Quien no vive como piensa acaba pensando como vive
La Segunda Jornada del grupo Universitas lleva por título “Hacia una ética
universal. ¿Es posible? ¿Es deseable?” Tendrá lugar el viernes 18 de octubre en
la Facultad de Educación de Albacete. Si hace cuatro o cinco años me hubieran
invitado a un acto así hubiera buscado cualquier excusa para ausentarme. Un
proyecto sobre ética universal me parecía entonces imposible y
contraproducente. Traía a mi mente esa ética de mínimos que acaba disgustando a
todos. O el fantasma de un pensamiento único impuesto desde arriba a base de
decretos, control de las escuelas y control de los medios de comunicación.
Las experiencias vividas en estos últimos años me han hecho cambiar de
opinión. Urge abordar a todos los niveles el tema ético. Nadie duda que la crisis
económica en la que estamos inmersos hunde sus raíces en el comportamiento
inmoral de quienes especulaban con dinero ajeno y de los ciudadanos de a pie
que aplaudíamos a los nuevos ricos. La corrupción de los políticos llena las
primeras páginas de los medios de comunicación, pero no se preocupen ustedes
que no irán al paro, volveremos a votarles. ¿Y qué decir de la manipulación de
vida humana? Las pesadillas descritas en el “Mundo feliz” de Huxley se están
quedando cortas. Urge poner las rayas rojas en la bioética antes de crear un
mundo inhumano. Todos altos, con ojos azules y un coeficiente intelectual de
140 que utilizaremos para machacar al prójimo.
¿Cómo acercarnos a esos valores y principios éticos que humanizan a la persona
y favorecen la convivencia? Esta es la pregunta que hoy nos planteamos y que trataré
de responder con una metáfora alpina. Imaginemos a tres expediciones que
ascienden a la cumbre por tres caras diferentes de la montaña. ¿Cómo
conseguirán ayudarse en la ascensión o, por lo menos, no entorpecer la marcha? La
alternativa más fácil sería dejar que cada miembro de cada grupo obrara a su
antojo. El problema de esta opción
relativista es que lo que hace uno afecta a los demás y, al final, no queda
más remedio que imponer unas normas. El relativismo se da entonces la mano con
el positivismo jurídico que confunde (deliberadamente) la legalidad con la
moralidad.
Los resultados prácticos del relativismo-positivismo no son muy diferentes
de la alternativa fundamentalista.
Cada grupo trata de atraer al resto a su posición convencido de que sólo hay una
vía para llegar a la cumbre y ellos están obligados a pasar por el tubo que yo diseñe. Al
final, todos desconfían de todos y llegamos al más estéril inmovilismo. La
reflexión y el diálogo quedan prohibidos para evitar posibles contagios.
La tercera alternativa busca consensuar
los principios éticos. Es la ética de
mínimos que nos obliga a descender a la base de la montaña o incluso más
abajo, pues el pozo de la (in)moralidad no tiene fondo. Todos los códigos
religiosos y filosóficos comparten tres mandamientos: no matar, no robar, no
mentir. Entiendo que sería un buen punto de arranque. Pero si buscáramos el
consenso por encima de todo habríamos de tragar todo tipo de excepciones. Cada
vez hay más personas que aceptan el homicidio si la víctima no siente, que
justifican sus robos para no sentirse inferiores a sus semejantes (todos roban),
y que a la mentira le llaman “estrategia defensiva”. Por esta vía maquiavélica
(“el fin justifica los medios”) llegaremos pronto a la antítesis de la ética.
Afortunadamente
hay una cuarta alternativa. Yo animaría a los exploradores a seguir
ascendiendo hacia la cumbre, reflexionando sobre el camino más adecuado en cada
circunstancia y siendo coherentes con lo que piensan. De proceder así, las expediciones cada día
estarán más cerca de la cumbre y entre ellas; las posibilidades de un diálogo
constructivo aumentarían. Esta es la conclusión de Benedicto XVI de quien me he inspirado en la construcción de la metáfora alpina de la ética. San Ignacio de
Loyola subrayaría la importancia de la coherencia: “Quien no vive como piensa
acaba pensando como vive”.
La Tribuna de Albacete (16/10/2103)