Antígona: "No nací para compartir el odio sino el amor"
Los hechos. La semana
pasada el mundo se conmovió por la tragedia vivida en Lampedusa, esa pequeña
isla de Italia que sirve de puerto a la emigración ilegal africana. Una
barcaza, con 500 pasajeros a bordo, naturales de Eritrea, Etiopía y Somalía, se
incendió y hundió a dos kilómetros de la costa.
150 personas han sido rescatadas con vida. El resto … Más detalles. El
pesquero no tenía permiso de navegación. Su capitán, un tunecino de 35 años,
había sido expulsado de Italia el pasado mes de abril por tráfico de
emigrantes. Tres pesqueros italianos vieron la tragedia pero cambiaron de ruta
para no enfrentarse a la legislación italiana que castiga todo tipo de
cooperación con la emigración ilegal.
Declaraciones de crítica
y justificación. El Papa Francisco, que había visitado la Isla
meses atrás para mostrar su solidaridad con los problemas de los emigrantes,
solo tuvo una palabra para describir su estado de ánimo: “Vergüenza”. Giusy
Nicolini, alcaldesa de Lampedusa, repitió también esa palabra e invitó al
Primer Ministro de Italia, Enrico Letta, a que viniera a la isla y le ayudara a
contar los muertos. Este mandó a su Ministro de Interior a la UE para implicarla
en el asunto.
En estos momentos de tristeza e indignación, no hay que olvidar que detrás
de las vallas y prohibiciones hay algunas razones de peso. En una economía en
crisis, con altas tasas de desempleo, la inmigración masiva y sin control crea
problemas de orden público. Los emigrantes no son ladrones, pero acabarán
siéndolo por la necesidad de comer tres veces al día. Las escuelas y hospitales
rápidamente quedarán colapsados por el “efecto llamada” que provocan los
gobiernos condescendientes. ¿Y por qué vamos a cargar con una responsabilidad
que corresponde a los propios gobiernos africanos, quienes gastan en armamento
sus escasos recursos? Lamentablemente ni este repertorio de razones, ni los
decretos, ni las vallas pueden detener a quienes huyen del hambre y de la
guerra. Saben que hasta en una cárcel europea vivirían mejor que en sus países
de origen.
Mi visión como
economista. Lampedusa es el espejo de un mundo fragmentado, donde nadie quiere mirarse.
Un mundo donde las diferencias entre Norte y Sur se han hecho tan grandes que
ya no son sostenibles. Una economía globalizada requiere soluciones a escala
global. No es Italia, ni siquiera la UE, es la ONU quien puede y debe
solucionar el problema. El primer paso consistiría en sacudir la gran
hipocresía económica que anima las reglas de juego de este mundo dual. Desde el
Norte alabamos y potenciamos el libre movimiento de mercancías y capitales, al
tiempo que restringimos los flujos migratorios en función de nuestros intereses
momentáneos. ¿Qué pasaría si todos los países del mundo abrieran simultáneamente
las fronteras? Pues sencillamente que los parados etíopes o españoles se
reubicarían en los lugares donde en cada momento hay más posibilidades de
trabajo, que las hay. La presión social asociada a la emigración es hoy insoportable
porque se concentra en unas pocas puertas; quedará diluida cuando se abran todas.
Mi visión como
ciudadano. Mientras llegue ese compromiso político, los ciudadanos habremos
de sacar músculo moral. Una cosa es que se persiga la inmigración ilegal y que
al capitán tunecino se le ponga una pulsera para tenerle localizado. Otra es
que neguemos la mano a personas que se están ahogando. Ni siquiera la ley puede
eximirnos del respeto a los derechos fundamentales de la persona. Viene a mi
memoria la tragedia de Antígona, contada por Sófocles. Ella para cumplir sus
deberes humanitarios (enterrar a su hermano) no tuvo miedo de desobedecer al tirano
de turno (Creonte).
CREONTE – Y así y
todo, ¿Te atreviste a pasar por encima de la ley?
ANTÍGONA – (…) No creía
yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que solo un hombre
pueda saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su
vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que
aparecieron. (…) No nací para compartir el odio sino el amor.
La Tribuna de Albacete (9/10/2013)