miércoles, 2 de octubre de 2013

Una crisis singular

Levantamos un gigante con los pies de barro 
y se nos cayó encima

El miércoles pasado tuvo lugar en el Paraninfo de Albacete la inauguración del curso académico 2013-14. Tuve el honor de que el Rector de la UCLM me encargara la lección inaugural. La titulé: “Qué hace diferente a la crisis actual”. ¿Interesará a mis lectores de la Tribuna de Albacete un resumen elaborado por el propio autor? Pensado, dicho y hecho.
          La singularidad de la crisis de 2008 es que recae sobre una economía fuertemente endeudada y con una deuda muy repartida. El impago de una parte de las hipotecas basura era suficiente para desencadenar una crisis bancaria internacional, como de hecho ocurrió.  El hecho de que la mayoría de las familias y empresas estuviera endeudadas aceleró la difusión de la crisis: “No puedo pagarte porque a mí no me pagan”. El servicio de la deuda actuó a continuación (y sigue actuando) como una lápida que lastra la recuperación. Una parte de las rentas generadas en el proceso productivo se desvía a la amortización de deudas y acaba inmovilizada en la caja de algún banco. Esta lápida acabó convirtiéndose en una trampa donde cayeron los propios bancos y  las administraciones públicas. La irrupción de la prima de riesgo es la prueba evidente de la existencia de una trampa de deuda.
          Deuda y crédito son dos caras de la misma moneda. La proliferación de la deuda es el resultado de una explosión de crédito que empieza en 1997 y se acelera a partir de 2002, tras el parón de la crisis bursátil asociada a las compañías “punto.com”. Para mantener la rentabilidad en una época de bajos tipos de interés (fijados por el Banco Central), la banca tradicional multiplicó el volumen de créditos concedidos y la banca a la sombra vendió y revendió los productos estructurados derivados de las hipotecas basura por todo el mundo. La mayoría de las innovaciones financieras consistieron en ocultar o maquillar los riesgos; eliminarlos era imposible.
          La banca abusó de su poder de crear dinero de la nada para sostener artificialmente la demanda (caso de las hipotecas basura) y para financiar directamente actividades especulativas sobre terrenos, acciones y demás activos financieros. Se convirtió en una máquina de crear burbujas y plusvalías. Lamentablemente las burbujas no pueden comerse y las plusvalías no crean renta. Se trata de un juego de suma cero donde las ganancias de los especuladores que vendieron a tiempo son pagadas por los rezagados. Y por todos nosotros que hemos soportado una elevación de la presión fiscal para costear el rescate de los bancos.
          Cualquier sistema económico, máxime cuando tiene la envergadura del nuestro, ha de descansar sobre unos pilares institucionales que refuercen el sentido de la responsabilidad y sobre unas bases morales sólidas. Unos y otros han fallado. Levantamos un gigante con los pies de barro y se nos cayó encima. Los directivos bancarios asumieron estos riesgos porque jugaban con un dinero que no era suyo y porque faltaba esa conciencia moral que frenase las decisiones que podían dañar a terceros, hoy o mañana. La moral dominante (caracterizada por un rabioso individualismo, consumismo y cortoplacismo) apuntalaba esas conductas tan arriesgadas. A su vez, los excelentes resultados económicos de la especulación parecían dar por buenas las razones de la (in)moralidad subyacente.

      Todos estos males, sobre todo los de índole moral, son de difícil cura. Las reglas más detalladas sirven de poco si los mejores cerebros se dedican a pensar en la manera de sortearlas. Entiendo que no se necesita más regulación sino mejor regulación. Normas sabias que sepan aunar la libertad económica de los individuos (fuente de las mejores iniciativas) con la responsabilidad personal (filtro que encauza esas iniciativas hacia el bien común). Bien lo dijo Viktor Frankl en una conferencia en los EE.UU.:  “Levantasteis en la costa Este del país una magnífica Estatua de la Libertad. Para evitar que América se escore y hunda en el Atlántico urge levantar ahora, en la costa Oeste, la Estatua de la Responsabilidad”.   

La Tribuna de Albacete (2/10/2013)