“Sin honestidad no hay confianza
y sin confianza no
hay mercado, solo selva”
La teoría económica tradicional asociaba el crecimiento a una buena
combinación de dosis crecientes de trabajo y capital (maquinaria). En los años
sesenta del siglo pasado, Robert Solow demostró que los dos factores
productivos mencionados apenas explicaban el 50% del crecimiento real. El
elemento que faltaba (el “factor residual”) era el progreso técnico. Otros le
llamaron el “capital humano” y lo asociaron al gasto en educación y en I+D,
gasto que mejora la productividad del trabajo. Pero tampoco el nuevo modelo de
crecimiento se mostró suficiente para explicar el éxito de unos países en
desarrollo y el fracaso de otros. Se empezó a hablar entonces del “capital
social”, identificado con aspectos morales de todo tipo: respeto a leyes y contratos,
honestidad de los líderes económicos y políticos, grado de confianza entre los
agentes… Doscientos años después, la ciencia económica volvía a reconocer la
importancia de los fundamentos éticos. Adam Adam Smith, padre de la Economía, los
dejó bien claros; pero sus sucesores los olvidaron pronto, empeñados como estaban
de conseguir una ciencia pura a imitación de la Física, sin valores y sin
límites éticos.
En la Segunda Jornada Universitas se habló de la regeneración ética de la
Economía. Diego Pedregal, Catedrático de la UCLM, trajo a colación la obra de
Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998. “Es de idiotas, de idiotas
racionales, pensar que el egoísmo y el interés propio hacen funcionar por sí
mismos a los mercados. Sin este saber moral, sin la honestidad que comporta
respetar los contratos, sin la cooperación y colaboración necesarias para la
producción; sin la credibilidad del producto o marca… no hay confianza. Y sin
confianza no hay mercado, solo selva”. La fuerza de estas afirmaciones quedó
patente cuando fueron contrastadas por frases similares de Benedicto XVI en su
encíclica “Caritas in Veritate”. Este tipo de coincidencias nos invitan a
concluir que la fundamentación ética de la economía no es una cuestión de credo
religioso o ideología; es puro sentido común.
Quienes piensan que en Occidente
andamos sobrados de “capital social” o “moral”, piensan mal. Lo demostró Luis
Sahuquillo, estudiante de Economía en la UCLM, en sus comentarios al documental
de Charles Ferguson: “Inside Job”. El
título alude, precisamente, a los “chanchullos” (a veces ilegales, casi siempre
inmorales) entre directivos financieros de la banca comercial, la banca de
inversión y las agencias de calificación. La crisis actual pone de manifiesto, concluyó
Sahuquillo, las consecuencias de levantar castillos financieros sobre unas
bases morales muy deterioradas.
Todavía atrapados entre las
ruinas del castillo, nos preguntamos hoy: ¿qué podemos hacer para regenerar las
bases éticas de la economía? Compartiendo las pautas marcadas por Pedregal y
Sahuquillo, entiendo que la solución no estriba tanto en más regulación como en
mejor regulación. Hay que reforzar la
responsabilidad ética de los directivos financieros para desincentivar la
asunción de riesgos excesivos a costa del bolsillo ajeno. Por concretar: no me opongo
a las bonificaciones pero pospondría el pago una década y previo descuento de las
pérdidas acaecidas en el ínterin. Para desincentivar el riesgo moral, yo
dejaría claro que los bancos pueden quebrar y sus dueños perder todo el capital
invertido. Esto podría hacerse sin daño económico si el Gobierno, a través de
una nacionalización temporal, garantiza los depósitos y el crédito
Pensemos ahora en las empresas
no financieras. Los códigos éticos de buena conducta y buenas prácticas, así
como las certificaciones éticas, han demostrado ser instrumentos útiles. Logran
unir los intereses personales (vender los productos) con el interés social (que
en la producción de esos bienes no se haya utilizado trabajo infantil, inputs
contaminantes…). El peligro, como decía
José Ramón Ayllón, otro de los participantes en las Jornadas, es convertir la ética en etiqueta. Se evitará si la población tiene una sólida
formación moral que le lleva a rechazar todo lo que huele a fraude, robo y
abusos sobre la parte débil. Mi experiencia vital me dice que esa formación se
mama en la familia y es difícil suplir. Pero, ¿dónde está la familia?
La Tribuna de Albacete (06/11/2013)