miércoles, 9 de octubre de 2013

Lampedusa, ese espejo donde nadie quiere mirarse

Antígona: "No nací para compartir el odio sino el amor"

Los hechos. La semana pasada el mundo se conmovió por la tragedia vivida en Lampedusa, esa pequeña isla de Italia que sirve de puerto a la emigración ilegal africana. Una barcaza, con 500 pasajeros a bordo, naturales de Eritrea, Etiopía y Somalía, se incendió y hundió a dos kilómetros de la costa.  150 personas han sido rescatadas con vida. El resto … Más detalles. El pesquero no tenía permiso de navegación. Su capitán, un tunecino de 35 años, había sido expulsado de Italia el pasado mes de abril por tráfico de emigrantes. Tres pesqueros italianos vieron la tragedia pero cambiaron de ruta para no enfrentarse a la legislación italiana que castiga todo tipo de cooperación con la emigración ilegal.   
Declaraciones de crítica y justificación. El Papa Francisco, que había visitado la Isla meses atrás para mostrar su solidaridad con los problemas de los emigrantes, solo tuvo una palabra para describir su estado de ánimo: “Vergüenza”. Giusy Nicolini, alcaldesa de Lampedusa, repitió también esa palabra e invitó al Primer Ministro de Italia, Enrico Letta, a que viniera a la isla y le ayudara a contar los muertos. Este mandó a su Ministro de Interior a la UE para implicarla en el asunto.
En estos momentos de tristeza e indignación, no hay que olvidar que detrás de las vallas y prohibiciones hay algunas razones de peso. En una economía en crisis, con altas tasas de desempleo, la inmigración masiva y sin control crea problemas de orden público. Los emigrantes no son ladrones, pero acabarán siéndolo por la necesidad de comer tres veces al día. Las escuelas y hospitales rápidamente quedarán colapsados por el “efecto llamada” que provocan los gobiernos condescendientes. ¿Y por qué vamos a cargar con una responsabilidad que corresponde a los propios gobiernos africanos, quienes gastan en armamento sus escasos recursos? Lamentablemente ni este repertorio de razones, ni los decretos, ni las vallas pueden detener a quienes huyen del hambre y de la guerra. Saben que hasta en una cárcel europea vivirían mejor que en sus países de origen.
Mi visión como economista. Lampedusa es el espejo de un mundo fragmentado, donde nadie quiere mirarse. Un mundo donde las diferencias entre Norte y Sur se han hecho tan grandes que ya no son sostenibles. Una economía globalizada requiere soluciones a escala global. No es Italia, ni siquiera la UE, es la ONU quien puede y debe solucionar el problema. El primer paso consistiría en sacudir la gran hipocresía económica que anima las reglas de juego de este mundo dual. Desde el Norte alabamos y potenciamos el libre movimiento de mercancías y capitales, al tiempo que restringimos los flujos migratorios en función de nuestros intereses momentáneos. ¿Qué pasaría si todos los países del mundo abrieran simultáneamente las fronteras? Pues sencillamente que los parados etíopes o españoles se reubicarían en los lugares donde en cada momento hay más posibilidades de trabajo, que las hay. La presión social asociada a la emigración es hoy insoportable porque se concentra en unas pocas puertas; quedará diluida cuando se abran todas.
            Mi visión como ciudadano. Mientras llegue ese compromiso político, los ciudadanos habremos de sacar músculo moral. Una cosa es que se persiga la inmigración ilegal y que al capitán tunecino se le ponga una pulsera para tenerle localizado. Otra es que neguemos la mano a personas que se están ahogando. Ni siquiera la ley puede eximirnos del respeto a los derechos fundamentales de la persona. Viene a mi memoria la tragedia de Antígona, contada por Sófocles. Ella para cumplir sus deberes humanitarios (enterrar a su hermano) no tuvo miedo de desobedecer al tirano de turno (Creonte).  
CREONTE Y así y todo, ¿Te atreviste a pasar por encima de la ley?
ANTÍGONA – (…) No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. (…) No nací para compartir el odio sino el amor.    


La Tribuna de Albacete (9/10/2013)