El año 2021 nos despide con dos noticias que no
podemos dejar pasar sin tocar fondo.
En los juegos norteamericanos de diciembre, la
atleta Lia Thomas pulverizó todos los récords de natación femenina. Caras
serias en las gradas mientras le colgaban las medallas. Todos los espectadores
sabían que hasta el pasado año Lía se llamaba Will y competía en el deporte
universitario masculino. Cynthia Miller, juez de la federación estadounidense
de natación, dimitió tras denunciar que era injusto dejar competir a una mujer trans
metida en un cuerpo masculino de 1,90 metros. Las asociaciones feministas
multiplicaron sus denuncias contra los grupos LGTBI por su empeño de borrar a
la mujer y, consecuentemente, al deporte femenino.
El 9 diciembre 2021conocimos el suicidio de
Verónica Forqué. La prensa la despidió como la compasión habitual (y necesaria)
en estos casos. “Nada ni nadie podrá reemplazar tu sonrisa”, “Qué lástima no
haber sabido ayudarte a superar tu depresión”. … Yo me pregunté, ¿qué hubiera
pasado si Verónica hubiera pedido la eutanasia? Me temo que muchos se sentirían
felices de reinterpretar la ley recientemente aprobada en España para dar
cabida a casos como éste. En breve, Verónica tendría una placa en el callejero
español.
Lia y Verónica ponen en evidencia los peligros de legislar
contra la ley natural. Cuanto más alta sea la torre que construyamos al margen
de esta ley, mayor será el número de víctimas provocadas por su derrumbe. La
torre de Babel narrada en el primer libro de la Biblia se hundió por la
incapacidad de entendimiento entre los constructores. Algo semejante empezamos
a ver entre los constructores del postmodernismo.
Mi deseo para el 2022: avanzar en el respeto a los
derechos fundamentales de la persona, la expresión actual de la ley natural.
Sin duda, el mejor cimiento de la felicidad personal y el mejor cemento para la
convivencia social.
La Tribuna de Albacete (03/01/2022)