La Edad de Oro del capitalismo se sitúa en el
periodo 1950-1970. A España llegó con cierto retraso, pero no menos fuerza (1960-1973).
La presión competitiva (nacional e internacional) aceleró la inversión empresarial
y trajo consigo un aumento del grado de mecanización de la industria, amén de
la productividad. Los incrementos de productividad permitieron mayores salarios
y mejores condiciones laborales. La llama de la inversión continuó encendida
pues la tasa de benefició no cayó, mientras que el consumo de masas garantizaba
la venta de los productos.
De este experimento histórico podemos aprender las
condiciones necesarias para incentivar las conductas adecuadas de empleadores y
empleados en cualquier reforma laboral. Las empresas deben estar sometidas a
una presión competitiva que les obligue a invertir para ampliar la capacidad
productiva y mejorarla. El aumento del salario no es problema siempre que las
nuevas máquinas eleven la productividad laboral. No menos importante es el
diseño de un sistema de remuneración que suministre incentivos adecuados para
los empleados.
Los trabajadores deben estar incentivados para
buscar trabajo con celeridad y para dar lo mejor de sí mismos en el puesto que
consigan. Para el primer objetivo, la mejor solución se llama “mochila
laboral”. Para el segundo, un sistema de remuneración que premie el esfuerzo y
la adaptabilidad.
Los sindicatos son piezas clave en la negociación
colectiva, pero si no tienen cintura para adaptarse a las condiciones
particulares de empresas al borde de la quiebra, harán un flaco favor a los
trabajadores. No hemos de olvidar que todos viajamos en el mismo barco. ¿Lo
habrán pensado los ministros promotores de ley de Reforma Laboral, los
sindicatos y patronal que la han apadrinado y los parlamentarios que la han de
revalidarla esta semana?
La Tribuna de Albacete (24/01/2022)