miércoles, 6 de noviembre de 2013

Regeneración ética de la economía

“Sin honestidad no hay confianza 
y sin confianza no hay mercado, solo selva”

La teoría económica tradicional asociaba el crecimiento a una buena combinación de dosis crecientes de trabajo y capital (maquinaria). En los años sesenta del siglo pasado, Robert Solow demostró que los dos factores productivos mencionados apenas explicaban el 50% del crecimiento real. El elemento que faltaba (el “factor residual”) era el progreso técnico. Otros le llamaron el “capital humano” y lo asociaron al gasto en educación y en I+D, gasto que mejora la productividad del trabajo. Pero tampoco el nuevo modelo de crecimiento se mostró suficiente para explicar el éxito de unos países en desarrollo y el fracaso de otros. Se empezó a hablar entonces del “capital social”, identificado con aspectos morales de todo tipo: respeto a leyes y contratos, honestidad de los líderes económicos y políticos, grado de confianza entre los agentes… Doscientos años después, la ciencia económica volvía a reconocer la importancia de los fundamentos éticos. Adam Adam Smith, padre de la Economía, los dejó bien claros; pero sus sucesores los olvidaron pronto, empeñados como estaban de conseguir una ciencia pura a imitación de la Física, sin valores y sin límites éticos.
En la Segunda Jornada Universitas se habló de la regeneración ética de la Economía. Diego Pedregal, Catedrático de la UCLM, trajo a colación la obra de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998. “Es de idiotas, de idiotas racionales, pensar que el egoísmo y el interés propio hacen funcionar por sí mismos a los mercados. Sin este saber moral, sin la honestidad que comporta respetar los contratos, sin la cooperación y colaboración necesarias para la producción; sin la credibilidad del producto o marca… no hay confianza. Y sin confianza no hay mercado, solo selva”. La fuerza de estas afirmaciones quedó patente cuando fueron contrastadas por frases similares de Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in Veritate”. Este tipo de coincidencias nos invitan a concluir que la fundamentación ética de la economía no es una cuestión de credo religioso o ideología; es puro sentido común.
                Quienes piensan que en Occidente andamos sobrados de “capital social” o “moral”, piensan mal. Lo demostró Luis Sahuquillo, estudiante de Economía en la UCLM, en sus comentarios al documental de Charles Ferguson: “Inside Job”.  El título alude, precisamente, a los “chanchullos” (a veces ilegales, casi siempre inmorales) entre directivos financieros de la banca comercial, la banca de inversión y las agencias de calificación. La crisis actual pone de manifiesto, concluyó Sahuquillo, las consecuencias de levantar castillos financieros sobre unas bases morales muy deterioradas.
                Todavía atrapados entre las ruinas del castillo, nos preguntamos hoy: ¿qué podemos hacer para regenerar las bases éticas de la economía? Compartiendo las pautas marcadas por Pedregal y Sahuquillo, entiendo que la solución no estriba tanto en más regulación como en mejor regulación.  Hay que reforzar la responsabilidad ética de los directivos financieros para desincentivar la asunción de riesgos excesivos a costa del bolsillo ajeno. Por concretar: no me opongo a las bonificaciones pero pospondría el pago una década y previo descuento de las pérdidas acaecidas en el ínterin. Para desincentivar el riesgo moral, yo dejaría claro que los bancos pueden quebrar y sus dueños perder todo el capital invertido. Esto podría hacerse sin daño económico si el Gobierno, a través de una nacionalización temporal, garantiza los depósitos y el crédito

                Pensemos ahora en las empresas no financieras. Los códigos éticos de buena conducta y buenas prácticas, así como las certificaciones éticas, han demostrado ser instrumentos útiles. Logran unir los intereses personales (vender los productos) con el interés social (que en la producción de esos bienes no se haya utilizado trabajo infantil, inputs contaminantes…).  El peligro, como decía José Ramón Ayllón, otro de los participantes en las Jornadas, es convertir la ética en etiqueta.  Se evitará si la población tiene una sólida formación moral que le lleva a rechazar todo lo que huele a fraude, robo y abusos sobre la parte débil. Mi experiencia vital me dice que esa formación se mama en la familia y es difícil suplir. Pero, ¿dónde está la familia?  
La Tribuna de Albacete (06/11/2013)