miércoles, 20 de noviembre de 2013

España, consultorio de independencias y asuntos varios

Señorías, por favor, los experimentos con gaseosa

Como la imaginación es libre y no tributa, voy a promover un referéndum virtual sobre la reinstauración de la República. El momento parece oportuno, habida cuenta del descrédito que ha sufrido la monarquía por obra y gracia del yernísimo Sr. Urdangarin, sin menospreciar los méritos propios del Rey. La consulta podría ser convocada por la Junta de Castilla-La Mancha o el Ayuntamiento de Albacete. Quien antes me haga llegar las urnas se apropiará del mérito de la iniciativa. La pregunta: “Desea usted sustituir la actual Monarquía medieval por una República siglo XXI? ¡A la tercera va la vencida!” Tengo la certeza de que los pocos o muchos que se molestaran en acudir a las urnas, votarían a favor de la tercera república.
Ahora bien, pregunto yo para tocar el fondo de este tipo de propuestas: “¿Para que serviría esa consulta, con independencia de su resultado?” –Para nada, respondo, y lo aclaro. Primero porque un referéndum así planteado sería ilegal. Segundo porque aunque consiguiéramos permiso del Gobierno central para montar un referéndum, los manchegos no podemos decidir sobre materias que afectan a todos los españoles. Tercero porque la materia que nos ocupa (la monarquía) está consagrada en el art. 1.3 y el título II de la Constitución española; su abolición requiere seguir, paso a paso, el proceloso camino de las reformas constitucionales detallado en el título X.
 El referéndum de autodeterminación pretendido por la Generalitat catalana adolecería de la misma inconstitucionalidad pues ataca frontalmente “la indisoluble unidad de la Nación” (art. 2) y “el estado de las autonomías” del título XVIII. Los partidos republicanos y/o independentistas tienen todo su derecho a soñar con la Tercera República Española o la Primera República Catalana pero para hacer realidad sus sueños primero habrán de ganar unas elecciones generales y luego conseguir 3/5 de votos en las dos cámaras legislativas. El referéndum previo no es ni necesario ni suficiente.
 Me sorprende que partidos catalanes tan serios como Convergencia y Esquerra Republicana no sean conscientes de la futilidad de la consulta que proponen. Me sorprende todavía más que la moderada Unió Democrática, socio de Convergencia, suscriba la consulta para poder decir NO a la independencia y SÍ a la confederación. El colmo de mi sorpresa llega cuando el Partido Socialista Catalán, hasta hoy uña y carne del PSOE, jalee una consulta donde sus afiliados puedan manifestar su opción federal.
Señorías, por favor, los experimentos con gaseosa. Si queremos saber las preferencias de los catalanes sobre la organización territorial (estado centralizado, autonómico, federal o confederal) y las formas de gobierno (monarquía o república) lo propio sería hacer una encuesta de opinión. Seleccionando bien la muestra, los resultados serían más completos y fiables que el referéndum más participativo. Pedir a los ciudadanos que voten sobre lo que no tienen capacidad de decisión constituye un engaño y un peligro. Un engaño todavía más peligroso que el que el 2006 refrendara la reforma del Estatut de Autonomía antes de que se hubieran resuelto los recursos de inconstitucionalidad que se cernían sobre él.
    Pero, ¿qué puede la Constitución contra la libre decisión de un pueblo?, me dirán los independentistas. ¿De qué pueblo y de qué libertad están ustedes hablando?, les respondería yo. ¿Qué dirían ustedes a los vecinos de una comarca catalana que votara masivamente por la independencia respecto a Cataluña? ¿Y de verdad creen ustedes que hoy se dan las condiciones para que los catalanes decidan libremente? Tras cuarenta años de franquismo, que controló férreamente los medios de comunicación y las escuelas, el resultado del referéndum hubiera sido uno. Tras cuarenta años de nacionalismo, que ha controlado los medios de comunicación y la escuela de manera con mano no menos férrea, el resultado será otro, sin duda. Para equilibrar la balanza yo propongo dejar pasar unos años de libertad. Libertad en la información, que empieza por cerrar las televisiones públicas y eliminar las subvenciones a los periódicos. Libertad en la educación que implica la libre creación de centros y el respeto a la libertad de los padres para llevar a sus hijos al colegio que les merezca más confianza. Cuando se den esas condiciones, hablamos. Posiblemente habrá poco que hablar pues ningún partido político se verá capaz de engañar al electorado. 


La Tribuna de Albacete (20/11/2013)