradación de la democracia. Más que una forma de gobierno se trata de una estrategia para conseguir el poder político. El mejor demagogo es el que consigue fidelizar el voto de los ciudadanos mediante apelaciones a prejuicios, emociones, miedos y esperanzas.  Lo que haga o deje de hacer una vez conseguido el poder apenas preocupa a esos demagogos que dominan la retórica y propaganda.
El sistema político occidental tiene mucho de demagogia. La culpa hay que repartirla entre los políticos-demagogos expertos en la manipulación de masas y entre el pueblo que se deja manipular una y otra vez. Sobre estas bases, sería iluso aspirar a construir una democracia perfecta. Tal vez hayamos de conformarnos con elecciones generales, libres y periódicas. Es el mínimo necesario para que el partido mayoritario pueda gobernar y para que el pueblo pueda exigirle cada cuatro años responsabilidad política. En la actual situación española no se da ni una cosa ni otra. En la puerta del Parlamento podría colgarse este cartel: “Cerrado. Los resultados electorales han paralizado y eximido de responsabilidad a sus señorías”.
             Para salvaguardar la esencia de la democracia y evitar que se repitan situaciones de bloqueo como la que tenemos en España, habría que reformar nuestra ley electoral en dos sentidos. Primero, hacer coincidir la circunscripción con el tipo de elecciones: España para las elecciones al Parlamento. Solo así quedaría asegurado que todos los votos tienen el mismo valor. Segundo, instaurar un sistema de doble vuelta. En la primera, cada ciudadano podría votar a la formación política que mejor le representa. En la segunda, habría de decantarse por uno de los dos partidos mayoritarios. Entre medio, una semana para que los líderes pacten sus programas. Lo que no podemos permitirnos es convertir al Parlamento y al Gobierno en sendos teatros donde se representan simultáneamente varios dramas irresolubles e interminables. Y, lo que es peor, sin que los políticos asuman responsabilidad alguna de lo que hacen y dejan de hacer. La excusa la tienen fácil: “los socios de Gobierno me impidieron cumplir mi programa”.      

La Tribuna de Albacete (4/01/2016)