Continuamos con nuestras reflexiones sobre la Reforma Laboral. La
determinación del salario mínimo por el gobierno es uno de sus puntos más importantes
y polémicos. Los economistas todavía no se han aclarado sobre la conveniencia de
un salario mínimo.
Para la economía neoclásica (la dominante en la academia) lo peor que puede
hacer un político es fijar precios. Rompería la dinámica natural hacia el
equilibrio del mercado. A su entender existe un salario que garantiza el pleno
empleo. Hacia él presionan la demanda y oferta del mercado laboral… mientras el
gobierno y los sindicatos no impongan un salario mínimo.
Keynes rompió la baraja. El nivel de producción de equilibrio
macroeconómico es compatible con un desempleo masivo y permanente. Tampoco
existe un salario de pleno empleo. La evidencia histórica confirma que altas
tasas de empleo se pueden conseguir con salarios bajos y altos.
En economías abiertas, la tesis keynesiana resulta más difícil de justificar.
Una subida del salario en el país A pueden erosionar la competitividad de sus
empresas que es tanto como decir sus exportaciones y empleo. Contrarréplica
keynesiana: lo que importan en la competitividad no es tanto el salario como el
coste laboral unitario que tiene en cuenta la productividad de los trabajadores.
Alemania tiene salarios mucho más altos
que España, pero su coste laboral unitario es menor debido a su superioridad tecnológica.
Desde el punto de vista social surgen otras buenas razones para imponer un salario
mínimo que permita una vida digna para cualquier trabajador. La condición es que estos salarios no redunden en destrucción de empleo.
Para conseguir este difícil equilibrio deberían tolerarse exenciones temporales
a las empresas en peligro de extinción. Mientras durase la tormenta, los empresarios
y trabajadores de estas empresas podrían descolgarse del salario mínimo y de
los pluses acordados en la negociación colectiva.
La Tribuna de Albacete (31/01/2022)